El laico en el correr de
la Historia de la Salvación y en Aparecida
¿QUIENES SON LOS
LAICOS?
Los
fieles laicos son
Los
cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el
pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdotes, profetas y
rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano
en la Iglesia y en el mundo. Aparecida 209
Está claro que la Iglesia no se puede
reducir o limitar a la actividad de la Jerarquía. Normalmente las actividades
de la Iglesia discurren por el campo de
los cristianos corrientes, a los que se les conoce con el nombre de laicos. El término laico deriva
del griego “laos” y significa “hombres del pueblo” o “ciudadanos”. Los
laicos (o seglares) son por tanto, todos los fieles cristianos, no sacerdotes
ni religiosos, que, incorporados a
Cristo por el bautismo, forman parte de la Iglesia y desde su vocación
concreta: matrimonio, soltería, etc, se esfuerzan en santificarse en el
ejercicio de su trabajo y en el cumplimiento de sus responsabilidades.
- ¿CUÁL ES LA MISIÓN DE LOS
LAICOS?
“el
ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo
de la política, de realidad social y de la economía, como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los “mass media”, y
otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la
educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento”
- Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que,
con su testimonio y su actividad, contribuyen a la transformación de las
realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio.
- Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta.
- Los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar con acciones en el campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la guía de sus pastores. Ellos estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano.
- Para cumplir su misión con responsabilidad
personal, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar
testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida
social, económica, política y cultural.
- El laico en el correr de la Historia
a)
¿Había laicos al principio?
La Biblia es el
testimonio vivo de la fe de un pueblo elegido por Dios, en el antiguo
testamento, no existe ni se usa el término laico para designar a los creyentes
que sirven y temen al Dios único Yavé, ni se concibe al creyente aislado del pueblo, Dios está
presente en su pueblo y camina con su pueblo hasta el día de su revelación
plena en su Hijo Jesucristo.
En el Nuevo Testamento no aparece nunca la
palabra “laikós” para denominar a los que siguen a Jesús. Se habla de
“creyentes”... y, sobre todo, de “hermanos”. Aunque el término está ausente, el
N.T. aplica a toda la comunidad las características que en el A.T. quedaban
reservadas a lo más sagrado del Pueblo de Israel, (Templo, sacerdocio...). Por
Cristo toda la comunidad (y no sólo un grupo) son pueblo, “laós”, sacerdocio
real, nación consagrada, propiedad querida de Dios. (Cfr. 1 Pe. 1,9).
La distinción no se establece entre ministros
y no ministros dentro de la comunidad, sino entre pueblo y no pueblo.
Esta unidad radical está sazonada por una
rica variedad de dones y carismas suscitados por el Espíritu de Jesús. Este
mismo Espíritu preside la mutua subordinación de los carismas en el amor y
garantiza la existencia de una dirección dentro de la comunidad.
La acentuación de la unidad frente a la
distinción dentro del pueblo de Dios prevalece sustancialmente en los tres
primeros siglos. La Iglesia se asoma al balcón de la historia presentándose
como alternativa y fermento. La sociedad helenista y romana la rechaza y
persigue. La comunidad experimenta en carne viva y martirial la novedad de su
mensaje en tensión con el mundo circundante.
Aunque prevalezca en estos siglos el aspecto
comunitario (radical unidad) sobre el jerárquico (diferencias internas), no
significa que no exista una organización interna. El conjunto de los bautizados
que no participan de un ministerio jerárquico se comienza a distinguir de la
estructura jerárquica de la comunidad. A finales del siglo I, encontramos el
término “laico” para designar al pueblo en cuanto distinto de los ministros del
culto.
Ya desde finales del siglo I, encontramos, y
con creciente intensidad, cómo las comunidades cristianas se articulan
jerárquicamente en torno a sus Obispos. A principios del tercer siglo
cristiano, aparece el término “clero” para designar al grupo de los ministros
de la comunidad.
Este proceso de organización no significa que
el clero acapare los carismas y ministerios.
La tarea de la evangelización es obra de
todos y abundan los profetas y evangelizadores laicos itinerantes. “Laicos son
los primeros teólogos y defensores del cristianismo” (Justino, Taciano,
Tertuliano...).
Conocemos incluso, la existencia de
ministerios femeninos dentro de las comunidades. En Siria, por ejemplo,
existían diaconisas para bautizar a las mujeres ya desde el siglo II. Hipólito,
en Roma, nos habla de un “orden de viudas” (siglo III) cuyo ministerio estaba
ligado a las obras existenciales dentro y fuera de la comunidad.
b)
¿Ha perdido sabor la sal?
La Época histórica que se abre con el Edito
de Milán (313) significa para la Iglesia una situación nueva. Decrece la
tensión entre el mensaje cristiano y la altura circundante. La sociedad
comienza a inculturar los valores cristianos. Ciertamente la Iglesia se encarna
mucho más en la sociedad como factor de progreso social y humano. Ya no vive en
situación de “paroikía”, de peregrinación por tierra extraña, y se convierte en
“parroquia”, comunidad asentada en un territorio y protegida por el Imperio.
La tensión, inexistente en lo exterior, se
desplaza poco a poco al interior de la comunidad, afectando a las relaciones
entre sus miembros. el clero se hace “orden” o categoría social. La liturgia se
va haciendo cada vez más “cosa de curas” y el pueblo va perdiendo protagonismo.
Se multiplican los signos externos de
separación entre el clero y el pueblo (hábito especial, privilegios, espacios
reservados en el templo, derecho en exclusiva a enseñar y catequizar...).
Comienza a prevalecer la distinción sobre la unidad dentro de la comunidad, aun
cuando no faltan voces discrepantes y acciones claras del laicado
(espiritualidad, obras asistenciales, administración de los bienes de la
comunidad, participación en la pastoral...
c)
Las luces y sombras del laicado en la Edad
Media
Durante la Edad Media existe un denominador
común como tendencia con respecto al laicado: su progresiva devaluación. El Matrimonio
se considera una concesión a la debilidad humana. Laico es lo mismo que
ignorante. La separación entre clero y pueblo se institucionaliza en el Derecho
El laicado queda excluido del ámbito de lo
sagrado y se refugia en una espiritualidad devocional separada de la liturgia.
A partir del siglo XII, Europa va a conocer
cambios profundos en los que instituciones como las Universidades y la nueva
clase burguesa van a tener un papel de primer orden. En sintonía con el nuevo
espíritu, el laicado adquiere en la Iglesia conciencia de su misión que se
expresará en la búsqueda de una Iglesia más cercana al Evangelio. Irán
surgiendo movimientos que contestan a la Iglesia oficial, rica y poderosa, en
nombre del evangelio leído en lengua vulgar.
Su influjo fue evidente y beneficioso para la
Iglesia a través, sobre todo, de Francisco de Asís que con su obra y su familia
religiosa va a “recuperar” los carismas laicales en la Iglesia.
Aunque ya en la Edad Media contamos con los
primeros santos laicos, no existe aún una espiritualidad laical. Parece
necesario distanciarse de las cosas, acercarse lo más posible a la vida
monacal, para lograr la santidad.
d)
El
laicado en la época de las Reformas
A partir de finales del siglo XIV, la
sociedad Medieval se desintegra. Aparece la conciencia individual, el espíritu
de nación, la autonomía de lo secular frente a la tutela de la Iglesia... Mucha
gente empieza a experimentar que en la Iglesia no se dan las condiciones para
alcanzar la salvación. Se prefiere la propia experiencia subjetiva o las
pequeñas comunidades de vida cristiana a la Iglesia institucional.
Lutero, desde su propia vivencia de la
salvación, recogerá muchos de estos elementos y tratará de eliminar las
distancias entre clérigos y laicos dentro de la Iglesia. El Concilio de Trento,
respondiendo a Lutero, reafirmará la naturaleza jerárquica de la Iglesia,
(diferencias) aunque afirma también el sacerdocio bautismal de todos los
creyentes (unidad).
El laicado, bastantes años antes de Lutero,
estaba empezando a reformar la Iglesia desde abajo. A partir de su experiencia
de encuentro con el Jesús presente en la Eucaristía y en los más necesitados,
el laicado católico va a ir preparando la Reforma interna de la Iglesia que
Trento tratará de aplicar en sus decretos conciliares
A pesar de este innegable y beneficioso
influjo, los laicos siguen siendo tenidos como menores de edad, incapaces de
asumir responsabilidades dentro de la Iglesia.
e)
Notas sobre el laicado en los siglos XIX y XX
Durante el siglo XIX, el laicado vive un
despertar inaudito que proseguirá a lo largo de nuestro siglo. La Iglesia está
siendo asediada por la sociedad civil, que quiere fundar la nueva sociedad
sobre valores distintos de los cristianos. La tarea principal de los laicos va
a ser la defensa de los valores cristianos a través de la cultura, la
educación, la ciencia y la política.
Este movimiento laical no logrará romper la
imagen clerical de la Iglesia. Los laicos son simplemente los instrumentos
ejecutores de los planes elaborados por la jerarquía. La participación en el
apostolado se entiende como una generosa concesión de los pastores a sus
fieles.
Durante el siglo XIX hay que colocar a
Antonio María Claret. En sus trabajos apostólicos ve la necesidad de integrar a
los laicos, no tanto en asociaciones piadosas o devocionales, cuanto en grupos
de marcada acción apostólica en todos los campos: catequesis, cultura,
promoción, social, alejados...
En el siglo XX, Acción Católica es
quien tiene el papel de protagonista en la revitalización de la conciencia
laical. Desde la experiencia de su labor apostólica, cambian las relaciones
clérigo-lacio. Este último ya no es un “intruso”, sino un “colaborador”.
La misma experiencia de AC suscitará
reflexiones muy ricas y profundas en los teólogos acerca del puesto de los
laicos en la Iglesia. Estas reflexiones contribuirán decisivamente a
“reequilibrar” la imagen de Iglesia y Vaticano II.
f)
Lo que ha supuesto el Vaticano II
Aunque hoy lo niegan o discuten gentes
importantes, el hecho es que el Concilio Vaticano II supuso una gran novedad respecto a la conciencia
eclesial. La exuberancia de vida, movimientos, reflexión... estaba pidiendo a
gritos un nuevo replanteamiento de la identidad de la Iglesia (“Iglesia, qué dices
de tí misma”).
Buceando en su propio misterio que brota del
corazón de la Trinidad (Cap. I de la L.G.) la Iglesia se descubre a sí misma
como Pueblo de Dios. (Cap. II) donde todos los bautizados, independientemente
de su tarea o ministerio dentro de este pueblo, participan de las riquezas y de
las responsabilidades que comporta la identidad cristiana.
Al descubrirse a sí misma como “imagen de la
Trinidad” (Cap. 2-6 de la Constitución sobre la Iglesia), la Iglesia subraya la
fundamental unidad y la maravillosa variedad de carismas y ministerios que el
Espíritu hace nacer en su seno. Con ello se supera el clásico sacerdotes
religiosos- laicos en favor del binomio de raíz neotestamentaria: comunidad
(radical unidad) ministerios (diversidad). Con ello hemos demolido la
monstruosa pirámide que pesaba sobre las relaciones dentro de la Iglesia.
Emerge de sus ruinas una Iglesia que es sobre todo comunión y “sinfonía”.
Además, el Vaticano II al redescubrir la
dimensión “futura” (escatológica) de la Iglesia, hacer ver lo que falta todavía
para ser la Iglesia “una, santa y católica”. Se subraya la necesidad de vivir
en constante “abierto por reformas”, superando aquello de “sociedad perfecta”
en relación permanente de cruzada contra el mundo. Toda la Iglesia, según el
carisma que el Espíritu da a cada creyente, está llamada a asumir el diálogo
con la historia.
g)
Algunas “cosas” que quedan por
hacer
Durante los trabajos previos al Concilio y
durante su desarrollo, daba la impresión de que una de las tareas primordiales
era hacer una buena teología del laicado, sin embargo, los años posteriores a
la clausura del Vaticano II parecieron contradecir esa impresión. Pasado el
entusiasmo por algunas reformas estructurales, los verdaderos problemas
doctrinales, espirituales y prácticos respecto al laicado en la Iglesia se
desdibujaron, perdiendo actualidad.
Había cosas más importantes de qué ocuparse:
la crisis de identidad del clero y el consiguiente malestar plagado de
abandonos, la crisis de obediencia provocada por la “Humanae Vitae”, el
retroceso alarmante de las prácticas religiosas... sin olvidar otros factores
como la “re clericación” de algunas funciones de Iglesia que habían sido
confiados a los laicos, el estancamiento de las estructuras de participación,
el desencanto...
Todo ello ha motivado el arrinconamiento de
la cuestión del laicado en la reflexión teológica.
En los últimos diez años, sin embargo,
estamos asistiendo a un renovado interés por la cuestión del laicado. El auge
de los movimientos eclesiales y su presencia casi omnipresente en amplias esferas
eclesiales, la inserción de laicos en tareas pastorales permanente y el pasado
Sínodo sobre los laicos, pueden ser las causas de este “renacimiento”.
Sin
embargo, quedan aún algunas cuestiones serias que resolver:
La
primera de ellas es si de verdad existen los laicos o hay que hablar
simplemente de bautizados con carismas o ministerios específicos dentro de la
comunidad. Hacer una teología específica del laicado ¿no es, en definitiva,
agostar los brotes de comunión que apuntan ya en el Vaticano II? ¿No habría que
hacer, más bien una buena teología de la Iglesia que dé razón de la unidad y la
diversidad como factores necesarios de comunión?
- El laico GEGÚN Aparecida
Realidad
Inicialmente, en la Iglesia no existe el concepto de "laico". En el Nuevo Testamento se habla de discípulos, de cristianos, de fieles o de creyentes, de elegidos, de santos, etc. Se resalta así lo comunitario y la dignidad común de todos. Esto no quita para que desde los comienzos haya discípulos que tienen funciones ministeriales importantes: apóstoles, profetas, maestros, doctores. La diferencia comienza a establecerse cuando se acentúa el papel y la significación de los ministerios sobre la condición de cristianos. Pero originalmente no fue así: el cristiano sigue siendo un discípulo de Jesús, y el ministro en la Iglesia tiene una clara conciencia de que no es un grupo aparte de los cristianos, sino que participa de la común dignidad cristiana, aunque tiene unas funciones específicas propias: las de su ministerio.
Inicialmente, en la Iglesia no existe el concepto de "laico". En el Nuevo Testamento se habla de discípulos, de cristianos, de fieles o de creyentes, de elegidos, de santos, etc. Se resalta así lo comunitario y la dignidad común de todos. Esto no quita para que desde los comienzos haya discípulos que tienen funciones ministeriales importantes: apóstoles, profetas, maestros, doctores. La diferencia comienza a establecerse cuando se acentúa el papel y la significación de los ministerios sobre la condición de cristianos. Pero originalmente no fue así: el cristiano sigue siendo un discípulo de Jesús, y el ministro en la Iglesia tiene una clara conciencia de que no es un grupo aparte de los cristianos, sino que participa de la común dignidad cristiana, aunque tiene unas funciones específicas propias: las de su ministerio.
El término laico tiene un uso pre-cristiano. En la
cultura romana se utilizaba para designar a los miembros del pueblo llano, a
los que pertenecían al "pueblo". Laico es un miembro del pueblo (el
no dirigente). Este uso determina su utilización en el cristianismo para
designar a los no ministros. En consecuencia, se favorece la idea de que los
laicos son hombres y mujeres profanos y los ministros personas consagradas. De
esta forma se mete en el cristianismo un dualismo que no es cristiano, ya que
lo típicamente cristiano es que todos están consagrados a Dios, que no hay
ningún cristiano que tenga una vida profana. Todos son sacerdotes desde el
sacerdocio de Cristo, afirma el Nuevo Testamento. Se erosiona el sacerdocio
común y se margina la importancia del bautismo como consagración a Dios.
En suma, la historia del laicado es la de la lenta
erosión de sus bases teológicas, nunca negadas pero sí relegadas a un segundo
plano; es la historia de un progresivo distanciamiento de las líneas de fuerza
comunitarias del Nuevo Testamento y de la tradición de los primeros siglos, a
favor de una concepción jerarquizante, desigual y clerical. En esa concepción y
su consecuente práctica, los sujetos eclesiales son el Papa, los obispos, los
sacerdotes, los religiosos. El clero es el responsable de la vida eclesial.
Puede delegar en los laicos, invitarles a participar, pero está claro quiénes
son los sujetos históricos de la Iglesia. Los laicos y laicas son el objeto de
la vida eclesial. No tienen un papel protagónico y, en el mejor de los casos,
se constituyen en auxiliares de aquellas labores menores que no logran cubrir
los clérigos.
Hasta el Vaticano II la repuesta usual para definir
a los laicos era siempre la misma: un laico es el que no es sacerdote ni
religioso. Es decir, se definía al laico no por lo que era, sino por lo que no
era. El Concilio, superando interpretaciones precedentes y prevalentemente
negativas, abrió una visión positiva de los laicos: afirmó la plena pertenencia
de los laicos a la Iglesia. Los laicos se conciben como los fieles que, en
cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, pertenecen al pueblo de Dios y
son partícipes del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo (LG, n. 31,
32). La concepción negativa se superó, pero la práctica de esa nueva visión
sigue siendo insuficiente o está amenazada por la tendencia a querer
clericalizar todo movimiento seglar.
¿Qué aporta el documento de Aparecida a esta visión
positiva de los laicos y laicas? ¿Qué medidas concretas propone para superar la
marginación de los laicos en el quehacer eclesial?
En primer lugar, se reconoce el escaso
acompañamiento dado a los laicos en sus tareas de servicio a la sociedad,
particularmente cuando asumen responsabilidades en la diversas estructuras del
orden temporal (DA 100c). Este descuido es grave, si consideramos que la
Iglesia estima "que el campo específico de la actividad evangelizadora
laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las ciencias y las artes,
la política, los medios de comunicación y la economía, así como los ámbitos de
la familia, la educación, la vida profesional, sobre todo en los contextos
donde la Iglesia se hace presente solamente por ellos" (DA 174).
En segundo lugar, se constata que en la Iglesia
existe un alto porcentaje de católicos sin conciencia de su misión de ser sal y
fermento en el mundo, con una identidad cristiana débil y vulnerable (DA 286).
Una de las causas de este hecho es la falta de formación permanente que
propicie madurez en la fe y erradique el infantilismo religioso. De ahí la
urgencia de la formación de los laicos y laicas para que puedan tener una
incidencia significativa tanto hacia fuera de la Iglesia, como hacia dentro de
la misma (DA 283).
En tercer lugar, se acepta que la evangelización
del Continente no puede realizarse hoy sin la colaboración de los fieles
laicos. Esto supone: que laicos y laicas han de ser parte activa y creativa en
la elaboración y ejecución de proyectos pastorales, una mayor apertura de
mentalidad para que los pastores entiendan y acojan el "ser" y el
"hacer" del laico en la Iglesia y el fortalecimiento de variadas
asociaciones laicales (DA 213,214). La participación de los laicos en la
evangelización es en virtud de su carácter de discípulo y misionero (DA 213),
es decir, es en razón de su propia vocación y no por razones sucedáneas (no por
escasez de sacerdotes, por ejemplo).
Fundamentos teológicos
El Documento de Aparecida retoma la visión del
Vaticano II, al definir a los laicos como "los cristianos que están
incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y
participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos
realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la
Iglesia y en el mundo". Son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo,
y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia (DA 209).
En esta visión positiva, se reconoce en los laicos
su vocación de discípulos y misioneros de Jesús. Por tanto, de un laico y una
laica debe esperarse lo propio de todo seguidor de Jesús de Nazaret: oración,
subversión de los falsos valores vigentes en la sociedad, fidelidad a los
criterios evangélicos de la vida, amor prioritario y práctico a los pobres,
solidaridad, sentido de Iglesia.
El ser discípulos o discípulas lleva a asumir desde
la perspectiva del Reino las tareas (las causas de Jesús) prioritarias que
contribuyen a la dignificación de todo ser humano: el amor de misericordia para
con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones,
socorrer en las necesidades urgentes, colaborar con otros organismos o
instituciones para organizar estructuras más justas en los órdenes nacionales e
internacionales, crear estructuras que consoliden un orden social, económico y
político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos,
posibilitar estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que
impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los
necesarios consensos sociales (DA 384).
La misión de los laicos es hacia fuera y hacia dentro de la Iglesia:
Hacia fuera, "su misión propia y específica se
realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad,
contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras
justas según los criterios del Evangelio" (DA 210).
Hacia dentro, "los laicos están llamados a
participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su
vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la
vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo
la guía de sus pastores. Ellos estarán dispuestos a abrirles espacios de
participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia
donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano…" (DA
211).
Los laicos, según lo señalado antes, son
corresponsables de la misión de la Iglesia. Y la corresponsabilidad no tiene
que ver con tareas accesorias o auxiliares de la misión, sino con lo
fundamental de la misión: " (Jesús) Al llamar a los suyos para que lo
sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas
las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es
misionero, pues, Jesús lo hace partícipe de su misión… Cumplir este encargo no
es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque
es la extensión testimonial de la vocación misma" (DA 144).
Ahora bien, sea hacia fuera de la Iglesia o hacia
dentro, deberá realizar la misión propia de la identidad cristiana con su
estilo propio, con el sello de la laicidad. En su momento, Medellín planteó que
lo típicamente laical está constituido por el compromiso en el mundo, entendido
este como marco de solidaridades humanas, como trama de acontecimientos y
hechos significativos. En ese compromiso, según Medellín, el laico goza de
autonomía y responsabilidad propias, sin esperar pasivamente consignas y
directrices (cf. Medellín, 10,9). Aparecida, poniendo más énfasis en las
debilidades, sostiene que para cumplir su misión los laicos necesitan una
sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento
(cf. DA 212).
Perspectivas
¿Qué significa ser discípulo de Jesús en la
perspectiva laical? ¿Qué desafíos se les presenta a los laicos y laicas en las
actuales circunstancias históricas?
La laicidad no es un carisma de un grupo de gente
de la Iglesia, sino que es una característica de toda la Iglesia. Toda la
Iglesia ha de ser laica, en el sentido de estar encarnada en el mundo. El
primer elemento de la estructura de la vida de Jesús es la encarnación.
Encarnación es un modo de estar en la realidad, es decir: capacidad de dejarse
afectar por la realidad (no ser indolentes), talante compasivo ante el
sufrimiento (no pasar de largo ante las víctimas), construir reino de Dios en
la historia (que nos encamine hacia una vida animada por la justicia y el
amor), encargarse de lo que hay de antirreino en el mundo (lucha contra la
exclusión).
¿Cómo es el mundo en el que está encarnada la
Iglesia latinoamericana? En el número 65 del documento se habla de los rostros
sufrientes del continente: muchas mujeres que son excluidas en razón de su
sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de
baja calidad y no tienen oportunidad de progresar en sus estudios ni de entrar
en el mercado de trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos
pobres desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes
buscan sobrevivir en la economía informal; una globalización sin solidaridad
que afecta negativamente a los sectores más pobres (generadora de exclusión
social).
Ante esa forma de globalización, Aparecida plantea una globalización diferente, marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos (cf. DA 64).
Ante esa forma de globalización, Aparecida plantea una globalización diferente, marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos (cf. DA 64).
Ahora bien, desarrollar esa forma de globalización
implica el ejercicio de la laicidad - masculina y femenina - asumiendo
responsabilidades en el ámbito social, económico, cultural y político. Pero,
según Aparecida, la realidad actual del continente pone de manifiesto que hay
una notable ausencia en el ámbito político, comunicativo y universitario, de
voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación
abnegada que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas (cf. DA
502).
En cuanto discípulos y misioneros de Cristo,
a toda la Iglesia se le exige "entrar en la dinámica del Buen Samaritano
(Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente
con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica
de Jesús que come con publicanos y pecadores (Lc 5, 29-32), que acoge a los
pequeños y a los niños (Mc 10,13-16), que sana a los leprosos (Mc 1, 40-45),
que perdona y libera a la mujer pecadora (Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11) que habla
con la Samaritana (Jn 4, 1-26)" (DA 135).
De los laicos laicas se espera que iluminen con la
luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social (DA 501); que actúen a
manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de
acuerdo con el proyecto de Dios (DA 505); que contribuyan al logro de un
consenso moral sobre los valores fundamentales que hacen posible la
construcción de una sociedad justa (DA 506); que estén presentes en la
oposición contra las injusticias (DA 508); que construyan ciudadanía, en el
sentido más amplio, y eclesialidad (DA 215). Todo ello no porque también sean
Iglesia, sino porque deben y son efectivamente Iglesia.
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