jueves, 10 de septiembre de 2015

historia de la salvación


1. ETAPAS DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN:

La partida de Abraham

Dieciocho siglos antes de Cristo varias tribus nómades partieron con sus rebaños de Caldea para ir a vivir a Egipto. Eran tan numerosas que algunas de ellas se adueñaron del poder en ese país donde se mantuvieron algunos siglos, y los historiadores llamaron "reyes-pastores" a sus jefes. Dentro de las que así fueron a Egipto estaban las tribus hebreas, una de las cuales tenía por jefe a Abraham, al que nada hacía sobresalir. Para él, sin embargo, la marcha tenía mayor significación: Dios lo había llamado y le había prometido una extraordinaria recompensa: "Abraham, todas las naciones de la tierra te pertenecen".

La época de los pastores hebreos (1800-1200 a.C. aproximadamente)

Los mismos hechos son ya una revelación de Dios sin palabras. Unos pastores hebreos huyen de Egipto. En una situación de todo en todo humana (lucha por la existencia, por la comida, vestido y vivienda), dentro de formas en parte ya existentes, tomando incluso tal vez un nombre de Dios ya vigente en aquellos lugares, lo auténticamente divino se abre paso. Una figura carismática, Moisés, desempeña en estos acontecimientos una misión señera.

Unos cuatrocientos años antes, silencio. Un pueblo que vive en Egipto. No sabemos más.

Pero antes del año 1700 a.C., vivieron en Canaán entre el Jordán y el Mediterráneo, unos pastores que Israel considera como sus antepasados: "los patriarcas". Son Abraham, Isaac y Jacob, llamado también Israel. Ellos son el punto de partida de las intervenciones de Dios en nuestra historia. Apenas cabe imaginárnoslos puntualmente, dada la distancia de tiempo que nos separa de ellos. Sí nos llama, empero, la atención el que algunos usos y nombres que aparecen en estas narraciones sobre los patriarcas, coincidan con lo que descifran modernas investigaciones en las escrituras cuneiformes de la época.

La época del establecimiento (1200-1100 a.C. aproximadamente)

¿Qué sucedió después de Moisés? Las tribus de nómadas hebreos entraron en la tierra fértil de Canaán, y estalló la guerra entre ellas y los habitantes de las ciudades de estos territorios. El número de víctimas fue seguramente menor que el indicado por la Biblia. Con el tiempo fue ocupado el país.




De estos siglos han llegado hasta nosotros algunos nombres: Josué y, más tarde, los "jueces", por ejemplo, Sansón, Gedeón y Jefté. Como se desprende de los mismos relatos, eran rudos aquellos tiempos.
Las tribus estaban esparcidas por todo el país: al sur de Jerusalén la tribu de Judá (y la de Simeón que desaparecería con el tiempo), al norte las restantes, Jerusalén no había sido aún conquistada. Era como una cuña entre ambos grupos. Lo que a todas unía era el culto de Yahvé.
Al penetrar Israel en Canaán, aconteció algo muy notable. La ciencia de las religiones dice que cuando un pueblo nómada se hace sedentario, es decir, pasa a la agricultura y ganadería, como acaeció con Israel, cambia su religión. El Dios uno de la tribu es sustituido por una multitud de dioses locales del campo y la fertilidad.

Lo maravilloso es que no aconteciera así en Israel. Cierto que no faltó la tentación de aceptar los dioses locales de la fertilidad, los Baales y Astartés, pertenecientes a aquellas tierras, pero el pueblo en conjunto no cayó en la tentación. En el cultivo de la tierra permaneció fiel a la revelación del desierto.

El hecho tuvo consecuencias: Yahvé le dio fuerza, unidad y paz.
La época de la antigua monarquía oriental (hacia 1000-587 a.C.)

El mismo fenómeno es de observar cuando el pueblo entra en su siguiente fase cultural. Así pues, hacia el año 1000, coronó Israel la época de su sedentarismo, se convirtió en monarquía. ¡EI rey David!, que conquistó a Jerusalén. ¡El rey Salomón, que edificó en ella el templo!
Según las leyes ordinarias de evolución de una religión, hubiera tenido que surgir entonces una religión estatal, cuyo Dios principal hubiera sido la personificación del poder del Estado. Un Dios que, como sombra proyectada en el cielo, hiciera y dijese lo que quería el Estado, a la manera de Marduk, dios babilónico, mera proyección celeste de los deseos de Babilonia ¿Sucedería lo mismo ahora, al convertirse Israel en monarquía del antiguo Oriente?
Yahvé se convirtió en el Dios del rey de la nación. Hubo unidad entre la vida y la religión. Fue el sereno y cálido mediodía del yahvismo: no hubo contraste entre la vida social y la religión, entre prosperidad y culto. Pero Yahvé no fue una creación del Estado. No. en contraste perfecto con los pueblos vecinos, fue Yahvé quien configuró el Estado. Naturalmente, no faltó la tentación de rebajarlo a esclavo del Estado; pero Yahvé era un Dios vivo. Por medio de los profetas, que aparecen a lo largo de todo el periodo de la monarquía, mantuvo pura su revelación.
Después de Salomón, la monarquía declinó más y más hacia un despotismo típicamente oriental; tanto más alta fue entonces la misión de estos profetas, que formaron en el pueblo un núcleo de verdaderos adoradores de Yahvé, un auténtico "resto". El Estado y la religión no se identificaron más en lo sucesivo.
 
El cautiverio (587.539 a.C.)
La cautividad fue la salvación del mensaje de Israel, pues desapareció el Estado, como habían predicho los profetas. El reino, escindido en dos a la muerte de Salomón, se convirtió en dos pequeños estados tapón entre las grandes potencias de Mesopotamia y Egipto, y acabó siendo aplastado por ellas. En el año 721 a.C., el reino del norte (Israel, con Samaria por capital) fue llevado cautivo a Asiria; en el 587, el reino del sur (Judá, con Jerusalén por capital) fue transportado a Babilonia.

Con la desaparición del Estado tendría que haber desaparecido –siempre según las leyes de la historia de las religiones – el Dios nacional. Pero Yahvé permaneció. En el nuevo "desierto" de la cautividad fue sentido de nuevo. En medio de los otros pueblos se le reconoce de una manera aún más consciente como creador del cielo y de la tierra. Por la voz de sus profetas conduce a la patria un "resto", cuando, el año 539 a.C., tuvo que rendirse Babilonia a los persas.

La época del judaísmo (desde el 500 a.C. aproximadamente).
Fueron sobre todo los habitantes del antiguo Judá quienes retornaron. De aquí que se llame a los cinco siglos siguientes el período del judaísmo. Se reedificó Jerusalén; pero apenas se dieron hechos políticos decisivos. En el siglo II a.C., bajo el caudillaje de los Macabeos, hubo una insurrección contra la dominación helenística; el año 63 vino la ocupación romana.

La fuerza de este pueblo no radica en su independencia política. Jerusalén vino a ser el centro de un pueblo, disperso, aunque no perdido, por todo el mundo antiguo. Con el nombre de "diáspora" (dispersión) se designa a los judíos que viven fuera de Palestina. Durante estos siglos vive en este pueblo un gran número de hombres sencillos, de fe profunda, que reconocen su propia insuficiencia, y ponen toda su esperanza en el advenimiento de Dios. Son llamados "los pobres de Yahvé". Entre ellos estará un día –para bien de todos los hombres- la cuna de Jesús en las cercanías de Jerusalén.

Tal es la historia del Antiguo Testamento, con sus períodos de vida pastoril, agrícola y nacional, hasta acabar en comunidad espiritual dispersa por doquier. Son acontecimientos mundanales y corrientes, como el curso de la vida de cualquiera de nosotros. En ellos se reveló la fidelidad de Dios.

El retorno a Tierra Santa
Los libros de Samuel y de los Reyes nos han relatado sin interrupción cinco siglos de la historia de Israel, desde David hasta el Destierro a Babilonia.
Después vienen los setenta años de la "cautividad" o sea, del Destierro. No toda la población fue desterrada. La mayoría del pueblo estaba formada por pequeños agricultores que se quedaron en su país. Pero no tenían jefes ni responsables espirituales y no hicieron nada para levantar su pueblo.
Los desterrados a Babilonia volvieron a su tierra con Zorobabel e hicieron renacer la nación judía. Después de comienzos difíciles se organizaron bajo la dirección de Esdras y Nehemías. Los libros de Esdras y Nehemías que al comienzo formaban uno solo, nos proporcionan algunas informaciones sobre la obra cumplida por esos dos hombres.
Después de Esdras y Nehemías, la provincia judía, sector extremo del imperio persa, vivió tres siglos al margen de la historia. Los de mayor iniciativa se dedicaron al comercio y salieron de su país para establecerse en todos los centros urbanos, alrededor del Mar Mediterráneo.

Sin embargo, un siglo después de Nehemías, el año 333 antes de Cristo, Alejandro Magno, empezaba a recorrer los países del Medio Oriente, derrotando todos los ejércitos enemigos y derribando los reyes. A pesar de que murió a la edad de treinta años, sus triunfos abrieron el paso a la cultura griega con ansias de progreso, confianza en las posibilidades del hombre y un espíritu más abierto que superaba los individualismos nacionales.

Los generales de Alejandro, se repartieron su inmenso imperio. Los Tolomeos, que dominaban Egipto y Palestina, fueron comprensivos y no molestaron a los judíos por su religión y sus costumbres. En cambio, cuando en el año 197, los Antíocos de Siria vencieron a los egipcios y les quitaron Palestina, pretendieron imponer a la fuerza su religión pagana a los judíos.
Luchas de los Macabeos
La feroz persecución causó un levantamiento de los judíos encabezado por la familia de los macabeos. El primer libro de los Macabeos, reconocido como uno de los más perfectos de la historia antigua, nos relata los sucesos de la guerra y las hazañas de los cinco hermanos Macabeos, del año 165 al año 130 antes de Cristo.

Las guerras de los Macabeos fueron un modelo de la guerra santa en que no faltaron el heroísmo y la constancia, ni menos aún la ayuda de Dios. Pero también demostraron que la guerra santa no resolvía todo. Arrastrados por los problemas militares, y de ahí por los juegos políticos, los descendientes de los Macabeos se materializaron muy pronto, hasta llegar a ser un partido y unos gobernantes sin fe ni moralidad.

 2.  HISTORIA DE LA SALVACIÓN: LA PALABRA DE DIOS
Hasta aquí hemos procurado hablar sólo, en lo posible, de los acontecimientos. Fijémonos ahora en la palabra que actuaba en Israel desde sus orígenes.

En las danzas, cantos y recitaciones de las reuniones litúrgicas resonaban cánticos, oraciones y sobre todo narraciones. De este modo comenzó a ponerse en claro el sentido de los acontecimientos. Sólo por la palabra se hace la realidad enteramente real. La obra de Dios solamente aparecía como tal cuando un gran creyente la mostraba en los acontecimientos.
El efecto directo de la palabra hablada ha desaparecido las más de las veces en la oscuridad del pasado. No obstante, hay un período que nos es mejor conocido y que proyecta bastante luz sobre la función de la palabra en toda la historia de Israel.

Es el período de los profetas, que hablaban al pueblo de Yahvé. Por su penetración en la fe, se orientaban según los designios de Dios.

Pero Israel no recibía a ciegas a todo el que pretendía hablar en nombre de Yahvé. Había también falsos profetas. Los verdaderos profetas se “acreditaban”: en razón de su mensaje; éste se acordaba con la experiencia de lo que en verdad es liberador, aportado propiamente por Dios. Este mensaje fue continuamente objeto de nueva formulación, a través de generaciones y siempre con creciente espiritualidad. No se acordaba con una religiosidad ligera y tibia, ni con los ensueños del rey y del pueblo. Era muy a menudo un lenguaje duro que provocaba la división de los espíritus. Quien era puro de corazón reconocía la alegría del mensaje, la verdadera vocación de Israel.

Alianza

¿Se podría resumir en un término el contenido del mensaje dado a Israel?

Tal vez en el término "alianza". Alianza quiere decir mutua unión y amistad. ¿Unión y amistad entre quienes? Entre el pueblo mismo y entre Dios y el pueblo. No pueden separarse estas dos formas de unidad. Estando unidos con Yahvé permanecían sólidamente unidos entre sí. Manteniendo la unidad entre sí, el pueblo permanecía unido con Yahvé.

La predicación trata siempre de la alianza. Su objeto era poner de manifiesto que lo mismo en la historia que en la vida de cada hombre, la realidad más profunda ha de buscarse y verse en el ofrecimiento que Dios nos hace de su amistad y fidelidad, y la de la fidelidad y amistad de unos con otros.

La palabra de Dios revelaba así por sí misma otra realidad, que es peculiar de Israel y el cristianismo: el pecado. Ello quiere decir que la defectibilidad no es a la postre una fría imperfección, ni el dejarse dominar por un poder maligno y extraño, sino una infidelidad personal a una amistad personal. El mal es siempre algo personal. Israel ve la historia humana como una historia de amor y, por ende, algo que debe tomarse en serio.

Narración de los orígenes

En los siglos que precedieron y siguieron a la cautividad resonaron también voces que proyectan la luz de Dios no sólo sobre el sentido de la historia de Israel, sino también sobre el de la historia de todo el linaje humano. La narración de los orígenes, que aparece ahora al comienzo de la Biblia (Gen. 1 al 11: Adán y Eva, Caín, Noé, Babel), recibió entonces su forma. En otra parte expondremos que, en último término, estos capítulos no se proponen narrar determinados hechos históricos, sino expresar la convicción de que lo acontecido entre Dios e Israel acontece también entre Dios y la humanidad entera: el ofrecimiento, por parte de Dios, de la alianza, contrariada por nuestros pecados. Tal es el profundo mensaje de estas narraciones Imperecederas, que nos conciernen a todos.

Génesis, Abraham, Moisés, David y los Reyes
Los Libros Históricos del Antiguo Testamento nos dan a conocer la existencia de un pequeño pueblo a lo largo de algunos siglos. A partir de esta experiencia comprendemos que toda la historia de los hombres se encamina hacia la liberación de la humanidad.

Los Libros Históricos de la Biblia no se parecen a los escritos de los historiadores de hoy día que ponen todo su empeño en no apartarse de la exactitud material de los hechos: ni olvidar ni exagerar nada. Al contrario, escogen deliberadamente los hechos e incluso las leyes históricas que les parecen más reveladoras de la Obra de Dios en el mundo y en la historia, sin preocuparse mucho por la exactitud de los acontecimientos: les interesa INTERPRETAR más que DESCRIBIR.

La religión del Antiguo Testamento, como la del Nuevo, es una religión histórica: se funda en la revelación hecha por Dios a determinados hombres, en determinados lugares y circunstancias; así como en las intervenciones de Dios en ciertos momentos de la evolución humana.
Los cinco primeros libros de la Biblia, históricos en su mayor parte, forman una colección que se llama el Pentateuco. Allí encontraba el israelita la explicación de su destino. No sólo tenía, al comienzo del Génesis, respuesta para los problemas que se plantea todo hombre acerca del mundo y de la vida, el sufrimiento y la muerte, sino que encontraba también respuesta para su problema particular: ¿por qué Yahvé, el Único, es el Dios de Israel?, ¿Por qué Israel es su pueblo entre todas las naciones de la tierra? ¿Por qué Israel ha recibido la Promesa?

El Pentateuco es el libro de las promesas: a "Adán" y "Eva" después de su caída, el anuncio de la salvación lejana; a Noé después del diluvio, la garantía de un nuevo orden del mundo; y a Abraham sobre todo, la Promesa que, renovada a Isaac y Jacob alcanza a todo el pueblo nacido de ellos. Esta Promesa se refiere inmediatamente a la posesión del país en que vivieron los Patriarcas, la Tierra Prometida, pero implica mucho más: significa que existen entre Israel y Yahvé relaciones especiales, únicas.

Esta Promesa y esta Elección son garantizadas por una Alianza. El Pentateuco es también el libro de las alianzas. Hay ya una, aunque tácita, con Adán; es ya explícita con Noé, con Abraham, y finalmente con todo el pueblo por mediación de Moisés. No es un pacto entre iguales, porque Dios no lo necesita, y El es quien toma la iniciativa. Sin embargo El se compromete, se ata en cierto sentido con las promesas que ha hecho. Pero exige como contrapartida la fidelidad de su pueblo: la negativa de Israel, su pecado, puede romper el vínculo que el amor de Dios ha creado.

Estos temas de la Promesa, de la Elección y de la Alianza son los hilos de oro que se entrecruzan en la trama del Pentateuco y que atraviesan luego todo el Antiguo Testamento. Porque el Pentateuco no es completo en sí mismo: refiere la promesa pero no la realización.
Los libros propiamente "históricos" se refieren a las relaciones de Israel con Dios, su fidelidad o infidelidad a la Palabra de Dios. Son los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Por su contenido, vienen a ser una prolongación del Pentateuco: al fin del Deuteronomio, Josué es designado como sucesor de Moisés, y el libro de Josué comienza a raíz de la muerte de Moisés. Incluso hoy día se piensa que el Deuteronomio es el comienzo de una gran historia religiosa que se prolonga hasta el fin del libro de Reyes. Justificada históricamente en el Deuteronomio la doctrina de la elección de Israel, el libro de Josué narra el establecimiento del pueblo elegido en la tierra a él prometida; el de los Jueces habla de sus apostasías y traiciones, y de sus retornos a la gracia; los de Samuel, después de la crisis que condujo a la institución de la realeza y puso en peligro el ideal teocrático, exponen cómo se realizó este ideal bajo David. Los de los Reyes describen la decadencia que se inició desde el reinado de Salomón.

Estos libros son obra de una escuela de hombres llenos de fe que meditan sobre el pasado de su pueblo y deducen de él una lección religiosa. El hecho de que sea presentada corno una "historia sagrada" no disminuye su interés para el historiador y realza su valor para el creyente: este último, no sólo aprenderá en ella a encontrar la mano de Dios en todos los acontecimientos del mundo y de la historia, sino que en la exigente solicitud de Yahvé para con su pueblo escogido, reconocerá la lenta preparación del nuevo Israel, la comunidad cristiana, la Iglesia.

3. EL MESIANISMO

El mensaje sobre la fidelidad de Dios hace que se produzca en Israel un fenómeno único en el mundo: se aguarda algo de Dios. Naturalmente, todo hombre ansia la salvación y todas las religiones son siempre una doctrina de salvación. Pero sólo Israel mantiene la conciencia viva de que esta redención es liberación de nuestra humana infidelidad, es decir, liberación del pecado.

Sólo Israel tiene además conciencia de que la redención se cumple en la historia. El mundo camina hacia una "meta". Esta "meta" reviste desde David una forma concreta: Dios permanecerá fiel a la casa de David, como anuncia la voz de los profetas. En el futuro surgirá de la casa de David una figura que prometerá la salvación en nombre de Yahvé. Israel esperaba al enviado de Yahvé: el Mesías.

El sentido de la historia

El contacto inmediato con el Dios vivo hace a Israel sensible al sentido de la historia, También en esto se yergue Israel solitario en el antiguo Oriente. Este pueblo minúsculo, con una cultura muy inferior a la de los grandes imperios sus vecinos, llevó a cabo una obra histórica que no tiene par. Cierto que también en otros pueblos encontramos muchas narraciones y crónicas. Pero sólo Israel se interesa por el trasfondo ulterior de los hechos y su mutua dependencia. Israel está persuadido de que el Dios vivo actúa en la historia.

La promesa y el sentido de la historia van estrechamente unidos con otro rasgo de la religión de Israel: el culto de un solo Dios.

Sin duda se dan en otras partes formas de monoteísmo. Así se dio, por ej., en Egipto el culto al sol por parte del faraón Ecnatón, y en otras religiones se adoró a un solo Dios como el supremo entre los otros dioses. Pero éstas nunca tienen la consecuencia, concentración y fuerza que ostenta el verdadero Dios en Israel. El monoteísmo no es en Israel primariamente una cuestión de números. Se trata de algo más profundo y total, de algo que está lleno de vida, a saber, que El es único, incomparablemente activo y salvador. Esta idea de Dios no tiene parangón, ni aun remoto, en las religiones de aquella época.

4. LOS  PROFETAS

Hubo profetas desde el día que Dios habló a los hombres. Porque Dios no tiene boca para hablar, y los profetas son sus portavoces. Antes de la Biblia no se habían encontrado profetas en ningún país. Solamente había magos, brujos y adivinos que se ofrecían para revelar a cada uno su porvenir y solucionar sus problemas. Pero no había nadie que levantara la mirada a los hombres, o que hiciera un llamado a su conciencia, o que les dijera que debían preparar la reunión de toda la humanidad en el Reino de Dios.

El profeta bíblico bajo la inspiración de Dios sabe ver cómo los acontecimientos históricos se inscriben en su obra empezada desde siglos, y él sabe decir qué objetivos debemos fijamos para cooperar a la realización de su Reino entre los hombres, los profetas hablan de los acontecimientos de su tiempo y por eso al principio, cuesta un poco entenderlos. Fueron servidores de la verdad y lucharon por la justicia. No son hombres teóricos, ni partidistas, sino que hablan a partir de una experiencia personal.

Todo verdadero profeta tiene la conciencia de no ser más que un instrumento. Sabe que ha recibido la Palabra de Dios y que debe comunicarla a los hombres. Esta convicción se funda en la experiencia misteriosa de un contacto inmediato con Dios.

El profetismo así entendido es un fenómeno propio de Israel, uno de los procedimientos empleados por la Providencia divina en la dirección del pueblo elegido.

El movimiento profético en Israel

Si como hemos dicho, el profeta es aquél que habla en nombre de Dios, no es de extrañar que la Biblia ponga a Moisés a la cabeza del grupo de los profetas y que le considere el mayor de todos (Num 12,6-8). Moisés ha conocido a Yahvé "cara a cara" y ha transmitido su ley al pueblo.

Moisés tuvo sus sucesores. Josué, el heredero de sus dones. En la época de los Jueces aparece la profetisa Débora. Luego surge la gran figura de Samuel, profeta y vidente. Entonces se difunde el espíritu profético en grupos de "inspirados" y en otras comunidades. Pero además aparecen personalidades destacadas: el profeta David. (2 Sam 7. 2ss); Elías y Eliseo en tiempo de Ajab y sus sucesores; Jonás en tiempo de Jeroboam y otros muchos.

Sólo por referencias de otros autores sagrados conocemos a la mayoría de los profetas. Ellos no nos han dejado ningún escrito personal. Sin embargo, hay algunas figuras de más relieve: Natán anuncia a David la permanencia de su dinastía, en la que Dios se complace, y reprende con dureza a David por su pecado con Betsabé; en vista de su arrepentimiento, le asegura el perdón de Dios. Estamos especialmente informados sobre Elías y Eliseo por los relatos de los libros de los Reyes.

Pero hay otros profetas en la Biblia de quienes conservamos por escrito lo que dijeron. Son los profetas "canónicos" o "escritores". Ellos propiamente no escribían, sino que predicaban; luego su predicación era recopilada, generalmente por sus discípulos, y puesta por escrito. El primero de estos profetas, Amós, predica a mediados del S. VIII, unos cincuenta años después de la muerte de Eliseo.

El gran movimiento profético durará hasta el Destierro, menos de dos siglos, que están dominados por las extraordinarias figuras de los profetas Isaías y Jeremías. Pero en ese tiempo se sitúan también otros profetas como Oseas, Miqueas, Nahúm, Sofonías y Habacuc. Cuando Jeremías va terminando su predicación, aparece Ezequiel. Con este profeta del Destierro hay un cambio de tono: menos fuego y espontaneidad, visiones grandiosas pero complicadas, descripciones minuciosas. Los profetas de la vuelta del Destierro, Ageo y Zacarías, tienen un horizonte más limitado: su interés se concentra en la reconstrucción del Templo. Tras ellos, Malaquías subraya los defectos de la nueva comunidad. Luego el librito de Jonás, utiliza páginas antiguas de la Escritura con cierta apariencia de relatos históricos para impartir enseñanzas nuevas. A esto se le llama género "midrásico". Las visiones del final de los tiempos reaparecen con Joel y con Zacarías y sobre todo con el libro de Daniel donde se conjugan las visiones del pasado y del futuro, en un cuadro extratemporal de la destrucción del Mal y del advenimiento del Reino de Dios. Luego el profetismo se va a extinguir en Israel, hasta la aparición de Juan Bautista, el último de los profetas de la antigua Ley, "profeta y más que profeta" como le llamó Cristo (Mt. 11,91.

La doctrina de los profetas

Los profetas han desempeñado un papel considerable en el desarrollo de la conciencia religiosa de Israel. Podríamos sintetizar su aporte en tres grandes líneas: el monoteísmo, la moral y el mesianismo:
El MONOTEISMO no es ninguna novedad para ellos. Recuerdan verdades antiguas y así el contenido y las consecuencias de esta fe van afirmándose cada vez más en el Pueblo. Los profetas recuerdan que Yahvé, dueño de toda la tierra, no deja sitio para otros dioses, y luchan así contra el influjo de los cultos paganos de los pueblos vecinos que contaminaban la fe de Israel.
LA MORAL: ante la santidad de Dios, los profetas adquieren una aguda conciencia del pecado del hombre: el pecado es lo que separa al hombre de Dios y a unos de otros. Es un atentado contra el Dios de la Justicia (Amós), contra el Dios del Amor (Oseas), contra el Dios de la Santidad (Isaías). Los profetas se preocupan mucho por la justicia social, y condenan toda práctica de culto que no vaya acompañada con una actitud recta y honesta ante los demás hombres. Puede verse, por ejemplo, Isaías 1, 11-17; 58, 1-12; Os 6, 6; Mi 6, 6-8.
EL MESIANISMO. Dios no quiere la ruina de su pueblo, y el castigo no es su última palabra: sino que prosigue la realización de sus promesas. Yahvé escogerá un "resto" –un pequeño grupo – por quienes cumplirá sus promesas. Para establecer su Reino en la tierra, Yahvé enviará al mundo su Mesías, es decir, su "Ungido". Esta gran esperanza sobrevivió al derrumbamiento que supuso el Destierro, y penetró toda la historia de Israel, sosteniendo su fe. Pero su significado quedó en el misterio hasta la venida de aquél que realizó plenamente las profecías y concilió sus divergencias: Jesús.




No hay comentarios:

Publicar un comentario