LOS MANDAMIENTOS DE LA LEY
DE DIOS: AMOR AL PRÓJIMO
1. EL CUARTO MANDAMIENTO
a) La familia nace del amor
El
cristiano conoce por la Biblia y las
enseñanzas de la Iglesia cuál es el plan
de Dios sobre el matrimonio y la
familia.
En
efecto, en la primera página de la Biblia se lee que el ser humano aparece en
matrimonio. Adán y Eva son creados por Dios
“el uno para el otro”: “Dios los bendijo y les dijo: Sed fecundos y
multiplicaos, poblad la tierra…” (Gén.1,26-28)
El
fundamento de la familia está en la
mutua atracción que Dios ha puesto entre
el hombre y la mujer y en la capacidad que les ha dado para engendrar hijos.
Esa atracción pasa del plano general al
particular cuando un hombre y una mujer se aman y deciden unir sus vidas para siempre y formar una familia.
Y es
también el amor entre los esposos el que da origen a los hijos y el que vincula
a los hermanos entre sí, frutos todos
ellos del amor de sus padres.
El
amor de los esposos está, por lo tanto, en el origen de la familia, de cada
familia, y ese amor Dios lo bendice y consagra con el sacramento del matrimonio
en el caso de la familia cristiana.
b) La relación de los padres
con los hijos.
La
paternidad y la maternidad humanas son
como una participación en la paternidad
divina. Por eso se dice que, para los
hijos, los padres representan a Dios. En ello se fundamenta el honor que los hijos deben a sus padres.
La
formulación del cuarto mandamiento, que dice así: “Honra a tu padre y a tu madre, como te lo ha mandado Yahvé tu Dios, para que se prolonguen tus días y seas feliz en la tierra que Dios te da”
(Dt. 5,16).
El
término honrar tal como aparece en la Biblia, abarca actitudes como el amor, la
gratitud, el respeto y la obediencia. Así el Levítico dice: “Respete cada uno a
su madre y a su padre. (Lev.19, 3). Y el
libro de los Proverbios: “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no
desprecies la lección de tu madre. Tenlos
atados siempre a tu corazón, enlázalos a tu cuello; en tus pasos ellos
serán ti guía; cuando te acuestes, velaran por ti; conversaran contigo al
despertar. (Prov. 6,20-22).
En
el Nuevo Testamento se reiteran estos
mismos preceptos aún con mayor
exigencia. El Evangelio de San Lucas nos revela
que Jesús, siendo Dios, “estaba sujeto” a María y a José (Lc.2, 51). Y
San Pablo enseña “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es
agradable al Señor” (Col. 3,20).
Los
deberes de los hijos, auque de forma diferente, continúan cuando sus padres son
mayores. En la medida en que puedan, deben prestarles ayuda en los años de
vejez, en sus enfermedades y en los momentos de soledad o de abatimiento. (CIC.
2218)
c) Deberes de los padres
Los
padres deben recibir con amor a los hijos que Dios les envíe y tratar de
educarlos lo mejor posible. Ellos son, por ley natural, los primeros y principales
educadores de sus hijos. Los padres
cristianos reciben, además, en el
sacramento del matrimonio una especial ayuda de Dios para educar cristianamente
a sus hijos.
Los
principales deberes de los padres
respectos a sus hijos son:
- Alimentarles
desde que nacen hasta que puedan valerse
por sí mismos.
- Educarles
en los valores humanos con su ejemplo y su palabra: en el amor,
el respeto, el dominio de sí, la sinceridad, el espíritu de servicio y de
solidaridad, etc.
- Educarles
en la fe, enseñando a sus hijos a rezar y descubrir su dignidad de hijos
de Dios.
- Corregirles
cuando sea conveniente, para enseñarles
a elegir y no desviarse por el camino del mal.
- Respetar
el derecho de los hijos a elegir su profesión y su estado de vida al
llegar a la edad oportuna.
2. EL QUINTO MANDAMIENTO
La
vida humana es sagrada porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de
Dios. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término. Por
eso, nadie puede atentar contra la vida de un ser humano inocente. En esta
sección resumiremos lo que nos quiere decir el quinto mandamiento porque este tema se tratará con más detenimiento en
otra sesión.
No matarás
La
Sagrada Escritura nos enseña cómo
después del primer pecado, la ira y la violencia se hacen presentes entre los seres humanos. La muerte de Abel a manos
de Caín es la mejor muestra de esa
triste situación.
Dios
reprocha a Caín este crimen: “¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a
mí desde la tierra” (Gén.4, 10-11). Con estas y otras palabras, la Biblia nos
revela que sólo Dios es dueño de la vida
y que, por ello, toda vida es sagrada. El hombre y la mujer no tienen dominio
absoluto sobre su vida, sino que han sido hechos por Dios administradores responsables de ella.
La
defensa de la vida humana se fundamenta
en el hecho de que el hombre es imagen de Dios. Por eso, Dios es el quinto
mandamiento defiende la vida humana con
el precepto: “No matarás”.
El
quinto mandamiento considera como pecados especialmente graves el homicidio, el
aborto, la eutanasia, la guerra injusta, el terrorismo, etc.; es decir, todo
aquello que desprecia, maltrata o acaba con la vida humana.
Jesús
nos enseñó en el Sermón de la Montaña que, además del respeto a la vida, el
cristiano tiene el deber rechazar el odio, la venganza, la ira, el rencor.. y
todas aquellas actitudes que se oponen al mandamiento del amor. (Mt. 5,21-26)
3. SEXTO MANDAMIENTO
a) Concepto cristiano del
cuerpo.
El
cristiano tiene una concepción extraordinariamente positiva del cuerpo humano. Veamos algunas de sus
razones:
- Jesucristo el Hijo eterno de Dios, se ha hecho verdadero
hombre y tiene un cuerpo como el
nuestro por toda la eternidad.
- maría engendró en su cuerpo
virginal al Hijo de Dios hecho hombre, dándole su carne y su sangre.
- El cuerpo de Jesús, muerto en la
cruz, resucitó lleno de gloria y
subió al cielo.
- Cada cristiano, desde el bautismo,
es una “criatura nueva” y su cuerpo es templo de Dios (Icor. 6,19) por la gracia
santificante que recibimos en ese
sacramento. Se puede decir que Dios vive en cada uno de nosotros mientras
no echamos por el pecado mortal.
- Por último, nuestro cuerpo está
destinado a la resurrección , siguiendo a Jesús resucitado y glorioso (ver
I Cor.15, 20-25)
b) “Hombre y mujer los
creó…”
Desde
la primera página de la Biblia el hombre y la mujer son presentados en pareja y
con mutua atracción afectiva. (Gén.2,23). La doctrina moral católica sobre la
sexualidad se puede formular en estos tres principios:
- Valor positivo de la sexualidad: la
Biblia insiste en el valor positivo de la sexualidad: “Dios creó al hombre
a imagen suya… hombre y mujer los creó. Y Dios los bendijo diciéndoles:
“Sed fecundos y multiplicaos”. Y vio Dios que todo lo que había hecho era
bueno” (Gén. 1,27-31). El plan de Dios, incluía, naturalmente, las
relaciones sexuales entre esposos. La
sexualidad, por tanto, es una realidad buena en sí misma y ordenada al
matrimonio.
- Requiere autodominio: La sexualidad
humana __ precisamente por ser “humana” – ha de estar orientada por la
razón y sometida a la voluntad. Esto significa que se requiere un
autodominio sobre la propia sexualidad. De lo contrario, acabaría
siendo una pasión instintiva como
en los de los animales. Para
alcanzar eses autodominio se precisa la ayuda de la gracia de Dios, que
recibimos especialmente en los sacramentos.
- Abierta
a la procreación: La Biblia nos cuenta que Dios bendijo al primer hombre
y a la primera mujer y le dijo:
“Sed fecundos y multiplicaos” (Gén. 1,28). Esto significa que, según el
plan de Dios, el ejercicio de la sexualidad humana entre el hombre y la
mujer debe estar abierto a la
procreación. Por eso, la moral católica enseña que el uso lícito de la
sexualidad se da exclusivamente en
el matrimonio.
c) La virtud de la castidad
Jesucristo
dijo: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt.
5,8). Y San Pablo añadió: “La voluntad
de Dios es vuestra santificación:
que os abstengáis de la fornicación y que cada uno sepa guardar
su cuerpo en santidad y honor” (I Tes. 4,3-6).
La
virtud de la castidad es la que ordena las tendencias sexuales en el hombre y
la mujer según la voluntad de Dios.
Dios ha dotado al ser humano de inteligencia y de
voluntad libre: en esto se distingue de los animales, que siguen ciegamente a
la ley de su instinto.
Cuando
los seres humanos no viven la castidad
se degradan a la altura de las bestias, se corrompen las costumbres, se pierde la verdadera
alegría, se debilita la fe , se llega a cometer
verdaderos crímenes como, por ejemplo, el aborto.
La
virtud de la castidad, por el contrario, mantiene limpias las costumbres, el matrimonio, el noviazgo,
las diversiones y da a quienes la viven una alegría verdadera. Sólo los limpios
de corazón verán a Dios. Y esta es la meta máxima a la que puede aspirar el ser
humano.
4. SEPTIMO MANDAMIENTO
a) “No robarás”
El
decálogo formula este mandamiento con el
imperativo “no robarás” (Dt. 5,19)): Y San Pablo sentencia: “ni los ladrones,
ni los avaros… ni los rapaces heredaran el Reino de Dios” (I Cor. 6,10)
Dios
entregó la creación entera para el
servicio del hombre y de la mujer (Gén. 1,28-31). Por ello todos los
bienes están para el uso y beneficio de
la humanidad. Pero el “uso” no permite el “abuso”.
Al
decir Dios “no robarás” acepta el
derecho que tiene el ser humano a poseer cosas propias y prohíbe que se lesione la propiedad
legitima. Robar es apoderarse del bien ajeno contra la voluntad razonable de su
dueño. El pecado de robo, para ser perdonado, exige la restitución de lo robado. También hay que restituir
si se daña injustamente un bien ajeno.
Sin
embargo, el derecho de propiedad privada no tiene un carácter absoluto. La
doctrina moral católica enseña que los bienes de la tierra han sido creados por Dios para el bien de
todos los seres humanos. Por tanto, cuando hay un litigio entre el derecho a la propiedad privada y a
la función social de la propiedad debe prevalecer este último principio sobre
el anterior.
b) La doctrina Social de la
Iglesia
Es u
hecho constatable que una minoría goza
de la mayor parte de los bienes creados por Dios, mientras que la mayoría de
los seres humanos sufre necesidades e
incluso bastantes se mueren de hambre. Tal situación la describe así el Papa Juan Pablo II: “Este es el cuadro:
los pocos que poseen mucho… y los muchos que poseen poco o nada”. Este orden
social es injusto y la jerarquía de la Iglesia
lo denuncia como contrario a los planes de Dios.
La
doctrina Social de la Iglesia es aquella parte de la moral católica que
promueve la dignidad de la persona humana y un más justo reparto de los bienes
de la tierra. Esta doctrina es una constante
llamada a la solidaridad entre todos los hombres y naciones del mundo.
La
persona humana es el centro y el fin de
la doctrina social de la Iglesia porque tanto la economía como la política han de estar dirigidas a
dignificar la persona y la vida humana.
Hay
personas que opinan que la Iglesia no debería hablar sobre economía, política o
justicia social. Pero esas personas están equivocadas, pues la jerarquía de la
Iglesia tiene el deber de hablar sobre estas cuestiones, no en el aspecto
técnico, sino para emitir juicios morales cuando lo exigen los derechos
fundamentales de la persona o la salvación de las almas.
5. OCTAVO MANDAMIENTO
a) Amar la verdad
En
el Antiguo Testamento Dios se
revela con frecuencia como autor de la
verdad. El Evangelio enseña de Jesucristo que estaba “lleno de gracia y de
verdad” (Jn.18, 37); y añade de sí mismo: “Yo soy la verdad” (J. 14,6)
Conforme
a esta doctrina, Jesús enseña que sus discípulos, en la medida en que creen en
Él, deben regirse por este principio moral: “Sea vuestro sí, sí; y vuestro no,
no (Mt. 5,37)
Finalmente, Jesús
pide a su Padre que sus
seguidores “sean santificados en la verdad” (Jn. 17,17), y lanza esta sentencia que adquiere perenne actualidad: “La verdad
os hará libres” (Jn. 8,31-32)
Por
consiguiente, el cristiano tiene obligación
de buscar la verdad, amarla, defenderla y extenderla o comunicarla. Y,
por el contrario, ha de evitar la mentira, la difamación y la calumnia, que son
pecados contra el octavo
mandamiento que ofenden a Dios y hacen
daño al prójimo. Para que la mentira que ocasiona un mal – la difamación o la
calumnia – pueda obtener el perdón, se exige
la reparación del daño cometido.
6. NOVENO MANDAMIENTO
TENER UN CORAZÓN PURO
El
noveno mandamiento dice así: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
Jesús
santificó el amor entre el hombre y la mujer con el sacramento del matrimonio y
nos enseñó que todas las relaciones
sexuales han de ser honestas. Por
eso condenó los pecados internos contra
la virtud de la pureza. “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio en su corazón” (Mt.5, 28). Y, lógicamente, el mismo precepto obliga a
la mujer respecto del varón.
La
moral cristiana, al condenar los pensamientos y deseos impuros, tiene en cuenta
la psicología humana, pues en el interior del ser humano se inicia el desorden moral. Jesús enseñó que
“del fondo del corazón nacen los malos
pensamientos…, los adulterios, las fornicaciones…
(Mt.15, 10-20)
Cuando
Jesucristo condena los malos
pensamientos y los deseos deshonestos,
intenta elevar al hombre y a la mujer ayudándoles a purificar el corazón, pues
el desorden interior conduce al pecado
exterior. Y con la bienaventuranza de “los limpios de corazón” enseña que la
pureza de corazón nos alcanzará el ver a Dios y nos da desde ahora la capacidad
de ver, según Dios, todas las cosas.
7. DECIMO MANDAMIENTO
SER “POBRES DE ESPÍRITU”
El
décimo mandamiento dice: “No codiciarás los bienes ajenos”. Los bienes terrenos
son buenos y necesarios para que el hombre y la familia vivan con dignidad.
Pero en el corazón mismo0 del hombre existe un deseo desordenado de poseerlo,
de forma que, si no se vive el “espíritu
de pobreza”, ese deseo es insaciable.
Por
eso Jesús afirma que “es muy difícil que
los ricos se salven” (Mt.19,23). Con estas palabras, Jesús se refiere a los que
tiene su corazón puestos en la riqueza.
Con estas palabras tan fuertes, Jesús advierte
a sus seguidores del riesgo de ambicionar muchos bienes materiales.
San
Pablo advierte a los cristianos que estén precavidos contra el deseo desmesurado de riqueza, pues
se pega al corazón y llega a convertirse en un ídolo. (Col. 3,5)
El
cristiano en el uso de los bienes de la
tierra ha de tener a la vista esta advertencia
del Señor: “No se puede servir a
dos señores: a Dios y a las riquezas” (Mt. 6,24). Y recordar siempre que Jesús
llamó bienaventurados a los “pobres de
espíritu” (Mt.5, 3)
BIBLIOGRAFIA
1.
Asociación de editores del catecismo.
2.
Concilio Vaticano II.
3.
Ediciones Paulina
4.
Fernández, Aurelio
5.
Juan Pablo II
6.
Pronafcap UNCP. 2009
|
Catecismo de la Iglesia católica. Madrid –España 1993
14º Edición. España 1986.
Biblia Latinoamericana XXI edición
Moral Católica. Madrid.2000
Veritatis Splendor
|
Páginas Web
|
La crisis actual es una crisis de la verdad sobre el hombre”
Artículos de SS. Benedicto XVI
Teología moral
|
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