sábado, 19 de diciembre de 2015

LA RECONCILIACION: ESTAR EN ARMONIA CON LA NATURALEZA

LA RECONCILIACION: ESTAR EN ARMONIA CON LA NATURALEZA
1.         Ambiente y Religión:  Ambiente una cuestión de fe

Si bien en décadas pasadas la preocupación mundial se centraba en evitar las guerras inminentes o carreras armamentistas, es hoy un tema de preocupación mundial la crisis ecológica. Frente a esta crisis ponemos la acción del hombre religioso y revisamos que implicancia tiene precisamente su dimensión de criatura que busca trascender.
Hoy todos los hombres y mujeres, incluso quienes dicen no tener convicciones religiosas reconocen el deber universal de contribuir al saneamiento del ambiente; cuanto más el hombre religioso, aquel que está convencido de la acción de un ser supremo que crea por amor un universo y que le da orden y fin, se siente llamado a interesarse por este tema.. Nadie puede negar la preocupación de estudiosos de diversas disciplinas por entrar a un proceso serio de conciencia ecológica.

La dimensión religiosa del hombre no lo aleja de lo natural y por el contrario, por su concepto de trascendencia es quien más busca el contacto con la naturaleza, porque gracias a ella descubre el valor estético de lo creado y se sumerge en la contemplación de lo bello y lo bueno.
La Biblia nos recuerda a menudo la bondad y la belleza de la creación, desde el autor del Génesis y los libros sapienciales hasta los libros proféticos, se percibe el deseo de cantar la gloria de Dios por la creación.
Es pues, el hombre religioso, por su valor ético, un agente que contempla con dolor y preocupación la aplicación indiscriminada de los adelantos científicos que daña el ambiente, pero su mismo ser religioso lo llama a reaccionar de modo muy particular para cuidar su hábitat no solo por sobrevivir sino porque ve en lo creado la mano del ser supremo.

Si consideramos las nociones religiosas sobre: creación, naturaleza, mundo, pecado, e incluso la noción misma de muerte y resurrección que entiende el cristiano promedio entenderemos por qué decimos que el tema ambiental involucra el sentir religioso y moral del creyente. El cristiano profesa que en la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado la reconciliación de la humanidad con el Padre, a quien plugo «reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de la cruz, lo que hay en la tierra y en el cielo» (Col 1,20). Así el acontecimiento redentor de Cristo ha renovado la creación (desde Cristo la humanidad y todo lo que está a su alcance ha sido recreado).
Ahora bien, el mismo concepto de pecado que maneja el hombre religioso entiende que se ofende no solo a Dios y así mismo sino que el pecado produce también una ruptura con la creación. Desde el pecado original se establece una lucha entre el hombre y lo que le rodea y es Cristo quien nos ha reconciliado en las 4 vertientes de relación (con Dios, consigo mismo, con el prójimo y con la creación).

2. Ambiente y Moral Cristiana

Nadie puede negar que la crisis ecológica conlleve un carácter moral. Uno de los temas que el Papa Benedicto XVI ha tocado con preocupación es el «relativismo moral» en que se expresa hoy la existencia humana (añadido a la falsa idea de modernidad que descalifica todo lo antiguo sin importar su valor). Ninguna religión despreciaría los beneficios que nos han ofrecido los descubrimientos recientes en el campo de la ciencia pero todos miran con preocupación su aplicación indiscriminada.
Sin duda en la dimensión ética - religiosa de este tema una cuestión fundamental es el «respeto a la vida». Vivimos en un mundo donde la producción prevalece sobre la persona y su dignidad y los intereses económicos se imponen sobre el trabajador. En todo caso la destrucción del ambiente es expresión de una mentalidad reductiva y antinatural que se acrecienta cada día más. Es urgente una mirada a las posibilidades que ofrece la investigación biológica, pues entendemos que estudios sobre los orígenes de la vida rechazando toda norma de ética fundamental pueden llevar al hombre a la autodestrucción. Por ello la doctrina cristiana, en particular, reconoce como norma fundamental del progreso económico y científico el respeto a la vida y la dignidad de la persona humana.

3.- La Biblia y el Ambiente: «y vio Dios que era Bueno»

Al revisar los relatos bíblicos de la creación en el libro del Génesis (Gn 1-3) encontramos una frase reiterada: «y vio Dios que era bueno» pero luego, pasa a crear al hombre culminando su obra y nos dirá: «vio Dios cuanto había hecho y todo era muy bueno» « (Gn 1,31)
Se establece una relación: hombre-creación a modo de casa-recurso a la vez. El dominar la tierra expresa la imagen y semejanza que recibe de Dios para proceder con sabiduría y amor; y será el pecado quien rompa esa armonía original, este pecado llevará también a una especie de rebelión de la tierra contra el hombre (Gn 3,17-19). A decir de los profetas de Israel, como Oseas, la desobediencia del hombre hace que la tierra entre en una especie de duelo y se marchita cuanto en ella habita… hasta los peces del mar desaparecen (Os. 4,3).
Si hay en la Biblia una intensa convicción es precisamente la experiencia viva de la presencia de Dios en la historia («Dios nos sacó de Egipto» Dt 6,21). El pueblo de la Biblia siempre entendió la tierra como «Don de Dios» (donum = regalo), la tierra es el lugar donde se realiza el proyecto de Dios. Dios le da a hombre la tarea de cultivar y custodiar (Gn 2,15) y ni siquiera el pecado suprime esa misión. La creación es objeto de alabanza en el corazón del salmista («cuan numerosas tus obras Señor, todas las hiciste con sabiduría» Sal 104,24) y la salvación de Dios se entiende como una nueva creación
que restablece la armonía perdida («yo crearé unos cielos nuevos y una tierra nueva» Is 65,17). Además para el cristiano la salvación que ofrece Cristo se realiza en este mundo, aun herido por el pecado, el mundo está destinado a conocer mayor perfección (Is 65,17;66 22; Ap 21,1) Cristo mismo valora la naturaleza y sus elementos; se presenta como sabio frente a ella (parábolas) como Señor (calma la tempestad: Mt 14,22-33) El Señor pone la naturaleza al servicio de su designio redentor.
La conciencia de los desequilibrios entre el hombre y la naturaleza debe ir acompañada de la convicción que en Jesús se ha realizado la reconciliación del hombre y del mundo con Dios de manera que el hombre encuentra la paz perdida («El que está en Cristo es nueva creación, todo es nuevo» 2 Cor 5,17).

4.- Una Crisis de Relación

Se plantea entonces una tensión en la relación hombre - medio ambiente y en la base se encuentra la pretensión de ejercer dominio absoluto sobre las cosas. La idea de explotación de los recursos se ha extendido y amenaza la misma capacidad de acogida del medio ambiente: el ambiente como «recurso» pone en peligro el ambiente como «casa».
Se ha difundido una concepción reductiva que entiende el mundo como natural en clave mecanicista y el desarrollo en clave consumista. El primado del «hacer» y el «tener» sobre el «ser» es causa de graves formas de alienación humana1.
Una correcta noción de medio ambiente no la ubica ni como objeto de manipulación ni por encima de la dignidad humana. Las religiones han hecho sentir su rechazo a un cierto ecocentrismo o biocentrismo donde se propone eliminar diferencias entre el hombre y los demás seres vivos.
La relación que el hombre tiene con Dios determina la relación que tiene con sus semejantes y con su ambiente, por eso la cultura cristiana ha reconocido en las criaturas que le rodean otros tantos dones de Dios que se han de cuidar con sentido de gratitud al Creador. «La espiritualidad benedictina y franciscana han testimoniado esta especie de parentesco del hombre con el medio ambiente, alimentando una actitud de respeto a la realidad del mundo que le rodea». «Debe darse un mayor relieve a la profunda conexión que existe entre ecología ambiental y ecología humana».
En esta parte del análisis, tendríamos que reconocer que si se logra conjugar las capacidades científicas con una fuerte dimensión ética se podría promover el ambiente como «casa - recurso», pues la tecnología que contamina puede descontaminar y la producción que concentra puede distribuir.

5.- Un bien colectivo

Un hombre religioso descubre entonces que el cuidado del medio ambiente es un deber y este deber es común y universal. Esta responsabilidad crece en la misma medida de la crisis y exige afrontarla globalmente ya que todos los seres dependen unos de otros en el orden establecido por el Creador. «Conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es  precisamente el cosmos»5
Estamos hablando entonces ya del ambiente como un patrimonio común del género humano, donde la solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también un deber. Esta responsabilidad en solidaridad debe traducirse al ámbito jurídico donde cada Estado pueda controlar toda actividad con efecto negativo sobre el ambiente.
La programación de desarrollo económico debe considerar atentamente «la necesidad de respetar la integridad y los ritmos de la naturaleza»6 porque los recursos naturales son limitados y algunos no son renovables.
En esta idea de bien colectivo debemos ubicar el espacio que ocupan las comunidades indígenas (donde lo natural y lo religiosos se entremezcla), se trata del ambiente como expresión de su identidad. «Estos pueblos ofrecen un ejemplo de vida en armonía con el ambiente que han aprendido a conocer y preservar» 7 Su experiencia que es una riqueza para la humanidad corre el peligro de perderse junto con el ambiente en que surgió.

6.- modo de solución, responsabilidad de todos

La teología, la filosofía y la ciencia concuerdan en la visión de un universo armónico es decir, un verdadero «cosmos», dotado de una integridad propia y de un equilibrio interno y dinámico.
Este orden no es una realidad ya dada que conozcamos totalmente, sino que hemos de conocerlo cada día y cuidar su integridad. El concepto de orden atribuido al universo es esencial a toda religión, más aun, se afirma un orden mayor al fin de los tiempos. Si las naciones (cuánto más las teocráticas o con identidad religiosa) reconocen el ambiente como una herencia común deben responder a esta crisis con una gestión coordinada para un mejor uso de los recursos Ninguna solución se puede reducir al nivel nacional, urge una acción internacional más firme que las actuales. Hoy se habla con insistencia del derecho a un ambiente seguro como parte de los «Derechos Humanos», pero no encontraremos soluciones al problema ecológico si no revisamos el estilo de vida que tenemos, pues ya hemos señalado que la situación actual denota cuan profunda es la crisis moral del hombre.
Si se reduce el valor de la persona y de la vida humana aumenta el desinterés por los demás y por la tierra. En el centro de toda religión se encuentra la educación en la responsabilidad y eso pasa por una conversión en la manera de pensar y de comportarse. En esta línea, las iglesias, instituciones religiosas y organismos de diverso orden tienen una tarea pendiente reconociendo a su vez que la familia es la primera educadora donde se enseña a respetar la vida y amar la naturaleza.
Los hombres y mujeres que no tienen particular convicción religiosa, siguiendo su responsabilidad por el bien común reconocen su deber en este tema. Con mayor razón los que creen en Dios creador, deben asumir posturas más claras; si los deberes para con la naturaleza son parte de la fe, entonces el compromiso del creyente por un ambiente más sano nace de la fe en Dios creador.
San Francisco de Asís, el que Juan Pablo II proclamó patrono de los ecologistas8, ofrece a los cristianos un ejemplo de respeto autentico por la integridad de la creación, amigo de los pobres y amado por las criaturas de Dios invitó a la creación a honrar y alabar al Señor; este pobre de Asís muestra como es posible que estando en paz con Dios podamos vivir en paz con la creación
Es pues una necesidad del nuevo siglo revisar la conducta humana frente a la naturaleza donde él mismo se sabe y se conoce como criatura.
8 Juan Pablo II Cart. Apost. Inter Sanctus 1979

Tareas de la persona  ante la vida - naturaleza
ü  Defender y promover, respetar y amar la vida es una tarea que Dios confía a cada hombre «Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1, 28): responsabilidades del hombre ante la vida
ü  Defender y promover, respetar y amar la vida es una tarea que Dios confía a cada hombre, llamándolo, como imagen palpitante suya, a participar de la soberanía que El tiene sobre el mundo: «Y Dios los bendijo, y les dijo Dios: "Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra"» (Gn 1, 28). El texto bíblico evidencia la amplitud y profundidad de la soberanía que Dios da al hombre. Se trata, sobre todo, del dominio sobre la tierra y sobre cada ser vivo, como recuerda el libro de la Sabiduría: « Dios de los Padres, Señor de la misericordia... con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados, y administrase el mundo con santidad y justicia » (9, 1.2-3). También el Salmista exalta el dominio del hombre como signo de la gloria y del honor recibidos del Creador: « Le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas » (Sal 8, 7-9).
ü  El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo (cf. Gn 2, 15), tiene una responsabilidad específica sobre el ambiente de vida, o sea, sobre la creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, de su vida: respecto no sólo al presente, sino también a las generaciones futuras. Es la cuestión ecológica —desde la preservación del «habitat» natural de las diversas especies animales y formas de vida, hasta la « ecología humana » propiamente dicha 28 — que encuentra en la Biblia una luminosa y fuerte indicación ética para una solución respetuosa del gran bien de la vida, de toda vida. En realidad, « el dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de "usar y abusar", o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de "comer del fruto del árbol" (cf. Gn 2, 16-17), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a las leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune ». 29

 7.- PAZ CON DIOS CREADOR, PAZ CON TODA LA CREACIÓN 1990


En las páginas del Génesis, en las cuales se recoge la autorrevelación de Dios a la humanidad (Gén 1-3), se repiten como un estribillo las palabras: "Y vio Dios que era bueno". Pero cuando Dios, una vez creado el cielo y el mar, la tierra y todo lo que ella contiene, crea al hombre y a la mujer, la expresión cambia notablemente: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno" (Gén 1, 31). Dios confió al hombre y a la mujer todo el resto de la creación, y entonces -como leemos- pudo descansar "de toda la obra creadora" (Gén 2, 3).
La llamada a Adán y Eva, para participar en la ejecución del plan de Dios sobre la creación, avivaba aquellas capacidades y aquellos dones que distinguen a la persona humana de cualquier otra criatura y, al mismo tiempo, establecía una relación ordenada entre los hombres y la creación entera. Creados a imagen y semejanza de Dios, Adán y Eva debían ejercer su dominio sobre la tierra (Gén 1, 28) con sabiduría y amor. Ellos, en cambio, con su pecado destruyeron la armonía existente, poniéndose deliberadamente contra el designio del Creador. Esto llevó no sólo a la alienación del hombre mismo, a la muerte y al fratricidio, sino también a una especie de rebelión de la tierra contra él (cfr. Gén 3, 17-19; 4, 12). Toda la creación se vio sometida a la caducidad, y desde entonces espera, de modo misterioso, ser liberada para entrar en la libertad gloriosa con todos los hijos de Dios (cfr. Rom 8, 20-21).
Los cristianos profesan que en la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado la obra de reconciliación de la humanidad con el Padre, a quien plugo "reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1, 20). Así la creación ha sido renovada (cfr. Ap 21, 5), y sobre ella, sometida antes a la "servidumbre" de la muerte y de la corrupción (cfr. Rom 8, 21), se ha derramado una nueva vida, mientras nosotros "esperamos... nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia" (2 Pe 3, 13) . De este modo el Padre nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef 1, 9-10).
Estas reflexiones bíblicas iluminan mejor la relación entre la actuación humana y la integridad de la creación. El hombre, cuando se aleja del designio de Dios creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en el resto de la creación. Si el hombre no está en paz con Dios la tierra misma tampoco está en paz: "Por eso, la tierra está en duelo, y se marchita cuanto en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo: y hasta los peces del mar desaparecen" (Os 4, 3)
La experiencia de este "sufrimiento" de la tierra es común también a aquellos que no comparten nuestra fe en Dios. En efecto, a la vista de todos están las crecientes devastaciones causadas en la naturaleza por el comportamiento de hombres indiferentes a las exigencias recónditas -y sin embargo claramente perceptibles- del orden y de la armonía que la sostienen.

Y así, se pregunta con ansia si aún puede ponerse remedio a los daños provocados. Es evidente que una solución adecuada no puede consistir simplemente en una gestión mejor o en un uso menos irracional de los recursos de la tierra. Aun reconociendo la utilidad práctica de tales medios, parece necesario remontarse hasta los orígenes y afrontar en su conjunto la profunda crisis moral, de la que el deterioro ambiental es uno de los aspectos más preocupantes.

7.2.-. La crisis ecológica: un problema moral

Algunos elementos de la presente crisis ecológica revelan de modo evidente su carácter moral. Entre ellos hay que incluir, en primer lugar, la aplicación indiscriminada de los adelantos científicos y tecnológicos. Muchos descubrimientos recientes han producido innegables beneficios a la humanidad; es más, ellos manifiestan cuán noble es la vocación del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de Dios en el mundo. Sin embargo, se ha constatado que la aplicación de algunos descubrimientos en el campo industrial y agrícola produce, a largo plazo, efectos negativos. Todo esto ha demostrado crudamente cómo toda intervención en una área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas y, en general, en el bienestar de las generaciones futuras.

La disminución gradual de la capa de ozono y el consecuente "efecto invernadero" han alcanzado ya dimensiones críticas debido a la creciente difusión de las industrias, de las grandes concentraciones urbanas y del consumo energético. Los residuos industriales, los gases producidos por la combustión de carburantes fósiles, la deforestación incontrolada, el uso de algunos tipos de herbicidas, de refrigerantes y propulsores; todo esto, como es bien sabido, deteriora la atmósfera y el medio ambiente. De ello se han seguido múltiples cambios meteorológicos y atmosféricos cuyos efectos van desde los daños a la salud hasta el posible sumergimiento futuro de las tierras bajas.

Mientras en algunos casos el daño es ya quizás irreversible, en otros muchos aún puede detenerse. Por consiguiente, es un deber que toda la comunidad humana -individuos, Estados y Organizaciones internacionales- asuma seriamente sus responsabilidades.

Pero el signo más profundo y grave de las implicaciones morales, inherentes a la cuestión ecológica, es la falta de respeto a la vida, como se ve en muchos comportamientos contaminantes.

Las razones de la producción prevalecen a menudo sobre la dignidad del trabajador, y los intereses económicos se anteponen al bien de cada persona, o incluso al de poblaciones enteras. En estos casos, la contaminación o la destrucción del ambiente son fruto de una visión reductiva y antinatural, que configura a veces un verdadero y propio desprecio del hombre. Asimismo, los delicados equilibrios ecológicos son alterados por una destrucción incontrolada de las especies animales y vegetales o por una incauta explotación de los recursos; y todo esto -conviene recordarlo- aunque se haga en nombre del progreso y del bienestar, no redunda ciertamente en provecho de la humanidad.

Finalmente, se han de mirar con profunda inquietud las incalculables posibilidades de la investigación biológica. Tal vez no se ha llegado aún a calcular las alteraciones provocadas en la naturaleza por una indiscriminada manipulación genética y por el desarrollo irreflexivo de nuevas especies de plantas y formas de vida animal, por no hablar de inaceptables intervenciones sobre los orígenes de la misma vida humana. A nadie escapa cómo, en un sector tan delicado, la indiferencia o el rechazo de las normas éticas fundamentales lleven al hombre al borde mismo de la autodestrucción.

Es el respeto a la vida y, en primer lugar, a la dignidad de la persona humana la norma fundamental inspiradora de un sano progreso económico, industrial y científico.

Es evidente a todos, la complejidad del problema ecológico. Sin embargo, hay algunos principios básicos que, respetando la legítima autonomía y la competencia específica de cuantos están comprometidos en ello, pueden orientar la investigación hacia soluciones idóneas y duraderas. Se trata de principios esenciales para construir una sociedad pacífica, la cual no puede ignorar el respeto a la vida, ni el sentido de la integridad de la creación.

8.- LA RECONCILIACIÓN DEL HOMBRE CON LA NATURALEZA

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes, Él la fundó sobre lo.mares, él la afianzó sobre los ríos”..Ps.23

El Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica “Reconciliación y Penitencia,” nos dice las circunstancias concretas en las que se debe realizar la reconciliación que repara las cuatro fracturas fundamentales: “reconciliación del hombre con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con todo lo creado”.
Cuando nos escribía con motivo de la preparación al nuevo milenio, vuelve a señalar cómo en el libro del levítico está expresamente la común convicción de que sólo a Dios como Creador, correspondía la soberanía de todo lo creado y en particular sobre la tierra y continúa el Papa: “si Dios en su providencia había dado la tierra a los hombres, esto significaba que la había dado a todos. Por ello las riquezas de la creación se debían considerar como un bien común a toda la humanidad y su voluntad es que estos bienes creados sirvan todos de un modo justo”.

Por eso, si es un derecho que le corresponde al hombre en justicia, podemos decir que es un atropello al mismo, despojarlo de su tierra y de sus bienes que le pertenecen. Desde las enseñanzas de la iglesia, tenemos presente que la finalidad de la producción no es el mero crecimiento de los productos, ni el beneficio, ni un poder, sino el servicio del hombre, del hombre integral. Es preciso valorar el sujeto por encima del objeto, del ser sobre el tener.


El hombre como ser responsable se debate en el ejercicio de su libertad dentro de un ecosistema en donde hay animales. Lo importante es que puede ejercer las cualidades que le definen como un ser humano: la conciencia de subjetividad y de responsabilidad; el hombre será responsable si al usar de la naturaleza, se siente como en ella, mirado al conjunto de personas que ni hoy, ni mañana podrán usar de ella con dignidad. Pero preguntémonos. ¿Qué cuidado tenemos de la naturaleza?; ¿Estoy educado, educada, para la conservación del medio ambiente? ¿Estoy educando, para el cuidado y conservación de la naturaleza? No podemos olvidar que el hombre fue creado para cosas grandes y sublimes, él tiene suficiente inteligencia para desentrañarle a la tierra toda su potencialidad, de ahí que es equivocado su proceder cuando hace todo lo contrario: la tala de árboles, la contaminación de los ríos, el poco respeto a la vida, en fin cuando estropea la creación, en lugar de recrearla, embellecerla y completarla. Es desde allí que el Papa advierte ese cuidado y afán de protegerla. Hoy nos encontramos ante una sociedad industrial que instrumentaliza el sector primario y la misma naturaleza que en el ámbito económico se caracteriza por una agresividad expansiva.

La forma como aparecen estos rasgos, deja al mundo sin futuro y aumenta el sentimiento de impotencia ante los ciudadanos. Este mundo sin futuro, viene dado por la ley de la competencia y de la ley del más fuerte que producen efectos muy negativos; el mercado tiene visos de globabilidad y concentración.
De globabilidad porque todo movimiento económico, alcanza toda la humanidad y afecta la misma naturaleza y de concentración, porque el motor de la globalización está en manos de unos pocos
. Y qué decir del empleo del agua, fuente de vida? Simona Weil dice: “Yo reconozco quien es Dios, no cuando me habla respecto de Dios, pero si como habla y actúa con las cosas de este mundo”. El universo es un inmenso altar, en el cual contemplamos la presencia de Dios quien con amor, delicadeza y respeto, se acerca y trata a todas las criaturas, no solamente es justo con la creación, sino que da gloria a su Creador.  Muchos grupos humanos están manifestando su preocupación por la crisis del agua. En el mundo, de cada dos personas, una vive sin servicios sanitarios en la casa y no cuenta con agua potable.

Según la Organización de la Naciones Unidas ONU, aproximadamente 1,2 billones de personas no tienen agua de calidad para beber y 2,4 no tiene servicios sanitarios adecuados. Cada año mueren 2 millones de niños, debido a enfermedades por aguas contaminadas y en los países más pobres, 1 de 5 cinco mueren antes de los cinco años. Agua suficiente para garantizar a cada persona calidad de vida y buena salud.
Así como hemos hablado anteriormente del cuidado en general de la creación entera, del medio ambiente, de igual manera podemos decir del cuidado del agua líquido vital.

Es un hecho la crisis mundial que se está presentando por el agua; la vida en todas sus formas, está cada vez más amenazada por el uso irracional e irresponsable que los seres humanos hacemos de ella y por el deseo desenfrenado de acumulación que hacen que la vida y las fuentes de vida sean
elementos comerciables para ser usufructuados por unos pocos. El agua es un derecho, un don entregado a todos los seres vivos, un elemento inherente a la vida, no negociable porque la vida es un don. Afortunadamente surgen grupos y movimientos ecológicos a nivel mundial que buscan, en medio de luchas y amenazas, la racionalización del uso del agua sin permitir que ella sea objeto de compra y de venta.

Es escandaloso pensar que mientras un habitante de EEUU o del Reino Unido, gasta 50 litros de agua diariamente y muchos peruanos y peruanas la malgastamos irresponsablemente, saber que muchas personas en situación de pobreza sobreviven con menos de 5 litros de agua contaminada al día.
 Si le damos una mirada a la Biblia encontramos la memoria de un pueblo, cuya historia está ligada a la existencia del agua y Jesús no sólo se hace presente en las orillas del mar, en el pozo de la samaritana, sino que Él mismo se reconoce como el agua de vida. Quien beba de esta agua no tendrá nunca sed.

El documento de Aparecida también nos llama la atención cuando se refiere a la biodiversidad, ecología, Amazonía y a la Antártida, dice que en las decisiones sobre las riquezas de la biodiversidad y de la naturaleza, las poblaciones tradicionales han sido excluidas. La naturaleza continúa siendo agredida. La tierra fue degradada, las aguas están siendo tratadas como si fueran una mercancía negociable por las empresas. Un ejemplo importante en esta situación es la amazonia, a esto se suma el retroceso de los hielos en todo el mundo: el deshielo del ártico, cuyo impacto se está viendo en la flora y la fauna de ese ecosistema, y también el calentamiento global que se hace sentir en el estruendoso crepitar de los bloques de hielo antártico que reducen la cobertura glacial del continente y que regula el clima del mundo.

 Quisiéramos dejarles un mensaje del Papa Benedicto XVI que en su mensaje del 1º de enero del 2008 en la jornada mundial de la paz, se refiere a la familia, comunidad de paz y en uno de sus apartes dice que la familia necesita una casa a su medida, un ambiente donde vivir sus propias relaciones. “Esta casa es la tierra, el ambiente que Dios Creador nos ha dado para que habitemos con creatividad y responsabilidad.
Respetar el medio ambiente, no quiere decir que la naturaleza material o animal sea más importante que el hombre, quiere decir más bien que no se ha considerado de manera egoísta.
 Espero que de este espacio que hemos dedicado a la tierra y al agua, nos quede un mensaje de responsabilidad y de cuidado con el medio ambiente y si en algo lo hemos defraudado, nos reconciliemos con él (naturaleza).

9.- EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS RESPONSABILIDAD Y TRASCENDENCIA DE SU OBRAR

Toda la creación tiene un equilibrio perfecto. Cada criatura se encuentra en contacto con Dios, en un canto de alabanza. Ellas con su misma existencia alaban a Dios, en su respuesta al llamado a ser. Y al igual que en un coro, si alguno de los miembros desafina todos comienzan a perder el compás y el ritmo de la canción. Nos encontramos en un cosmos que ha sido establecido por Dios, y en cuanto tal responde a ese orden. Desde el punto de vista de la abadesa toda la creación se ordena a su Creador a través de una armonía, de un canto, que es oración de respuesta al acto de creación constante por parte de Dios. La creación toda es una gran orquesta, una sinfonía de alabanza al Dador de Vida.

En toda esta orquesta el hombre tiene un lugar privilegiado, así como en toda cosmovisión cristiana-medieval, el hombre es el centro de todo lo creado: “Cuando Dios observó al hombre, Le agradó sobremanera, porque lo había creado con el ropaje de Su imagen y según Su semejanza, ya que el hombre había de proclamar, por el instrumento de su voz racional, todas Sus maravillas. Pues el hombre es la plenitud de la obra divina, porque Dios es conocido a través del hombre y porque Dios creó para él todas las criaturas y le concedió, en el beso del verdadero Amor, proclamarlo por su racionalidad, y alabarlo.”

Toda la creación fue destinada para ser ayuda del hombre, y los hombres no pueden ni vivir, ni sobrevivir sin los elemento.  En el hombre encontramos, de alguna manera, el sentido de la creación, y el hombre encontrará en Dios, de igual manera, el centro y sentido de su ser.

La conciencia del lugar que ocupa el hombre en la jerarquía del mundo es clara en la cosmovisión de Hildegarda. Así vamos a encontrar dos dimensiones en el obrar humano. Cada vez que decidimos algo en nuestra vida, esta elección tiene distintas consecuencias. Por un lado tienen una causalidad inmanente a nuestra persona, por la cual entra en juego nuestra salvación o condena. Mientras que por otro, nuestra elección tiene una trascendencia ya en el orden de los hombres (en lo doméstico, social o histórico), ya en el orden de la naturaleza.

Dado el lugar que ocupa y la trascendencia del obrar del hombre, va a ser justamente a causa de él que el equilibrio entre las criaturas y el Creador se verá alterado. Es la disonancia del hombre que en su vida se ha olvidado de Dios y lo niega. Así toda la creación sufre la desobediencia del hombre: “Y oí como los elementos del mundo se dirigieron hacia ese hombre con un llanto salvaje. Y gritaron: 'No podemos correr nunca para terminar nuestro curso como nuestro señor lo desea. Ya que gente con sus actos malvados desvían nuestro curso, como un molino que vuelve todo al revés. Nosotros ya apestamos como la enfermedad y la hambruna para la plena justicia.' El Hombre Cósmico contestó: 'Yo te barreré con mi escoba, y apenaré a la gente hasta que vuelvan a mí. Mientras tanto prepararé muchos corazones y los atraeré a mi corazón'... Ahora todos los vientos son llenados con la caída de las hojas, y el aire escupe tal polución que difícilmente pueden volver a  abrir sus bocas de nuevo. La potencia generativa se ha debilitado por el error impío de las engañadas almas humanas. Ellos siguen solamente sus propios deseos y gritan: '¿Dónde está este Dios, a quien nunca tenemos oportunidad de ver?

Pese a que el hombre es tan sólo una pequeña mota de polvo en comparación con la infinidad de las estrellas, las profundidades del mar, en su obrar tiene un poder superior al resto de la criaturas que habitan nuestro mundo. Él es no solamente una criatura más entre muchas. Este status del hombre en la creación lo establece no sólo en un lugar privilegiado frente al Creador, sino que también con una responsabilidad igualmente superior.

El cosmos será fecundo de acuerdo con la naturaleza del hombre, dependiendo de la calidad y dirección de sus vidas y acciones. Varón y mujer son la fecundidad de la vida de toda la naturaleza. Aquello que es decidido en cada corazón humano afecta el corazón de toda la naturaleza. De esta manera, el hombre, en conexión con toda la naturaleza es responsable de toda la creación.

El hombre ha ocultado su canto y dejando de alabar a Dios ha comenzado a desarmonizar la gran música de la creación. Nosotros no estamos más en contacto con nuestra verdadera naturaleza y vivimos en el exilio de la incomunicación. Hildegarda de Bingen nos habla sobre la responsabilidad del hombre con el cosmos y la historia. Nosotros no somos simplemente responsables de nuestra alma, sino que nuestra responsabilidad va más allá de nuestro ser y trasciende a los otros hombres, siendo también responsables por la armonía de toda la creación. No somos, como lo entiende la cosmovisión contemporánea, mónadas aisladas e incomunicadas cuyas actividades no influyen en el resto. Nuestra responsabilidad es total y con cada elección que hacemos estamos modificando toda la realidad.

Hoy en un mundo signado por el individualismo es difícil de comprender este pensamiento, sin embargo no hay mayor coherencia que este planteo que nos hace Hildegarda. Si todo el cosmos fue destinado para un fin, cada partícula debe hacer su movimiento en orden a tal fin; de no hacerlo, obliga al resto a realizar un esfuerzo mayor y algunas veces los condena a la incomunicación. Cada palabra que escribimos o pronunciamos, cada acto de nuestra vida está influyendo en el mundo y en las personas, y nosotros somos responsables de estos efectos.

Nosotros hemos sido creados desde el barro, Hildegarda nos ve allí, en manos del Creador, adornados con joyas y perlas, las vírgenes y los mártires, y dotados de poderes que han sido dados por Dios. Por un abrazo y un beso los seres humanos hemos sido creados desde las profundidades del corazón de Dios y enviados al señor  del mundo. Así somos dependientes del mundo por nuestra procedencia, pero somos aún más dependientes de nuestro deseo de Dios, nuestra madre. En Él encontraremos el eterno descanso y la protección que tanto buscamos.

Estamos ligados íntimamente con Dios, por lo cual no podemos abandonar o perder absolutamente nuestro deseo de Él porque eso sería abandonar nuestra propia naturaleza y poder. Sin embargo tenemos la inclinación a decir: “¡Sé que yo puedo hacer todo!”, olvidándonos de esta inclinación divina. Así es como nos encontramos en una incomunicación con Dios, nuestros sentidos han sido cerrados por el pecado; por ello, para recuperar nuestra comunicación, Hildegarda nos impera como San Benito a escuchar con los oídos del corazón, así renovar nuestra visión del cosmos, y encontrar en esta visión el orden del amor de Dios.
Esta comprensión de la vida humana, esta visión clara de nuestra naturaleza tan antagónica, en la cual nos negamos a nosotros mismos, negamos nuestra naturaleza y la naturaleza, nos dice que necesitamos volver constantemente sobre nuestra esencia para poder obrar en consecuencia. Pero a la vez, es necesario encontrarnos con nuestra Madre, con nuestra procedencia absoluta, quien nos dará la pauta de nuestra existencia. Es necesario siempre retornar con el corazón renovado, con los ojos libres de los vicios para comprender nuestra naturaleza.

Así tenemos la Obduratio, que es el vicio de la insensibilidad, es una resistencia a ver la realidad tal cual es. Y le recrimina a la Misericordia, su antinomia, lo siguiente: “¿Por qué me haré cargo de alguien a quien no le he dado la vida, yo no decidí que él naciera, por lo cual no tengo responsabilidad de él?”

¡Ahí está el hombre mónada, el hombre aislado del mundo, sordo a la misma realidad!. No reconoce al otro como miembro de la naturaleza. No reconoce al otro como “otro yo” ni a la naturaleza como quien está para servirle y él para gobernarle rectamente. Justamente por esta línea es por donde la Misericordia responde a este reclamo de la Obduratio:  “¡Ser Petrificado! Toda la naturaleza se dona en busca de la comunidad en el amor, y se encuentra al servicio del hombre, y en este servicio da todos sus bienes al hombre. Mi corazón está lleno y deseoso de ayudar a todos.... Yo soy la que salva cada ser, quien cuida cada dolor.

Finalmente encontramos el diálogo entre la Tristeza del mundo y el Gozo celeste. La Tristeza del mundo tiene que ver justamente con la  soledad del hombre, con la negación de la trascendencia. Sin Dios nada tiene sentido, ni el mismo gozo terrenal, ya que en el mismo instante que inicia se termina, y la misma ausencia de ese gozo pasajero se condena. ¡Mucho más aún lo será la presencia del dolor!. Mientras que con la conciencia de la realidad divina, con la comprensión de la realidad y su finalidad en lo divino, nuestra visión de la realidad es más profunda.

Este aporte a la comprensión del mundo planteada por Hildegarda de Bingen. La intencionalidad que tenemos es  mostrarles rápidamente el lugar del hombre en el cosmos, ¿cómo el hombre se ubicaba en un lugar privilegiado? Y ¿de qué manera éste debía responder al papel que cumplía en la Creación?
La responsabilidad que nos deja el legado de la Abadesa es grande. Los movimientos armónicos de las estaciones, los vientos, el mar y la tierra fértil son la música por la cual la creación reza a Dios. Nosotros, los hombres, somos los que desafinamos en la gran orquesta del mundo. El hombre está destinado a definir el desarrollo de la creación, y sólo encontrará este camino volviendo sus ojos al origen y así re-descubrir su naturaleza. Por nuestra rebelión hemos perdido nuestro contacto con Dios e interferimos, como en toda orquesta, en la comunicación del resto, por ello, nuestra corrupción comenzó a corromper el resto de la creación y su orden a Dios.

Santa Hildegarda nos convoca a comprender la importancia de nuestras obras, nos muestra el protagonismo de cada uno en el plan divino, y en la salud de toda la creación. Es necesario recuperar este sentido que une a toda la realidad, es necesario ver la trascendencia de cada uno de nuestros actos


10.-  LA NECESIDAD DE UNA ESPIRITUALIDAD “ECOLÓGICA”

La espiritualidad es necesaria como respuesta a la crisis ecológica actual  debido a la actividad humana depredadora, es una tesis que se va imponiendo cada vez con más fuerza. Estamos constatando, en efecto, que las solas soluciones técnicas no son suficientes.

10.1.- La espiritualidad cósmica del salterio
Es importante resaltar la espiritualidad cósmica que se encuentra en el libro de los Salmos.
Esta espiritualidad remite decididamente al Cosmos concebido como creación de Dios. Lo que supone tener de fondo los relatos del Génesis relativos a la creación, considerados por muchos con implicaciones anti ecológicas. Sin entrar aquí a fondo en este debate, sí que hay que tener presente al menos lo siguiente: no hay que hablar de un relato sino de tres; en el primero aparece, cerrando la creación, la famosa frase de Dios dirigida al hombre: “creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1,28) que, especialmente si se asume con los supuestos modernos, puede tener marcadas implicaciones anti ecológicas; pero en el segundo, aunque el ser humano siga en el centro de lo creado, la relación que se le propone es más bien la de administrador responsable: Dios le coloca en el Jardín del Edén para que “lo guarde y lo cultive” (Gn 2,15); dado que el hombre se propone ser centro no de lo creado sino de la realidad –ser como Dios– hace entrar el mal en el mundo con tales consecuencias que arrastra consigo la destrucción de la Naturaleza vista como solidaria con él: los males del hombre son tan grandes que Dios, al arrepentirse de haberlo creado y decidir borrarlo de la tierra, decide borrar con él a todos los vivientes a través de un diluvio –catástrofe general–; cuando decide salvar a Noé y su familia porque alcanza su favor decide salvar a todos los vivientes, salvando una pareja de cada especie; y es precisamente tras el diluvio cuando emerge el que puede considerarse relato conclusivo de creación o el tercer relato: Dios rompe la solidaridad de hombre y Naturaleza en el mal para garantizar la supervivencia de ambos –“no volveré a maldecir la tierra a causa del hombre, no volveré a matar a los vivientes como acabo de hacerlo”– a través de un pacto no sólo con Noé sino “con todo lo que vive en la tierra” (Gn 9,17).

La condición actual de creación que se desprende de los once primeros capítulos del Génesis es, pues, la del postdiluvio, definida por lo siguiente: no se da ya ni la armonía primigenia de todo ni la solidaridad universal en el mal, sino la alianza de Dios con un mundo en el que la armonía está herida y hay presencia del mal humano; esta alianza tiene estas características:
Es universal, abarca a hombres y vivientes –en los textos posteriores la alianza implicará sólo a los hombres; es unilateral, responde a la iniciativa gratuita de Dios que prolonga su acto creador;
Es permanente, ningún acontecimiento la quebrará –en esta lógica no habría que atribuir ya las catástrofes naturales a Dios;
El sueño escatológico es reencontrar la armonía plena entre los hombres y con los vivientes, en la que el lobo habite con el cordero y el niño pueda jugar con la serpiente (Is 11,6-9).

Como puede verse, es excesivo decir que estos textos de creación pueden ser interpretados hoy como pro-ecológicos, pero también resulta reduccionista tildarlos de antiecológicos. Pues bien, en este trasfondo  emerge una espiritualidad muy relacionada con el Creador, pero abierta a la empatía con las criaturas, que tiene sus mejores ecos en los salmos. Trato de describirla someramente, apegándome a los propios textos.

La primera Es, una espiritualidad de admiración contemplativa.
Admira lo que Dios ha hecho y le admira a Él por lo que ha hecho: “¡Qué admirable eres tú en toda la tierra!” (8,2.4.10). Una admiración contemplativa que está a la base del resto de experiencias interiores.

El sueño escatológico es la armonía plena entre los hombres y con los vivientes

Lo que se admira y contempla es especialmente la presencia y la acción de Dios en lo creado. Lo que adquiere varias formas: La creación no es ajena al Creador sino que está habitada por él. El que Dios habite en lo creado, como su vestido, su tienda, su transporte, se expresa poéticamente con una vivísima literalidad: “La luz te envuelve como un manto. Despliegas el cielo como una tienda, construyes tus salones sobre las aguas; las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas del viento; los vientos te sirven de mensajeros, el fuego llameante de ministro” (104,2-4). Debemos vivenciar la creación como templo sagrado.

En la segunda Dios se nos muestra como el que cuida de todo lo creado –especialmente de todo lo viviente, animales y plantas– con la solicitud propia del agricultor más encariñado con su tierra. Son especialmente expresivos a este respecto el salmo 65,10-14 y el 104,10-30. “Así preparas la tierra: riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja esponjosos, bendices sus brotes, coronas el año con tus bienes” (65,11-12). “De los  manantiales sacas los ríos para que beban las fieras agrestes” (104,10-11). Dios se empeña a fondo en realizar el cuidado de la creación que encomendó al ser humano en el Paraíso. Contemplar a este Dios cuidador lleva implicada necesariamente la actitud de prolongar sus cuidados con la Naturaleza, en lo que dependa de nosotros.

Dios cuida especialmente a los humanos, pero insertándolos en la creación: “de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche” (121,6).Y precisamente porque el ser humano ha contemplado lo grandioso del conjunto de la creación, se queda admirado de que, siendo tan poquita cosa en ella, Dios se ocupe en especial de él y le dé soberanía sobre lo creado, aunque en el marco de la soberanía última de Dios (ver salmo 8). En este contexto, la experiencia de sentirse “dueño” de la Naturaleza queda decididamente matizada desde la humildad y la acogida del plan de Dios –actitudes decisivas de toda espiritualidad.

Un tercer modo Dios gobierna la creación con mano firme (ver salmos 33,6-9 y 104,5-9). El “temor de Dios” que acompaña a esta experiencia no tiene que olvidar que se trata también de poder protector: gracias a que “trazaste a las lluvias una frontera que no traspasarán, no volverán a cubrir la tierra” (104,9).
La espiritualidad de admiración así planteada se desarrolla espontáneamente como espiritualidad de alabanza, bendición y acción de gracias por la obra de la creación: “¡Bendice al Señor, alma mía, qué grande eres!”, comienza y acaba el salmo 104. En cuanto al agradecimiento, el más expresivo es el 136, el que insiste reiterativamente en “dad gracias... porque es eterno su amor”. En este salmo el amor de Dios no sólo se expresa en su obra liberadora en la historia (v.10-24) sino también, y en unidad con ella, en su obra creadora –aquí, el cielo y sus astros en especial– que tenemos que acogerla como don y administrarla
de modo tal que no contradiga la intención de Dios que “da alimento a todo viviente” (v.25).

Por último, una espiritualidad centrada en la relación entre ser humano y Dios, es que personaliza al resto de realidades creadas para que sean ellas mismas las que alcen su alabanza a Dios por la magnificencia de lo que ha creado. La fuerza y el lirismo con que esto se expresa son muy notables. En unos casos, el salmista da por hecho que las criaturas no humanas elevan esa alabanza a Dios, con una expresividad que tenemos que reconocer a través de nuestra atención contemplativa, con lo que la Naturaleza se nos muestra reveladora de Dios (ver salmo 19,2- 7): el cielo proclama la gloria de Dios “sin que resuene su voz, sigilosamente, pero alcanzando a toda la tierra su pregón”. En otros casos (salmos 98,4-8 y 148) se invita a todo lo creado (astros, tierra, mar, todo lo que habita a ambos –vegetal y animal–, fenómenos atmosféricos, etcétera) a que acompañen a los humanos de toda condición a alabar y aclamar, a voz en grito y acompañados de todos los instrumentos, a quien “ha dado consistencia a una ley que no pasará”. Aspecto éste que nos permite subrayar dos nuevos elementos muy relevantes: el de una cierta espiritualización de lo material y no humano y el de otra característica de esta espiritualidad: la alegría.

Creo que con todo lo dicho queda de manifiesto que esta espiritualidad cósmica de salmos como los citados permite, desde ella misma, una innegable apertura a la sensibilidad ecológica.

Quien vibra interiormente con el salmista ante la contemplación de lo creado no puede menos que respetar, cuidar y amar a eso creado, resituándolo ciertamente en su Creador, pero sin que ello niegue valor a la creación en cuanto tal, sin que la reduzca a pura condición de medio. En este sentido, textos como los citados orientan hacia la dimensión positiva los aspectos más ambiguos de los relatos de creación.

10.2.- La espiritualidad de los himnos Cristo-cósmicos paulinos
Una segunda referencia a la que conviene que nos remitamos para alimentar la espiritualidad ecológica cristiana se encuentra en las cartas paulinas. Nos estamos  refiriendo en concreto a determinados textos que nos hablan del Cosmos de un cierto modo, situándolo además en el horizonte de Cristo. Tienden a expresarse bajo la forma literaria de “himno”, con todo lo que este género tiene de alabanza y proclamación. Con lo cual, ya en el propio texto, está presente la huella de que se trata de algo más que de definición de una realidad; se trata de exultación ante una realidad que es vida y sentido para nosotros. Esto es, se está expresando una vivencia espiritual y una llamada a participar en ella.
El primero de ellos, no oficialmente hímnico pero con toque elegíaco, con lo que nos remite también a vivencia espiritual, aunque con otros tonos, es el de Romanos 8, 19-25. En él se nos dice que la creación entera, sometida a la vanidad por culpa del hombre en última instancia, gime como en los dolores de parto, anhelando participar en la revelación y la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Como puede verse, hay referencia a la visión del Génesis en la que el Cosmos es solidario de la maldad humana, pero algo nuevo aparece: esta creación, la que nosotros habitamos, no se estanca en la vanidad ni precisa ser destruida –es valiosa, aunque imperfecta y con ámbitos de maldad–; al revés, está en proceso de parto, de sufrimiento y esperanza, respecto al que se nos propone que acabará en plenitud, en revelación y libertad plena, las mismas que esperamos los hijos de Dios (v. 19 y 21) –solidaridad total en el bien–. Es cierto que esa esperanza tiene que hacerse paciencia (v. 25), pero se trata de esperanza fundada, pues experimentamos ya las primicias del Espíritu (v.23) –el que alienta el buen parto–. No se puede decir con más fuerza que el Universo realmente existente y la humanidad recorren unidos el mismo camino hacia su plenificación al amparo de Dios y de su Espíritu. Esto es, por un lado, en el mundo imperfecto está ya la semilla de su perfección y, por otro lado, en su desarrollo vamos de la mano humanos y todo lo no humano. Si añadimos por nuestra parte que la esperanza no tiene que ser sólo paciencia sino también estímulo para la acción que persiga aquello a lo que apunta, deberemos concluir en que se nos propone aquí una experiencia cristianamente espiritualizada del Cosmos –con el que tenemos un estrecho lazo de solidaridad–, en la que la impregnación de la perspectiva ecológica se impone espontáneamente.

El segundo texto lo encontramos en Efesios 1,7-10. En él, bajo el género específico de bendición, se nos dice solemnemente que Dios nos ha desvelado el Misterio de su voluntad que se realizará al cumplirse el tiempo: que el Universo entero, esto es, lo celeste y lo terrestre, alcanzará su unidad en Cristo. La diferencia con el texto anterior es que en éste el protagonismo de Cristo es central: es él el que recapitula todas las cosas –humanidad y Cosmos–, siendo su principio de unidad. Origen y término de la creación son integrados en él, y de ese modo repara la fractura que había en ella. Otra forma preciosa de expresar la salvación y plenificación del Cosmos.

Por último, hay un tercer manojo de textos que merecen ser destacados también. La idea central de los mismos se nos anuncia en Filipenses 2,9-11, en donde se nos invita a confesar a Jesucristo como el Señor del cielo, la tierra y el abismo –añadido interesante–, y en 1 Corintios 5,28 y Filipenses 3,21 que insisten en que todas las cosas están llamadas a “someterse” al Señor Jesucristo, al Hijo –y éste a Dios–. Ciertamente, este señorío universal se presta en sí a diversas interpretaciones, no necesariamente positivas para los “sometidos”. Pero en estos textos hay ya una indicación relevante que nos orienta respecto a esta cuestión: el sometimiento de lo creado a Cristo es análogo al de éste al Padre, esto es, el propio de una unión de amor que nos plenifica –al Cosmos y a la humanidad–. Teilhard de Chardin, al que presentaré luego, desarrolla este texto dando, creo, en la clave del mismo: “todo es sagrado para quien distingue, en toda criatura, la parte de ser elegido sometida a la atracción de Cristo en vías de consumación”.

De todos modos, esta idea central se desarrolla plenamente en el himno de Colosenses 1, 15-20. Aquí se nos dice que todo lo creado (los cielos y la tierra, lo visible y lo invisible –también sugerente añadido) fue creado por Cristo y para Cristo, su Principio, y tiene en él, en quien reside la Plenitud, su consistencia; por él y para él, mediante la sangre de su cruz, Dios reconcilia y pacifica todas las cosas. Aquí es un Cristo cósmico el que se nos revela, pero conexionado decididamente con el Jesús histórico de la cruz. Cristo, en quien todo tiene su consistencia, se despliega para abarcar toda la realidad a fin de reconciliarla: nueva modalidad para expresar la plenitud de lo que estaba dividido y violentado. Y precisamente por eso y en eso se afirma su primacía sobre lo creado; en eso consiste. La potencia de la resurrección se extiende así no sólo a toda la humanidad, sino a todas las criaturas, desde las que pueden parecernos más insignificantes hasta las más esplendorosas entre las invisibles –los ángeles de la cosmología judía–. Un nuevo modo de expresar, complementario de los anteriores, que toda la realidad cósmica tiene consistencia en sí –aunque no por sí– y está llamada a su plenitud. Nueva estimulación, por tanto, a vivir una espiritualidad relacional con el Cosmos que vea a éste transido de Cristo, salvado y reconciliado por él, aunque se trate de reconciliación en proceso.

10.3.- La espiritualidad de la Materia cristificada: Teilhard de Chardin
La afirmación y experiencia del Cristo total en Teilhard expresa una síntesis de relación personal y de inmersión cósmica, de anclaje en una realidad histórica –la del “Jesús palestino”– y de anclaje en una evolución Cósmica –de la que Cristo universal, además de ser su corazón, es su punto Omega–, de referencia a lo inmanente y a lo trascendente. La Creación es abierta, la Encarnación es la unificación del Mundo en Dios, la Pasión - Resurrección es una experiencia que afecta al universo entero. Plena imbricación, como puede verse, de los tres misterios centrales del cristianismo en los que se implica a la realidad entera. Boff reasume este enfoque con enmarque explícitamente trinitario: “El Cristo cósmico está fermentando toda la masa del universo, conduciéndola a la totalidad, hacia el punto omega de Dios. Y el Espíritu Santo habita la creación, dándole movimiento y vida, empujándola y atrayéndola hacia la suprema síntesis del Reino de la Trinidad” (1996:82).

Una vivencia espiritual como ésta incluye evidentemente empatía radical hacia lo sagrado del Universo, lo que, más allá de lo que se haya planteado el propio Teilhard (en su tiempo, aunque muy cercano al nuestro, aún no se percibe toda la peligrosidad de la intervención humana en la Tierra) implica firmes actitudes ecológicas ante él, además desde la perspectiva del todo en el que las partes se definen en sus interrelaciones, algo muy importante para la ecología actual. De todos modos, de cara a éstas implicaciones ecológicas –y para relacionarlas con el tema de las catástrofes– es también muy pertinente lo que Teilhard dice de las actividades y pasividades de la existencia.

Por las actividades, nos dice, nos adherimos al poder creador de Dios, somos su prolongación viviente. En este sentido, Teilhard manifiesta sus prevenciones respecto a la percepción de la Tierra como la Gaia mater, la Madre que nos acunaría y alimentaría como a niños. Más bien, como adultos, tenemos que “luchar con ella” para que avance a su punto Omega. Nuestra obediencia a la voluntad divina inscrita en el Cosmos debe desembocar en el esfuerzo positivo, en la pasión por el trabajo. Debemos cultivar el Mundo “para llevar a término de alguna manera a Cristo”: “Desde el momento en que el Progreso inmanente es el Alma natural del Cosmos, y que el Cosmos, a su vez, se halla centrado en Jesús, ha de admitirse como demostrado que, de una o de otra manera, la colaboración al Devenir cósmico constituye una parte esencial y primaria de los deberes del cristiano”. La proyección de este criterio al tema de las catástrofes me parece bastante clara: hay que luchar por construir un mundo lo menos catastrófico posible. Cuando la iniciativa humana aumenta el número y el impacto de las mismas, vamos exactamente en la dirección contraria.

De todos modos, la catástrofe desborda a los humanos y está ahí, como están diversas formas de destructividad y en última instancia la muerte para los vivientes. Esto nos pone en contacto con las pasividades, la parte más extensa y profunda de nuestras vidas. Según Teilhard hay que distinguir entre pasividades de crecimiento y de disminución. Las primeras nos remiten a todo lo positivo que hemos recibido, ante lo que debemos estar en disposición de reconocimiento agradecido. Las segundas, las verdaderas pasividades, remiten a sufrimiento, a limitación personal, a destrucción, con la muerte como expresión suprema. Pues bien, Teilhard, siguiendo aquí a los místicos, insiste en que también en ellas, de que especialmente en ellas, en ese reducto que parecía escapársele, hay que descubrir a Dios: “Benditas pasividades que me enlazáis por cada una de las fibras de mi cuerpo y de mi alma, Santa Vida, Santa Materia, por cuyo medio comulgo, al mismo tiempo que con la Gracia, con la génesis de Cristo, puesto que, al perderme dócilmente en vuestros amplios pliegues, nado en la Acción creadora de Dios, cuya Mano no ha cesado nunca, desde el comienzo, de modelar la arcilla humana destinada a formar el Cuerpo de su Hijo; yo me entrego a vuestra dominación; me pongo en vuestras manos, os acepto y os amo. Soy dichoso de que Otro me ate y me haga ir adonde yo no quería” (Ibid. 58).
Para Teilhard, pues, también acogiendo las pasividades que se nos imponen colaboramos en la génesis de Cristo, en nosotros y en el Cosmos. Todas ellas son cruces orientadas a desbordarse en la Resurrección. Ciertamente, éste es un punto delicado.

Especialmente cuando se indica que necesariamente el camino de la plenitud implica la pasividad. De hecho, toda la gran mística ha enfatizado y matizado notablemente este punto –la fecundidad de las “noches", por utilizar la categoría de Juan de la Cruz– en los procesos personales, y en estos marcos es menos “escandaloso” encontrarle el sentido. La vida personal de Teilhard estuvo muy abierta a ellas –especialmente por las resistencias y acusaciones que encontró en las instituciones eclesiales.
Pero cuando desbordamos la aplicación personal maduramente asumida y la proyectamos a la historia humana y cósmica (aquí incluyendo la destructividad que desborda a los humanos), el escándalo sube de tono y nos resultan chirriantes justificaciones de tipo hegeliano.

Nos topamos entonces con el punto crítico de toda espiritualidad ecológica, al que me refería al comienzo. Una primera advertencia se impone para abordarlo: la aceptación de las pasividades supone la realización de las actividades, esto es, de todas aquellas iniciativas que, con el apoyo de la tecnociencia, permiten reducir la destructividad. Pero ésta, a pesar de ello, nos desborda. En este sentido hay que hablar de pasión del mundo, en la que encontramos los cataclismos, además de nuestras violencias humanas evitables. El Cristo cósmico está crucificado desde el comienzo del mundo, sufriendo en los que sufren, asumiendo la condición contradictoria de la evolución. Pero, ¿qué puede redimir a sus víctimas? Es aquí donde, para el cristiano, aparece la resurrección del crucificado y de los crucificados en la historia cosmogónica. Ésta, para Teilhard, desbordando la resurrección del Jesús histórico y la de los humanos, “es un tremendo acontecimiento cósmico” en el que se nos muestra que la entropía no tiene la última palabra y que la vida de todas las víctimas retorna transfigurada en una reconciliación final plena (18).

Por supuesto, nos topamos aquí con un misterio de fe, que no destruye las perplejidades racionales pero que las abre a una esperanza que se percibe fundada en la propia vivencia espiritual percibida como gracia (19). Sintetizando todo esto, la espiritualidad ecológica así planteada supone una gestión adecuada y complicada de las actividades y pasividades.

Acabo ya este recorrido por los que considero hitos significativos de una espiritualidad cristiana expresada de tal modo que, reasumida desde los tiempos actuales, desde sus aportaciones y sus sombras, se muestra adecuada para imbricar intrínsecamente los planteamientos ecológicos. Consolidar y generalizar esta espiritualidad que simplificadamente he llamado ecológica es una tarea que pide su tiempo y su trabajo, tanto al interior de cada tradición religiosa como en los espacios de diálogo entre ellas, abiertos al diálogo con espiritualidades seculares. Espacios éstos que deberían ser intensos y orientados tanto a compartir lo común como al aprendizaje mutuo, tanto a vivenciar interiormente esta espiritualidad como a traducirla en la acción a la que empuja. "Danos hoy nuestro pan del mañana" (Mt 6, 11)
La petición "Danos hoy nuestro pan", nos recuerda que necesitamos tener cosas para vivir. Somos, en la medida en que nos relacionamos bien con la naturaleza. La tierra es el gran regalo del Padre/Madre que nos engendró en la mañana de la creación. "Creced multiplicaos y trabajar la tierra".( Gn 1, 20) Todo lo creado es bueno y hay que saber disfrutar de su bondad y belleza. Algunos, pobres de corazón como Francisco, perciben en la creación, la presencia del Espíritu que da vida a todo cuanto existe y cantan "hermano sol, hermana flor, hermano lobo .." Su actitud denuncia las violentas agresiones a la naturaleza. Tanto los agujeros negros, como la tala de los bosques, o los plásticos que degradan nuestros campos, son fruto de nuestras tendencias posesivas. Al decir de los expertos las devastadoras consecuencias del huracán Mitch se hubieran podido paliar, si las construcciones de los pobres hubieran sido sólidas como las de los ricos. El afán de lucro está deteriorando la belleza y esplendor del gran regalo para todos que es la naturaleza. ¿Cómo reconciliarnos con ella?
"Danos hoy nuestro pan", es una alerta. Buscamos seguridad para tapar nuestra pobreza existencial y acumulamos en pocas manos los bienes que son de todos: frutos de la tierra, de las ciencias, de la técnica, de la cultura etc. Como resultado brotan las injusticias, las envidias, los robos, las guerras y las divisiones del mundo en primero, segundo, y hasta cuarto, alumbrando el quinto. Categorías íntimamente relacionadas con el dios dinero. Jesús es enérgico y radical a este respecto "no podéis servir a Dios y al dinero".( Mt 6,24). Hay violencias enormes causadas por la indebida apropiación de los bienes que son comunes. A todos los televidentes les llegan las mismas seductoras invitaciones para la compra, y ante la desigualdad de las posibilidades económicas los más desfavorecidos alcanzan lo que ansían de modo violento: atracos, o arriesgando sus vidas en las pateras para cruzar fronteras. Como alternativa a una sociedad tan inhumana, el sermón del monte nos invita a poner en el Padre nuestra seguridad existencial. "No os preocupéis, hasta los pelos de la cabeza están contados" (Mt 10,30)). El abandono no significa pasividad, más bien todo lo contrario plena actividad y trabajo, pero concentrado en el momento presente, el único que poseemos y en el que podemos trabajar y duro, para hacer fructificar la tierra gozando al mismo tiempo de su riqueza y belleza. Por eso "A cada día bástele su propio afán". El texto de Mateo y su paralelo en Lucas, el evangelista que tanto alerta a la comunidad sobre el uso de las riquezas, nos previenen sobre la gran tentación de acumular en pocas manos lo que es de todos. Y ello aún en el caso en que lo acumulado haya sido heredado. (Lc 12,13 ss)
Danos hoy el pan del mañana, significa poseer únicamente lo que necesitamos para vivir. Actitud que los sencillos nos enseñan y les hace felices y contrasta con el sufrimiento que acarrea el andar buscando cómo tener más para gastar más. En la actual sociedad de consumo, esta invocación nos invita a vivir con lo necesario, a cultivar una cultura de la austeridad compartida como decía Ellacuría, a buscar un estilo de vida más sencillo como tantas y tantos jóvenes reclaman hoy y lo encuentran en otros mundos menos tecnificados o menos sofisticados en los que el gran tesoro es la vida misma. Hoy el movimiento ecológico nos enseña y anima a vivir en armonía con la naturaleza. Cuando trabajamos con cariño la tierra brotan frutos sabrosos, si por afán de lucro nos apoderamos de ella arrebatándola violentamente como ocurre con los bosques del Brasil, sus consecuencias negativas perjudican y empobrecen a los otros, con inundaciones en Bangladesh u otros lugares. Valorar la tierra, es una de las grandes lecciones que se aprenden en lugares o países, aún no contaminados por el mercantilismo. La sabiduría oriental nos enseña a vivir en armonía con la naturaleza, a gustar la vida, a saborearla. Eric Fromm, en "Tener o Ser" nos presenta las distintas actitudes de dos poetas ante una flor. Bash, un japonés, se limita a mirar la flor para verla, mientras que Tennyson, poeta inglés, necesitaba poseer la flor para comprender a la gente y a la naturaleza y al tenerla mata a la flor.
El deseo de hacer de la tierra una casa habitable para todos, supone, denunciar las injusticias, explotaciones, corrupciones, agujeros negros, contaminación atmosférica etc., y ofertar alternativas: campañas en torno al 0,7, la Deuda externa, contra la venta de armas, comercios justos y alternativos etc. En lugar de posturas colonialistas que aportan dinero y ladrillos, la oración del padrenuestro nos invita a escuchar y apreciar los valores de los pueblos a los que vamos, aprendiendo de ellos, de sus culturas, compartiendo las mutuas búsquedas.

Danos tu pan, en su sentido más pleno alude a todo cuanto nos hace vivir. Nos invita a valorar la amistad humana, la comunión con las personas por el compartir. Es el "hoy por ti y mañana por mí" principio que rige la vida de tantos y tantas pobres, que espontáneamente viven lo que entendemos por solidaridad. La parábola que en Lucas sigue al padrenuestro asocia la petición del pan con el Espíritu que el Padre no lo niega a nadie. (Lc 11, 13), y es el cariño de Dios derramándose en nosotros y a través nuestro en los demás. La petición nos invita a valorar, a saborear el gozo de la vida y a compartirla con quienes más lo necesitan. Eso fué lo que hizo Jesús, nuestro Pan de vida. Y eso es solidaridad. Para que ésta no pierda su frescura ha de ser gratuita como la del muchachito que presentó sus siete panes y dos peces para que comieran todos y luego desaparece.(Jn 6 ,25). Compartir y desaparecer, eso crea fraternidad. Muchos misioneros lo saben por experiencia.

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