sábado, 12 de noviembre de 2016

honra a tu padre y a tu madre

HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE
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Honra a tu padre y a tu madre para que disfrutes de una larga vida y te vaya bien en la tierra que te da Dios. La promesa de larga vida que tiene la Biblia viene acompañada de una condición: Honrar a papá y a mamá.
La honra es una demostración de aprecio hacia quien te dio la vida, es respeto y tener en alta estima a tu padre y tu madre.

Cuando honramos medimos nuestras palabras y no ofendemos a los padres. Les escuchamos aunque ya estemos cansados de oír su reprensión o  consejo.  

Cuando honramos ayudamos a nuestros padres, bien sea dando un servicio, si estamos aún en casa con ellos colaboramos en el mantenimiento del hogar, en hacerles la vida más placentera, los ayudamos respetando el tiempo que nos dan para llegar a casa ya que así podrán descansar su mente, tendrán paz porque confían en lo que la promesa de llegada a cierta hora.  


Cuando honramos velaremos por el sostenimiento de los padres cuando son ancianos, haya sido buen padre o madre.  La Biblia no dice que si fue bueno entonces hónralo, sencillamente dice,
Honra a tu papá y a tu mamá.  

Sólo el perdón a través de la sanidad que Dios da puede abrir la puerta de la comunicación cuando se ha cerrado por discusiones, actitudes y conflictos familiares.  Para poder honrar debemos perdonar. 


En un  funeral de una anciana, vivió 99 años, el relato de sus familiares era sobre su larga vida, de cómo ella honró a sus padres cuando estuvieron enfermos y los ayudó, hablaron acerca de su amor y servicio a los demás, y de su matrimonio hasta que la muerte los separó. Realmente un ejemplo de vida.  

Todos quieren una larga vida y que les vaya bien sin embargo no todos están dispuestos a honrar a padre y madre. Una vida larga sobre la tierra es la bendición de Dios que se recibe con este quinto mandamiento de los 10 que le dio a su gente para que los obedecieran siempre.
EL COFRE DE VIDRIO ROTO ROTO
    Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar. Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con sus padres una vez por semana.
    El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos.
    -No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga.
    Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.
    A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.
    El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.
    -¿Qué hay en ese cofre? -preguntaron mirando bajo la mesa-
    -Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado.
    Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tinti  neo.
    -Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron.
    Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo,  y así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y le cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron por un tiempo.
    Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna les aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo.
    Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron en cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.
    -¡Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos!
    -¿Pero qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.
    -Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.
    Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre. Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción, que el padre les había dejado en el fondo: honrarás a tu padre y a tu madre.
à Una reflexión que nos recuerda la obligación de velar por el bienestar de nuestros padres, y los deberes que se tienen para con los hijos.
Preguntas:
1.   ¿Qué había pasado con los hijos del anciano?
2.   ¿Qué hizo el anciano para que lo atiendan sus hijos?
3.   ¿Por qué lo atendieron hasta el final de sus días? ¿Actuarias así

4.   ¿Qué enseñanza para tu vida te deja esta lectura?

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