1.
ETAPAS DE LA HISTORIA DE
LA SALVACIÓN :
La
partida de Abraham
Dieciocho siglos antes de Cristo varias
tribus nómades partieron con sus rebaños de Caldea para ir a vivir a Egipto.
Eran tan numerosas que algunas de ellas se adueñaron del poder en ese país
donde se mantuvieron algunos siglos, y los historiadores llamaron
"reyes-pastores" a sus jefes. Dentro de las que así fueron a Egipto
estaban las tribus hebreas, una de las cuales tenía por jefe a Abraham, al que
nada hacía sobresalir. Para él, sin embargo, la marcha tenía mayor
significación: Dios lo había llamado y le había prometido una extraordinaria
recompensa: "Abraham, todas las naciones de la tierra te pertenecen".
La época de los pastores hebreos (1800-1200 a .C. aproximadamente)
Los mismos hechos son ya una revelación
de Dios sin palabras. Unos pastores hebreos huyen de Egipto. En una situación
de todo en todo humana (lucha por la existencia, por la comida, vestido y
vivienda), dentro de formas en parte ya existentes, tomando incluso tal vez un
nombre de Dios ya vigente en aquellos lugares, lo auténticamente divino se abre
paso. Una figura carismática, Moisés, desempeña en estos acontecimientos una
misión señera.
Unos cuatrocientos años antes,
silencio. Un pueblo que vive en Egipto. No sabemos más.
Pero antes del año 1700 a .C., vivieron en
Canaán entre el Jordán y el Mediterráneo, unos pastores que Israel considera
como sus antepasados: "los patriarcas". Son Abraham, Isaac y Jacob,
llamado también Israel. Ellos son el punto de partida de las intervenciones de
Dios en nuestra historia. Apenas cabe imaginárnoslos puntualmente, dada la
distancia de tiempo que nos separa de ellos. Sí nos llama, empero, la atención
el que algunos usos y nombres que aparecen en estas narraciones sobre los
patriarcas, coincidan con lo que descifran modernas investigaciones en las
escrituras cuneiformes de la época.
La época del establecimiento (1200-1100 a .C. aproximadamente)
¿Qué sucedió después de Moisés? Las
tribus de nómadas hebreos entraron en la tierra fértil de Canaán, y estalló la
guerra entre ellas y los habitantes de las ciudades de estos territorios. El
número de víctimas fue seguramente menor que el indicado por la Biblia. Con el tiempo
fue ocupado el país.
De estos siglos han llegado hasta nosotros
algunos nombres: Josué y, más tarde, los "jueces", por ejemplo,
Sansón, Gedeón y Jefté. Como se desprende de los mismos relatos, eran rudos
aquellos tiempos.
Las tribus estaban esparcidas por todo
el país: al sur de Jerusalén la tribu de Judá (y la de Simeón que desaparecería
con el tiempo), al norte las restantes, Jerusalén no había sido aún
conquistada. Era como una cuña entre ambos grupos. Lo que a todas unía era el
culto de Yahvé.
Al penetrar Israel en Canaán, aconteció
algo muy notable. La ciencia de las religiones dice que cuando un pueblo nómada
se hace sedentario, es decir, pasa a la agricultura y ganadería, como acaeció
con Israel, cambia su religión. El Dios uno de la tribu es sustituido por una
multitud de dioses locales del campo y la fertilidad.
Lo maravilloso es que no aconteciera
así en Israel. Cierto que no faltó la tentación de aceptar los dioses locales
de la fertilidad, los Baales y Astartés, pertenecientes a aquellas tierras,
pero el pueblo en conjunto no cayó en la tentación. En el cultivo de la tierra
permaneció fiel a la revelación del desierto.
El hecho tuvo consecuencias: Yahvé le
dio fuerza, unidad y paz.
La época de la antigua monarquía
oriental (hacia 1000-587 a .C.)
El mismo fenómeno es de observar cuando
el pueblo entra en su siguiente fase cultural. Así pues, hacia el año 1000,
coronó Israel la época de su sedentarismo, se convirtió en monarquía. ¡EI rey
David!, que conquistó a Jerusalén. ¡El rey Salomón, que edificó en ella el
templo!
Según las leyes ordinarias de evolución
de una religión, hubiera tenido que surgir entonces una religión estatal, cuyo
Dios principal hubiera sido la personificación del poder del Estado. Un Dios
que, como sombra proyectada en el cielo, hiciera y dijese lo que quería el
Estado, a la manera de Marduk, dios babilónico, mera proyección celeste de los
deseos de Babilonia ¿Sucedería lo mismo ahora, al convertirse Israel en
monarquía del antiguo Oriente?
Yahvé se convirtió en el Dios del rey
de la nación. Hubo unidad entre la vida y la religión. Fue el sereno y cálido
mediodía del yahvismo: no hubo contraste entre la vida social y la religión,
entre prosperidad y culto. Pero Yahvé no fue una creación del Estado. No. en
contraste perfecto con los pueblos vecinos, fue Yahvé quien configuró el Estado.
Naturalmente, no faltó la tentación de rebajarlo a esclavo del Estado; pero
Yahvé era un Dios vivo. Por medio de los profetas, que aparecen a lo largo de
todo el periodo de la monarquía, mantuvo pura su revelación.
Después de Salomón, la monarquía declinó
más y más hacia un despotismo típicamente oriental; tanto más alta fue entonces
la misión de estos profetas, que formaron en el pueblo un núcleo de verdaderos
adoradores de Yahvé, un auténtico "resto". El Estado y la religión no
se identificaron más en lo sucesivo.
El cautiverio (587.539 a .C.)
La cautividad fue la salvación del
mensaje de Israel, pues desapareció el Estado, como habían predicho los
profetas. El reino, escindido en dos a la muerte de Salomón, se convirtió en
dos pequeños estados tapón entre las grandes potencias de Mesopotamia y Egipto,
y acabó siendo aplastado por ellas. En el año 721 a .C., el reino del norte
(Israel, con Samaria por capital) fue llevado cautivo a Asiria; en el 587, el
reino del sur (Judá, con Jerusalén por capital) fue transportado a Babilonia.
Con la
desaparición del Estado tendría que haber desaparecido –siempre según las leyes
de la historia de las religiones – el Dios nacional. Pero Yahvé permaneció. En
el nuevo "desierto" de la cautividad fue sentido de nuevo. En medio
de los otros pueblos se le reconoce de una manera aún más consciente como
creador del cielo y de la tierra. Por la voz de sus profetas conduce a la
patria un "resto", cuando, el año 539 a .C., tuvo que rendirse
Babilonia a los persas.
La época del
judaísmo (desde el 500 a .C.
aproximadamente).
Fueron sobre todo los habitantes del
antiguo Judá quienes retornaron. De aquí que se llame a los cinco siglos
siguientes el período del judaísmo. Se reedificó Jerusalén; pero apenas se
dieron hechos políticos decisivos. En el siglo II a.C., bajo el caudillaje de
los Macabeos, hubo una insurrección contra la dominación helenística; el año 63
vino la ocupación romana.
La fuerza de este pueblo no radica en
su independencia política. Jerusalén vino a ser el centro de un pueblo,
disperso, aunque no perdido, por todo el mundo antiguo. Con el nombre de
"diáspora" (dispersión) se designa a los judíos que viven fuera de
Palestina. Durante estos siglos vive en este pueblo un gran número de hombres
sencillos, de fe profunda, que reconocen su propia insuficiencia, y ponen toda
su esperanza en el advenimiento de Dios. Son llamados "los pobres de
Yahvé". Entre ellos estará un día –para bien de todos los hombres- la cuna
de Jesús en las cercanías de Jerusalén.
Tal es la historia del Antiguo
Testamento, con sus períodos de vida pastoril, agrícola y nacional, hasta
acabar en comunidad espiritual dispersa por doquier. Son acontecimientos
mundanales y corrientes, como el curso de la vida de cualquiera de nosotros. En
ellos se reveló la fidelidad de Dios.
El retorno a Tierra Santa
Los libros de Samuel y de los Reyes nos
han relatado sin interrupción cinco siglos de la historia de Israel, desde
David hasta el Destierro a Babilonia.
Después vienen los setenta años de la
"cautividad" o sea, del Destierro. No toda la población fue
desterrada. La mayoría del pueblo estaba formada por pequeños agricultores que
se quedaron en su país. Pero no tenían jefes ni responsables espirituales y no
hicieron nada para levantar su pueblo.
Los desterrados a Babilonia volvieron a
su tierra con Zorobabel e hicieron renacer la nación judía. Después de
comienzos difíciles se organizaron bajo la dirección de Esdras y Nehemías. Los
libros de Esdras y Nehemías que al comienzo formaban uno solo, nos proporcionan
algunas informaciones sobre la obra cumplida por esos dos hombres.
Después de Esdras y Nehemías, la
provincia judía, sector extremo del imperio persa, vivió tres siglos al margen
de la historia. Los de mayor iniciativa se dedicaron al comercio y salieron de
su país para establecerse en todos los centros urbanos, alrededor del Mar
Mediterráneo.
Sin embargo, un siglo después de
Nehemías, el año 333 antes de Cristo, Alejandro Magno, empezaba a recorrer los
países del Medio Oriente, derrotando todos los ejércitos enemigos y derribando
los reyes. A pesar de que murió a la edad de treinta años, sus triunfos
abrieron el paso a la cultura griega con ansias de progreso, confianza en las
posibilidades del hombre y un espíritu más abierto que superaba los individualismos
nacionales.
Los generales de Alejandro, se
repartieron su inmenso imperio. Los Tolomeos, que dominaban Egipto y Palestina,
fueron comprensivos y no molestaron a los judíos por su religión y sus
costumbres. En cambio, cuando en el año 197, los Antíocos de Siria vencieron a
los egipcios y les quitaron Palestina, pretendieron imponer a la fuerza
su religión pagana a los judíos.
Luchas de los Macabeos
La feroz persecución causó un
levantamiento de los judíos encabezado por la familia de los macabeos. El
primer libro de los Macabeos, reconocido como uno de los más perfectos de la
historia antigua, nos relata los sucesos de la guerra y las hazañas de los
cinco hermanos Macabeos, del año 165 al año 130 antes de Cristo.
Las guerras de los Macabeos fueron un
modelo de la guerra santa en que no faltaron el heroísmo y la constancia, ni
menos aún la ayuda de Dios. Pero también demostraron que la guerra santa no
resolvía todo. Arrastrados por los problemas militares, y de ahí por los juegos
políticos, los descendientes de los Macabeos se materializaron muy pronto,
hasta llegar a ser un partido y unos gobernantes sin fe ni moralidad.
2.
HISTORIA DE LA
SALVACIÓN : LA PALABRA DE
DIOS
Hasta aquí hemos procurado hablar sólo,
en lo posible, de los acontecimientos. Fijémonos ahora en la palabra que
actuaba en Israel desde sus orígenes.
En las danzas,
cantos y recitaciones de las reuniones litúrgicas resonaban cánticos, oraciones
y sobre todo narraciones. De este modo comenzó a ponerse en claro el sentido de
los acontecimientos. Sólo por la palabra se hace la realidad enteramente real.
La obra de Dios solamente aparecía como tal cuando un gran creyente la mostraba
en los acontecimientos.
El efecto directo de la palabra hablada
ha desaparecido las más de las veces en la oscuridad del pasado. No obstante,
hay un período que nos es mejor conocido y que proyecta bastante luz sobre la
función de la palabra en toda la historia de Israel.
Es el período de los profetas, que
hablaban al pueblo de Yahvé. Por su penetración en la fe, se orientaban según
los designios de Dios.
Pero Israel no recibía a ciegas a todo
el que pretendía hablar en nombre de Yahvé. Había también falsos profetas. Los
verdaderos profetas se “acreditaban”: en razón de su mensaje; éste se acordaba
con la experiencia de lo que en verdad es liberador, aportado propiamente por
Dios. Este mensaje fue continuamente objeto de nueva formulación, a través de
generaciones y siempre con creciente espiritualidad. No se acordaba con una
religiosidad ligera y tibia, ni con los ensueños del rey y del pueblo. Era muy
a menudo un lenguaje duro que provocaba la división de los espíritus. Quien era
puro de corazón reconocía la alegría del mensaje, la verdadera vocación de
Israel.
Alianza
¿Se podría resumir en un término el
contenido del mensaje dado a Israel?
Tal vez en el término
"alianza". Alianza quiere decir mutua unión y amistad. ¿Unión y
amistad entre quienes? Entre el pueblo mismo y entre Dios y el pueblo. No
pueden separarse estas dos formas de unidad. Estando unidos con Yahvé
permanecían sólidamente unidos entre sí. Manteniendo la unidad entre sí, el
pueblo permanecía unido con Yahvé.
La predicación trata siempre de la
alianza. Su objeto era poner de manifiesto que lo mismo en la historia que en
la vida de cada hombre, la realidad más profunda ha de buscarse y verse en el
ofrecimiento que Dios nos hace de su amistad y fidelidad, y la de la fidelidad
y amistad de unos con otros.
La palabra de Dios revelaba así por sí
misma otra realidad, que es peculiar de Israel y el cristianismo: el pecado.
Ello quiere decir que la defectibilidad no es a la postre una fría
imperfección, ni el dejarse dominar por un poder maligno y extraño, sino una
infidelidad personal a una amistad personal. El mal es siempre algo personal.
Israel ve la historia humana como una historia de amor y, por ende, algo que
debe tomarse en serio.
Narración de los orígenes
En los siglos que precedieron y
siguieron a la cautividad resonaron también voces que proyectan la luz de Dios
no sólo sobre el sentido de la historia de Israel, sino también sobre el de la
historia de todo el linaje humano. La narración de los orígenes, que aparece
ahora al comienzo de la Biblia
(Gen. 1 al 11: Adán y Eva, Caín, Noé, Babel), recibió entonces su forma. En
otra parte expondremos que, en último término, estos capítulos no se proponen
narrar determinados hechos históricos, sino expresar la convicción de que lo
acontecido entre Dios e Israel acontece también entre Dios y la humanidad
entera: el ofrecimiento, por parte de Dios, de la alianza, contrariada por
nuestros pecados. Tal es el profundo mensaje de estas narraciones
Imperecederas, que nos conciernen a todos.
Génesis,
Abraham, Moisés, David y los Reyes
Los Libros Históricos del Antiguo
Testamento nos dan a conocer la existencia de un pequeño pueblo a lo largo de
algunos siglos. A partir de esta experiencia comprendemos que toda la historia
de los hombres se encamina hacia la liberación de la humanidad.
Los Libros Históricos de la Biblia no se parecen a los
escritos de los historiadores de hoy día que ponen todo su empeño en no
apartarse de la exactitud material de los hechos: ni olvidar ni exagerar nada.
Al contrario, escogen deliberadamente los hechos e incluso las leyes históricas
que les parecen más reveladoras de la
Obra de Dios en el mundo y en la historia, sin preocuparse
mucho por la exactitud de los acontecimientos: les interesa INTERPRETAR más que
DESCRIBIR.
La religión del
Antiguo Testamento, como la del Nuevo, es una religión histórica: se funda en
la revelación hecha por Dios a determinados hombres, en determinados lugares y
circunstancias; así como en las intervenciones de Dios en ciertos momentos de
la evolución humana.
Los cinco primeros libros de la Biblia , históricos en su
mayor parte, forman una colección que se llama el Pentateuco. Allí encontraba
el israelita la explicación de su destino. No sólo tenía, al comienzo del
Génesis, respuesta para los problemas que se plantea todo hombre acerca del
mundo y de la vida, el sufrimiento y la muerte, sino que encontraba también
respuesta para su problema particular: ¿por qué Yahvé, el Único, es el Dios de
Israel?, ¿Por qué Israel es su pueblo entre todas las naciones de la tierra?
¿Por qué Israel ha recibido la
Promesa ?
El Pentateuco es el libro de las
promesas: a "Adán" y "Eva" después de su caída, el anuncio
de la salvación lejana; a Noé después del diluvio, la garantía de un nuevo
orden del mundo; y a Abraham sobre todo, la Promesa que, renovada a Isaac y
Jacob alcanza a todo el pueblo nacido de ellos. Esta Promesa se refiere
inmediatamente a la posesión del país en que vivieron los Patriarcas, la Tierra Prometida ,
pero implica mucho más: significa que existen entre Israel y Yahvé relaciones
especiales, únicas.
Esta Promesa y esta Elección son
garantizadas por una Alianza. El Pentateuco es también el libro de las
alianzas. Hay ya una, aunque tácita, con Adán; es ya explícita con Noé, con
Abraham, y finalmente con todo el pueblo por mediación de Moisés. No es un
pacto entre iguales, porque Dios no lo necesita, y El es quien toma la
iniciativa. Sin embargo El se compromete, se ata en cierto sentido con las
promesas que ha hecho. Pero exige como contrapartida la fidelidad de su pueblo:
la negativa de Israel, su pecado, puede romper el vínculo que el amor de Dios
ha creado.
Estos temas de la Promesa , de la Elección y de la Alianza son los hilos de
oro que se entrecruzan en la trama del Pentateuco y que atraviesan luego todo el
Antiguo Testamento. Porque el Pentateuco no es completo en sí mismo: refiere la
promesa pero no la realización.
Los libros propiamente
"históricos" se refieren a las relaciones de Israel con Dios, su
fidelidad o infidelidad a la
Palabra de Dios. Son los libros de Josué, Jueces, Samuel y
Reyes. Por su contenido, vienen a ser una prolongación del Pentateuco: al fin
del Deuteronomio, Josué es designado como sucesor de Moisés, y el libro de
Josué comienza a raíz de la muerte de Moisés. Incluso hoy día se piensa que el
Deuteronomio es el comienzo de una gran historia religiosa que se prolonga
hasta el fin del libro de Reyes. Justificada históricamente en el Deuteronomio
la doctrina de la elección de Israel, el libro de Josué narra el establecimiento
del pueblo elegido en la tierra a él prometida; el de los Jueces habla de sus
apostasías y traiciones, y de sus retornos a la gracia; los de Samuel, después
de la crisis que condujo a la institución de la realeza y puso en peligro el
ideal teocrático, exponen cómo se realizó este ideal bajo David. Los de los
Reyes describen la decadencia que se inició desde el reinado de Salomón.
Estos libros son obra de una escuela de
hombres llenos de fe que meditan sobre el pasado de su pueblo y deducen de él
una lección religiosa. El hecho de que sea presentada corno una "historia
sagrada" no disminuye su interés para el historiador y realza su valor
para el creyente: este último, no sólo aprenderá en ella a encontrar la mano de
Dios en todos los acontecimientos del mundo y de la historia, sino que en la
exigente solicitud de Yahvé para con su pueblo escogido, reconocerá la lenta
preparación del nuevo Israel, la comunidad cristiana, la Iglesia.
3.
EL MESIANISMO
El mensaje sobre la fidelidad de Dios
hace que se produzca en Israel un fenómeno único en el mundo: se aguarda algo
de Dios. Naturalmente, todo hombre ansia la salvación y todas las religiones
son siempre una doctrina de salvación. Pero sólo Israel mantiene la conciencia
viva de que esta redención es liberación de nuestra humana infidelidad, es
decir, liberación del pecado.
Sólo Israel tiene además conciencia de
que la redención se cumple en la historia. El mundo camina hacia una
"meta". Esta "meta" reviste desde David una forma concreta:
Dios permanecerá fiel a la casa de David, como anuncia la voz de los profetas.
En el futuro surgirá de la casa de David una figura que prometerá la salvación
en nombre de Yahvé. Israel esperaba al enviado de Yahvé: el Mesías.
El
sentido de la historia
El contacto inmediato con el Dios vivo
hace a Israel sensible al sentido de la historia, También en esto se yergue
Israel solitario en el antiguo Oriente. Este pueblo minúsculo, con una cultura
muy inferior a la de los grandes imperios sus vecinos, llevó a cabo una obra
histórica que no tiene par. Cierto que también en otros pueblos encontramos
muchas narraciones y crónicas. Pero sólo Israel se interesa por el trasfondo
ulterior de los hechos y su mutua dependencia. Israel está persuadido de que el
Dios vivo actúa en la historia.
La promesa y el sentido de la historia
van estrechamente unidos con otro rasgo de la religión de Israel: el culto de
un solo Dios.
Sin duda se
dan en otras partes formas de monoteísmo. Así se dio, por ej., en Egipto el
culto al sol por parte del faraón Ecnatón, y en otras religiones se adoró a un
solo Dios como el supremo entre los otros dioses. Pero éstas nunca tienen la
consecuencia, concentración y fuerza que ostenta el verdadero Dios en Israel.
El monoteísmo no es en Israel primariamente una cuestión de números. Se trata
de algo más profundo y total, de algo que está lleno de vida, a saber, que El
es único, incomparablemente activo y salvador. Esta idea de Dios no tiene
parangón, ni aun remoto, en las religiones de aquella época.
4.
LOS PROFETAS
Hubo profetas desde el día que Dios
habló a los hombres. Porque Dios no tiene boca para hablar, y los profetas son
sus portavoces. Antes de la
Biblia no se habían encontrado profetas en ningún país.
Solamente había magos, brujos y adivinos que se ofrecían para revelar a cada
uno su porvenir y solucionar sus problemas. Pero no había nadie que levantara
la mirada a los hombres, o que hiciera un llamado a su conciencia, o que les
dijera que debían preparar la reunión de toda la humanidad en el Reino de Dios.
El profeta bíblico bajo la inspiración
de Dios sabe ver cómo los acontecimientos históricos se inscriben en su obra
empezada desde siglos, y él sabe decir qué objetivos debemos fijamos para
cooperar a la realización de su Reino entre los hombres, los profetas hablan de
los acontecimientos de su tiempo y por eso al principio, cuesta un poco
entenderlos. Fueron servidores de la verdad y lucharon por la justicia. No son
hombres teóricos, ni partidistas, sino que hablan a partir de una experiencia
personal.
Todo verdadero profeta tiene la
conciencia de no ser más que un instrumento. Sabe que ha recibido la Palabra de Dios y que debe
comunicarla a los hombres. Esta convicción se funda en la experiencia
misteriosa de un contacto inmediato con Dios.
El profetismo
así entendido es un fenómeno propio de Israel, uno de los procedimientos
empleados por la
Providencia divina en la dirección del pueblo elegido.
El
movimiento profético en Israel
Si como hemos dicho, el profeta es
aquél que habla en nombre de Dios, no es de extrañar que la Biblia ponga a Moisés a la
cabeza del grupo de los profetas y que le considere el mayor de todos (Num
12,6-8). Moisés ha conocido a Yahvé "cara a cara" y ha transmitido su
ley al pueblo.
Moisés tuvo sus sucesores. Josué, el
heredero de sus dones. En la época de los Jueces aparece la profetisa Débora.
Luego surge la gran figura de Samuel, profeta y vidente. Entonces se difunde el
espíritu profético en grupos de "inspirados" y en otras comunidades.
Pero además aparecen personalidades destacadas: el profeta David. (2 Sam 7.
2ss); Elías y Eliseo en tiempo de Ajab y sus sucesores; Jonás en tiempo de
Jeroboam y otros muchos.
Sólo por referencias de otros autores
sagrados conocemos a la mayoría de los profetas. Ellos no nos han dejado ningún
escrito personal. Sin embargo, hay algunas figuras de más relieve: Natán
anuncia a David la permanencia de su dinastía, en la que Dios se complace, y
reprende con dureza a David por su pecado con Betsabé; en vista de su
arrepentimiento, le asegura el perdón de Dios. Estamos especialmente informados
sobre Elías y Eliseo por los relatos de los libros de los Reyes.
Pero hay otros profetas en la Biblia de quienes
conservamos por escrito lo que dijeron. Son los profetas "canónicos"
o "escritores". Ellos propiamente no escribían, sino que predicaban;
luego su predicación era recopilada, generalmente por sus discípulos, y puesta
por escrito. El primero de estos profetas, Amós, predica a mediados del S.
VIII, unos cincuenta años después de la muerte de Eliseo.
El gran
movimiento profético durará hasta el Destierro, menos de dos siglos, que están
dominados por las extraordinarias figuras de los profetas Isaías y Jeremías.
Pero en ese tiempo se sitúan también otros profetas como Oseas, Miqueas, Nahúm,
Sofonías y Habacuc. Cuando Jeremías va terminando su predicación, aparece
Ezequiel. Con este profeta del Destierro hay un cambio de tono: menos fuego y
espontaneidad, visiones grandiosas pero complicadas, descripciones minuciosas.
Los profetas de la vuelta del Destierro, Ageo y Zacarías, tienen un horizonte
más limitado: su interés se concentra en la reconstrucción del Templo. Tras
ellos, Malaquías subraya los defectos de la nueva comunidad. Luego el librito
de Jonás, utiliza páginas antiguas de la Escritura con cierta apariencia de relatos
históricos para impartir enseñanzas nuevas. A esto se le llama género
"midrásico". Las visiones del final de los tiempos reaparecen con
Joel y con Zacarías y sobre todo con el libro de Daniel donde se conjugan las
visiones del pasado y del futuro, en un cuadro extratemporal de la destrucción
del Mal y del advenimiento del Reino de Dios. Luego el profetismo se va a
extinguir en Israel, hasta la aparición de Juan Bautista, el último de los
profetas de la antigua Ley, "profeta y más que profeta" como le llamó
Cristo (Mt. 11,91.
La
doctrina de los profetas
Los profetas han desempeñado un papel
considerable en el desarrollo de la conciencia religiosa de Israel. Podríamos
sintetizar su aporte en tres grandes líneas: el monoteísmo, la moral y el
mesianismo:
El MONOTEISMO no es ninguna novedad
para ellos. Recuerdan verdades antiguas y así el contenido y las consecuencias
de esta fe van afirmándose cada vez más en el Pueblo. Los profetas recuerdan
que Yahvé, dueño de toda la tierra, no deja sitio para otros dioses, y luchan
así contra el influjo de los cultos paganos de los pueblos vecinos que
contaminaban la fe de Israel.
EL MESIANISMO. Dios no quiere la ruina
de su pueblo, y el castigo no es su última palabra: sino que prosigue la
realización de sus promesas. Yahvé escogerá un "resto" –un pequeño
grupo – por quienes cumplirá sus promesas. Para establecer su Reino en la
tierra, Yahvé enviará al mundo su Mesías, es decir, su "Ungido". Esta
gran esperanza sobrevivió al derrumbamiento que supuso el Destierro, y penetró
toda la historia de Israel, sosteniendo su fe. Pero su significado quedó en el
misterio hasta la venida de aquél que realizó plenamente las profecías y
concilió sus divergencias: Jesús.
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