viernes, 11 de septiembre de 2015

magisterio de la iglesia

MAGISTERIO DE LA IGLESIA.

Introducción al Magisterio de la Iglesia La Iglesia es una institución que sirve a Cristo de instrumento para realizar la salvación de los hombres.
  
El Magisterio de la Iglesia siempre ha sido motivo de polémica, como lo fue la Iglesia misma, y el propio Cristo, mientras vivió en el mundo. Pero en la actualidad, se acentúa este problema por la crisis general de la era moderna, en la que se rechaza toda manifestación de una autoridad que no se haya elegido.

Puede agregarse el desconocimiento habitual del contenido del Magisterio, otra característica de la época. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que del nuevo Catecismo se han publicado diez millones de ejemplares, cantidad que impresiona, pero que representa el uno por ciento (l %) del total de católicos existentes en la actualidad. Es decir, que el 99 % de los católicos del mundo, nunca han tenido ni siquiera un Catecismo en sus manos.

El Concilio Vaticano II definió a la Iglesia “como un sacramento”; esta frase no pretende afirmar que se añade a los siete sacramentos conocidos uno más. Se trata de argumentar que, así como los sacramentos son instrumentos de Cristo para distribuir su gracia entre los hombres, la Iglesia es una institución que sirve a Cristo de instrumento para realizar la salvación de los hombres.

El Concilio Vaticano II definió a la Iglesia “como un sacramento”; esta frase no pretende afirmar que se añade a los siete sacramentos conocidos uno más. Se trata de argumentar que, así como los sacramentos son instrumentos de Cristo para distribuir su gracia entre los hombres, la Iglesia es una institución que sirve a Cristo de instrumento para realizar la salvación de los hombres. Es claro que siempre son gratos a Dios quienes le temen y practican la justicia, pero no es menos cierto que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, y que Él instituyó a la Iglesia como instrumento necesario de salvación.

“Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.” (Lumen Gentium, p. l4)

Cristo no dio a su Iglesia sólo los sacramentos, sino que le dio su Palabra, o sea el conjunto de su mensaje, para que lo transmitiera fielmente a todos los hombres de todas las generaciones. Esto significa que la Palabra de Dios nos llega necesariamente canalizada por el conducto de instrumentos humanos. Cuando Rousseau exclamaba:

¡Cuántos hombres entre Dios y yo!, mostraba que no había captado la profunda dimensión de la sacramentalidad de la Iglesia, es decir, lo divino operante por medio de instrumentos humanos. Ya los gnósticos, en el siglo II, distinguían la Iglesia institucional de la Iglesia carismática e invisible. También la Reforma Protestante postula la fe sin intermediarios y la Escritura sin intérpretes.

Lo más grave es que actualmente se nota un neoprotestantismo en ámbitos católicos, que se traduce en la desconfianza y la crítica permanentes a la Iglesia "oficial" -la jerarquía. El Magisterio advierte con claridad: “...la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino.” (Lumen Gentium, p. 8)

Debe aceptarse, asimismo, que el Magisterio eclesiástico no es científico. Pío XII lo explica así: “El Magisterio de la Iglesia no es científico, sino testimoniante. Es decir, no se funda en las razones intrínsecas que se dan, sino en la autoridad del testimonio. (...) De aquí que, aún cuando a alguien, en una ordenación de la Iglesia, no parezcan convencerle las razones alegadas, sin embargo, permanece la obligación de la obediencia.” (Acta Apostolicæ Sedis 46 [l954] 67l/672) Esto explica la importancia que los evangelistas atribuyeron a los milagros como signos de la autoridad de Jesús: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed a las obras (aunque no me creáis a mí), para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mi y yo en el Padre” (Jn l0,37-38).

El proceso es resumido por San Agustín: por sus milagros se conquistó la autoridad, por su autoridad mereció la fe, por la fe congregó la multitud.

AUTENTICIDAD DEL MAGISTERIO

En nuestra época se ha generalizado la convicción de que la humanidad ha llegado a su mayoría de edad, lo que fundamenta la resistencia a toda heteronomía -normas que provienen de afuera- y a todo dogmatismo doctrinal. Por eso es necesario insistir en que fue Cristo quien envió a sus apóstoles con la misión de predicar el Evangelio. De allí surge la autenticidad del Magisterio, tanto de los apóstoles como de sus sucesores, los obispos, a quienes entregaron la antorcha viva de la misión recibida, mediante el rito de imposición manos. Entonces, la regla segura para conocer la verdadera doctrina de los apóstoles es el consenso de los obispos, que descienden de ellos. San Ireneo y otros, componen las listas de los obispos, que se suceden unos a otros hasta entroncar con un apóstol.

La misión de los apóstoles y de sus sucesores es la de enseñar todo y solo el Evangelio. La predicación de la Iglesia se basa en la conservación íntegra del depósito de la revelación cristiana. De allí el término jurídico “depósito” que utiliza San Pablo al exhortar a Timoteo a custodiarlo fielmente. Ni los apóstoles, ni los obispos, ni la Iglesia, son dueños de él; lo han recibido para transmitirlo fielmente, hasta la consumación de los siglos y para devolverlo intacto al final de los tiempos. Y esto, de tal forma, que ni un ángel del cielo podrá quitar ni añadir cosa alguna (Gál l,8).

La autoridad del Magisterio eclesiástico no es otra cosa sino un carisma al servicio de la fiel transmisión y de la mayor eficacia de la Palabra de Dios. Por eso, cuando la Iglesia define un dogma de fe, en realidad no está imponiendo nada. Lo que hace es testificar, constatar con certeza que una verdad está contenida en la revelación cristiana. El acto de fe en un dogma definido no es fe a la Iglesia, sino fe a la Palabra de Dios, que nos llega por medio del testimonio de la Iglesia. Entonces, incluso a nivel histórico, dejando de lado lo sobrenatural, debe admitirse que en el Magisterio de la Iglesia existe una credibilidad en la transmisión del mensaje que difícilmente puede superar otra institución humana. Pues cualquier otra institución normalmente cambia a través del tiempo. La Iglesia, por el contrario, depende de la fidelidad al mensaje primitivo, sin adulteraciones ni agregados que pongan en peligro su contenido original.

Un problema a dilucidar es el de los libros inspirados. Los apóstoles escribieron o supervisaron la redacción de estos libros, que, por ser inspirados por Dios, son verdaderamente Palabra de Dios. Por lo tanto, los protestantes sostienen que no es necesario el Magisterio, para quienes es suficiente la Escritura sola. Es que el Magisterio no está sobre la Sagrada Escritura; está para garantizar su correcta interpretación, por “aquellos que en la Iglesia poseen la sucesión desde los apóstoles y que han conservado la Palabra sin adulterar e incorruptible” (San Ireneo).

La historia muestra que todas las herejías se han basado en alguna expresión bíblica separada de su contexto vital. Los libros inspirados no pueden entenderse sino dentro de la fe de la Iglesia, en la que han nacido. Este es un principio de hermenéutica sensato y natural; San Agustín exclamaba: “Yo no creería en el Evangelio si no me impeliera a ello la autoridad de la Iglesia”. La credibilidad del Magisterio se funda en tres razones:

a)       “recibieron del Señor la misión de enseñar a todas las gentes”. El apóstol es un delegado el maestro, un embajador que lo representa con plenos poderes.
b)      Cristo prometió “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Los hombres tienen que creer en él porque fuera de él no hay salvación posible. Pero el único acceso para llegar a él es el testimonio de los apóstoles y de sus sucesores. Sería indigno de Dios no ofrecer las garantías necesarias de que ese testimonio es confiable.
c)       “Para el desempeño de su misión, Cristo Señor prometió a sus apóstoles el Espíritu Santo” (Lumen Gentium, 24). De aquí se sigue que los fieles deben aceptar la doctrina de su obispo en materia de fe y costumbres y “adherirse a ella con religiosa sumisión de voluntad y entendimiento” (Id, 25).

TRADICIÓN
Del modo indicado se inicia el proceso de “tradición” de la revelación. Iglesia y tradición están, pues, íntimamente ligadas entre sí, desde el tiempo en que no existían aún los libros del Nuevo Testamento. Las cartas pastorales a Timoteo y Tito, con su insistencia en la necesidad de permanecer firmes en el depósito de la fe transmitida por los apóstoles, fundamentan bíblicamente el principio de la tradición. A esta tradición, que se remonta a los testigos oculares, le corresponderá mantener viva y fiel la memoria de Cristo por todas las generaciones.

La tradición precede y engloba incluso la redacción de los textos del Nuevo Testamento, que entrarían luego a formar parte de la lista oficial de los libros canónicos. El anuncio de la buena noticia, funda la Iglesia; el grupo de los que, habiendo creído en el Evangelio, constituirán la comunidad que prolongará en el tiempo la de los discípulos inmediatos de Jesús.

La Tradición obedece a una doble exigencia: de fidelidad y de progreso. “Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón...” (Dei Verbum, 8). La Tradición, entonces, no es sinónimo de inmovilidad y conservadorismo. Von Balthasar ha hecho notar que todos los cismas de la historia han tenido su origen en una actitud conservadora. El cisma de Oriente, se debió a que se reconoció hasta el II Concilio de Nicea, únicamente. Para la Reforma, era válido lo que estaba consignado literalmente en la Escritura.

A veces, sin embargo, no resulta fácil determinar lo que se puede reformar en la Iglesia. Un ejemplo es el de la admisión de las mujeres al sacerdocio. Algunos han sostenido que es una tradición puramente eclesiástica. Pablo VI, y luego Juan Pablo II han sostenido que existe una tradición válida, que se impone a la Iglesia, y frente a la cual no poseen autoridad para introducir modificaciones. El pontífice lo explica así:

“En el vasto trasfondo del gran misterio, que se expresa en la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia, es posible también comprender de modo adecuado el hecho de la llamada de los doce. Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo. Por lo tanto, la hipótesis de que haya llamado como apóstoles a unos hombres, siguiendo la mentalidad difundida en su tiempo, no refleja completamente el modo de obrar de Cristo.” (Mulieris Dignitatem, p. 26)
 Concilios

Uno de los errores más comunes en nuestra época, es pensar que la Iglesia Católica recién adquirió su pleno desarrollo con el Concilio Vaticano II, ignorando que se celebraron, antes, otros veinte Concilios, en los que se esclarecieron dudas y se precisaron conceptos. En un rápido repaso, mencionaremos algunos de los Concilios más importantes de la historia de la Iglesia.

NICEA (325): convocado por el Emperador Constantino. Condenó la herejía Arriana, que sostenía que Cristo es una criatura de Dios. Definió: la identidad de naturaleza de Padre e Hijo, con la misma sustancia.

EFESO (431): condenó la herejía Nestoriana, que separaba las dos naturalezas de Cristo. Definió: la unión hipostática de las dos naturalezas; y reconoció a la Virgen María como Theotokos, Madre de Dios.

CALCEDONIA (451): condena el monofisismo, que afirma que existe en Cristo una sola naturaleza, la divina.
CONSTANTINOPLA III (680): condena el monotelismo, que sostiene que existe una sola voluntad en Cristo. Define: hay dos voluntades en Cristo.

NICEA II (787): Declara legítimo el culto a las imágenes religiosas, que había sido prohibido por el Emperador León. Distingue: veneración, que se debe a la Virgen y a los Santos, y la adoración (latría) que corresponde únicamente a Dios.

TRENTO (l545/l563): considerado el más importante de los Concilios, pues perfeccionó todos los fundamentos doctrinarios: sacramentos, Misa, pecado original, seminarios, justificación.

VATICANO I (l869): precisó la doctrina frente a errores liberales, y fijó la infalibilidad pontificia.

VATICANO II (l962/l965): aprobó l6 documentos pastorales, de los que el más importante para la enseñanza social es la Constitución Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo.

INTERPRETACIÓN DEL MAGISTERIO
En l993, en un discurso dirigido a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica, Juan Pablo II se refirió al problema de la interpretación de la Palabra de Dios:

“La docilidad al Espíritu Santo produce y refuerza otra disposición, necesaria para la orientación correcta de la exégesis: la fidelidad a la Iglesia. El exegeta católico no alimenta el equívoco individualista de creer que, fuera de la comunidad de los creyentes, se pueden comprender mejor los textos bíblicos. Lo que es verdad es todo lo contrario, pues esos textos no han sido dados a investigadores individuales para satisfacer su curiosidad o proporcionarles temas de estudio e investigación (Divino Afflante Spiritu; Enchiridion biblicum, 566); han sido confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar su fe y guiar su vida de caridad. Respetar esta finalidad es condición para la validez de la interpretación.” (p. 10)

“También el Concilio Vaticano II lo ha afirmado: Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios (Dei Verbum, l2).”(p. 10)

“No habían transcurrido cinco años de la publicación de la Divino Afflante Spiritu, cuando el descubrimiento de los manuscritos de Qumram arrojaron nueva luz sobre un gran número de problemas bíblicos y abrieron otros campos de investigación.”(p. 12)

La Biblia ejerce su influencia a lo largo de los siglos. Un proceso constante de actualización adapta la interpretación a la mentalidad y al lenguaje contemporáneo. El carácter concreto e inmediato del lenguaje bíblico facilita en gran medida esa adaptación, pero su arraigo en una cultura antigua suscita algunas dificultades. Por tanto, es preciso volver a traducir constantemente el pensamiento bíblico al lenguaje contemporáneo, para que se exprese de una manera adaptada a sus oyentes. En cualquier caso, esta traducción debe ser fiel al original, y no puede forzar los textos para acomodarlos a una lectura o a un enfoque que esté de moda en un momento determinado.” (p. 15).

La Congregación para la Doctrina de la Fe, ha indicado los límites que deben respetar los teólogos en la tarea de investigación:

“Aunque la doctrina de la fe no esté en tela de juicio, el teólogo no debe presentar sus opiniones o sus hipótesis divergentes como si se tratara de conclusiones indiscutibles. Esta discreción está exigida por el respeto al pueblo de Dios (cfr. Rom. l4, l-l5; l Col. 8, l0. 23-33). Por esos mismos motivos ha de renunciar a una intempestiva expresión pública de ellas.”

“De igual manera no sería suficiente el juicio de la conciencia subjetiva del teólogo, porque ésta no constituye una instancia autónoma y exclusiva para juzgar la verdad de una doctrina.”

“En diversas ocasiones el Magisterio ha llamado la atención sobre los graves inconvenientes que acarrean a la comunión de la Iglesia aquellas actitudes de oposición sistemática, que llegan incluso a constituirse en grupos organizados.
En la Exhortación apostólica Paterna cum benevolentia, Pablo VI ha presentado un diagnóstico que conserva toda su actualidad. Ahora se quiere hablar en particular de aquella actitud pública de oposición al magisterio de la Iglesia, llamada también disenso, que es necesario distinguir de la situación de dificultad personal, de la que se ha tratado más arriba. El fenómeno del disenso puede tener diversas formas y sus causas remotas o próximas son múltiples.

Entre los factores que directa o indirectamente pueden ejercer su influjo hay que tener en cuenta la ideología del liberalismo filosófico que impregna la mentalidad de nuestra época.”

LA INDEFECTIBILIDAD DE LA IGLESIA
La afirmación de que la Iglesia es indefectible -que no puede faltar- expresa una triple certeza:
1.       Que no desaparecerá a lo largo de la historia;
2.       Que seguirá existiendo tal como Cristo la ha querido, sin sufrir cambios sustanciales que equivaldrían prácticamente a su destrucción;
3.       Que se mantendrá fiel a Cristo.

La indefectibilidad de la Iglesia descansa en la promesa del Señor de permanecer siempre con ella y de defenderla de los ataques del Mal. El Vaticano II ha expresado esto en un texto muy denso, que excluye interpretaciones simplistas:

“Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso” (LG, 9).

Entonces, la confianza de la Iglesia en su fidelidad no es fruto de la soberbia humana, sino de la confianza en la gracia de Dios. Por otra parte, ningún miembro de la Iglesia, en particular, tiene garantía de perseverar en la fe. Incluso los grupos como tales, pueden apartarse de la fe, dando origen a sectas heréticas. La garantía se le da a la Iglesia en su totalidad, por lo que es imposible que toda la Iglesia pueda caer en un error que la ponga en contra del evangelio de Jesucristo. Dice el Concilio:

“La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Espíritu Santo, no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando desde los obispos hasta los últimos laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres” (LG, l2).

Lo que se describe así es el llamado sensus fidei, o sentido común de la fe, que es uno de los filones de la tradición. El magisterio de Pío IX, al definir el dogma de la inmaculada concepción de María (l854), y el de Pío XII, al definir el dogma de la asunción corporal al cielo de la Virgen (l950), se apoyaron en el sensus fidei. En efecto, ambos papas pidieron a los obispos que informaran sobre la vivencia al respecto, del clero y de los fieles, antes de proclamar el dogma.

. DOCUMENTOS PONTIFICIOS
El Sumo Pontífice utiliza los siguientes tipos de documentos:

CARTAS ENCICLICAS: documentos del papa, dirigidos a los Obispos, sobre un tema importante. El título consigna las primeras palabras del texto, generalmente en latín.

EPISTOLAS ENCICLICAS: son poco frecuentes y se usan para dar instrucciones, por ejemplo, sobre un Año Santo.
CONSTITUCION APOSTOLICA: por este medio, el papa ejerce su autoridad sobre temas administrativos. Por ejemplo, creación de una nueva Diócesis.

EXHORTACION APOSTOLICA: se utiliza normalmente después de un Sínodo de Obispos. Ejemplo: “Catechesi Tradendae”, sobre la catequesis en nuestro tiempo, l6-l0-l979.

CARTA APOSTOLICA: dirigida a un grupo de personas: A las familias, a las Mujeres.

BULA: utilizada para asuntos judiciales; ej.: “Unigenitus”, que condenó la tesis jansenista sobre la gracia irresistible (l7l3).

MOTU PROPRIO: documento en que se expresa el Papa “por sí mismo”. Ej.: la proclamación de Sto. Tomás Moro como Patrono de los Políticos y Gobernantes (3l-l0-2000).

CARACTERÍSTICAS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Podemos clasificar las formas del magisterio, con el siguiente cuadro:

AUTENTICO:
-De los obispos en su Diócesis respectiva
-De las Conferencias Episcopales
-Del Papa, en su Magisterio Ordinario

INFALIBLE:
-De todos los Obispos, con el Papa, en consenso unánime
-De los Concilios Ecuménicos, cuando definen
-Del Papa, cuando habla “ex Cathedra” (desde la cátedra), con la intención de definir una verdad.

El Código de Derecho Canónico, 749,l establece:
“En virtud de su oficio, el Sumo Pontífice goza de infalibilidad en el magisterio, cuando, como supremo pastor y doctor de todos los fieles, a quien compete confirmar en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina que debe sostenerse en materia de fe y costumbres.”

El Concilio Vaticano I fijó las condiciones que se requieren para que el magisterio del papa sea infalible:
1.       El Papa enseña como pastor y doctor universal; no como doctor privado ni como Obispo de Roma.
2.       El Papa define, es decir, pronuncia un juicio definitivo e irrevocable en el futuro, ni por el mismo papa, ni por otro, ni por un Concilio.
3.       El Papa ejerce su suprema autoridad apostólica, lo cual implica que obre con entera libertad y no por coacción.
4.       El Papa define una doctrina sobre fe y costumbres; no está limitada a la Revelación.
5.       Debe ser sostenida por la Iglesia universal: obliga a toda la Iglesia, no a una parte, y a un asentimiento absoluto e irrevocable.

Cuando se dan estas cinco condiciones, el papa habla ex cátedra, y su enseñanza es infalible. (Lumen Gentium, 25)

La Iglesia no está por encima de la Palabra de Dios, sino al servicio de ésta. La relación entre la Escritura, la Tradición y el Magisterio está expresado en el número 10 de la DV donde se afirma que el Magisterio no está por encima de la Palabra. Esto es importante, porque se puede caer en la tentación de considerar que la Palabra de Dios pertenece a determinadas tradiciones humanas, confundiendo los contenidos del magisterio con la Tradición apostólica. El Magisterio de la Iglesia tiene el oficio de interpretar la Palabra y las Tradiciones pero no es superior. Está relacionado así el Magisterio, la Palabra y la Tradición, no pueden subsistir independientes, y el Magisterio está al servicio de las anteriores.

En el número 8 de DV dice que los fieles ejercen una función más en la trasmisión de esa fe, cuando contemplan la acción del Espíritu en la historia, crece en una comprensión que luego es proclamada y enseñada por el Magisterio, representado por los Obispos. Esta tradición viva de la Iglesia es ya interpretativa, no es apostólica. De no ser así la infalibilidad del Evangelio estaría a la altura de la del Magisterio, y hemos indicado que está por debajo. Además no todo el Magisterio goza de la misma importancia.

El Magisterio tiene al menos dos grandes formas generales: una extraordinaria o solemne, especialmente determinante; y otra ordinaria o universal. La extraordinaria se da en circunstancias muy puntuales dentro de la comunidad. Pertenecerían a este campo las definiciones papales cuando habla "ex cathedra", es decir, cuando habla como supremo pastor para toda la Iglesia, entra en cuestiones de fe y costumbres y lo hace consciente de la asistencia divina infalible, así definida en el Vaticano I en la "Pastor Aeternus". En esos casos, se habla de la infalibilidad del Papa, en base a una autoridad y consciente de su uso. Apenas se ha utilizado en la práctica.

El "Concilio Ecuménico" o universal, sería la segunda forma de Magisterio extraordinario. Sería la asamblea de todos los Obispos del mundo cuando definen cuestiones pertenecientes a la fe y a las costumbres de la Iglesia, que son confirmadas por el Papa. La autoridad se basa en la colegialidad episcopal. Es verdad que no todo lo que se dice en los Concilios es dogma de fe, la mayoría de las cosas las extraemos del texto en el que se escribieron. Pero si hubiera una definición dogmática tendría la fuerza de la infalibilidad, es decir, no contendría error, infalibilidad de la que goza toda la Iglesia. Entrarían aquí las definiciones del dogma del Credo, aprobado por la Iglesia en los cinco primeros Concilios Ecuménicos. En las cuestiones aprobadas por un Concilio universal, aunque no sean dogmas o definiciones, están por encima del Magisterio ordinario de la Iglesia, su importancia es determinante en la vida de la Iglesia, de ahí que el Magisterio ordinario esté orientado a sus criterios.

El magisterio ordinario mantiene una pluralidad de formas, no todas iguales. Por encima de la mayoría estarían las manifestaciones de fe de una comunidad que presenta la jerarquía y se hacen en comunión. Por ejemplo, la aprobación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, lo proclama el Papa tras consultar a los todos Obispos. Es decir, estamos hablando de un Magisterio superior o cualificado, aun siendo ordinario.

Al Magisterio ordinario pertenecerían los catecismos, como presentaciones de la doctrina de la Iglesia y circunscritos a una época y contexto cultural determinado, requieren siempre la aprobación del Papa. El Catecismo de la Iglesia Católica, dado en Roma en 1992 sería magisterialmente una referencia para los demás catecismos y para la vida de la comunidad, por supuesto no está al mismo nivel que un Concilio Ecuménico.

Tendría un especial sentido e importancia los Códigos de Derecho Canónico, tanto el occidental como el oriental. Son las normas jurídicas que rigen y organizan la comunidad cristiana. Se podría discutir si son Magisterio, dado que no enseñan, ni definen, ni interpretan la Revelación, pero de alguna forma si podrían ser magisterio porque regulan la vida y costumbres de la Iglesia de una manera jurídica, en esa regulación ya hay alguna interpretación. Son un instrumento, en todo caso, al servicio del pueblo de Dios, y deben someterse al Magisterio extraordinario. No podemos hablar de enfrentamiento entre cánones y autoridades eclesiásticas, sino que cooperación. No olvidemos que, en el pasado, muchas definiciones dogmáticas se dieron en forma de cánones.

También sería Magisterio ordinario los documentos, encíclicas o exhortaciones emanadas por el Papa o los dicasterios romanos. Llevan consigo una obligatoriedad y una aceptación por parte de la comunidad cristiana, salvo por cuestiones de conciencia. No gozan de infalibilidad, pero tampoco son una mera opinión más. Pueden tener su margen de error, pero orientan a la comunidad.

Diferenciamos Encíclica, que sería una carta pastoral del Papa a los creyentes. Son formas magisteriales con no muchos siglos de tradición. Una exhortación surge como documento tras un Sínodo, reunión no universal, convocado por el Papa, en el que participan Obispos, religiosos y laicos. A tenor de las conclusiones el Papa elabora un documento que llamamos exhortación.

También sería magisterio ordinario las cartas del Obispo en su diócesis, las orientaciones para sus diocesanos. Los documentos aprobados por las Conferencias Episcopales para las distintas diócesis, que deben ser confirmadas por Roma.

¿Qué relación tiene el magisterio con el pueblo de Dios? Es lo que llamamos el "sensus fidei", el sentido de la fe de los creyentes. El Magisterio arranca de la presencia del Espíritu en toda la comunidad cristiana, LG 12, que arraigada en ese Espíritu Santo no se confunde cuando cree. El Vaticano II insistió en esto, no supone quitar autoridad a los Obispos, para darlo a los fieles. Es considerar a los fieles mayores de edad cuando creen y viven su fe en comunión. Por eso el Magisterio no es algo episcopal, separado de la comunidad cristiana, no es algo para los cristianos de a pie. LG 12 "el pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo... ...la totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando "desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos" presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres".

Por eso ponemos el acento que la infalibilidad es de toda la Iglesia, expresada por el Magisterio, pero pertenece a toda la comunidad cristiana. La elaboración del Magisterio parte el Señor para toda la comunidad, escuchando tanto la Escritura Santa como la voz del Espíritu en su Iglesia de hoy. Por eso es un error que el Magisterio no escuche la voz de los fieles, tan grande como que los fieles no estén atentos a su dignidad de cristianos. La infalibilidad es de toda la Iglesia, no es algo personal de unos pocos, no es el Papa independiente de la comunidad, sino del Papa en comunidad, al servicio y unido a esta. No es un juego de poderes, es una comunidad convocada por el Señor, una familia con diferentes responsabilidades y tareas, pero una familia.

Finalmente, el Magisterio se realiza en conformidad con la fe de la comunidad, desde una teología de comunión, dice LG. No es el Magisterio una responsabilidad del Papa, sino de toda la comunidad, y de los Obispos en particular, como sucesores de los apóstoles. Esta labor los Obispos la deben realizar en comunión, que llamamos "colegialidad episcopal", son un cuerpo, un colegio, no una suma de epíscopos.

La función del Magisterio sería conservar la fe de la comunidad cristiana. No en un sentido estático, sino dinámico. La fe nos es trasmitida desde antiguo y debemos encarnarla, sin supeditarse a la cultura del entorno, hacerla fructificar. El Magisterio debe ser activo, debe proponer, no sólo mantenerse. Debe estar atento a las situaciones históricas nuevas y debe responder a los signos de los tiempos, debe interpretar la Palabra de Dios con autenticidad, atento a las sugerencias de los teólogos y en constante discernimiento.
La asistencia divina en el magisterio del sucesor de Pedro

La infalibilidad del Romano Pontífice es tema de suma importancia para la vida de la Iglesia.

1. La infalibilidad del Romano Pontífice es tema de suma importancia para la vida de la Iglesia. Por ello, resulta oportuno hacer algunas reflexiones más acerca de los textos conciliares, para precisar mejor el sentido y la extensión de esa prerrogativa. 

Ante todo, los concilios afirman que la infalibilidad atribuida al Romano Pontífice es personal, en el sentido que le corresponde personalmente por ser sucesor de Pedro en la Iglesia de Roma. En otras palabras, esto significa que el Romano Pontífice no es el simple portador de una infalibilidad perteneciente, en realidad, a la Sede romana. Ejerce su magisterio y, en general, el ministerio pastoral como vicarius Petri: así se le solía llamar durante el primer milenio cristiano. Es decir, en él se realiza casi una personificación de la misión o la autoridad de Pedro ejercidas en nombre de aquel a quien Jesús mismo se las confirió.

 Con todo, es evidente que al Romano Pontífice no se le ha concedido la infalibilidad en calidad de persona privada, sino por el hecho de que desempeña el cargo de pastor y maestro de todos los cristianos. Además, no la ejerce como quien tiene autoridad en sí mismo o por sí mismo, sino "por su suprema autoridad apostólica" y "por la asistencia del Espíritu Santo, prometida a él en la persona de san Pedro". Por último, no la posee como si pudiera disponer de ella o contar con ella en cualquier circunstancia, sino sólo cuando habla ex cathedra, y sólo en un campo doctrinal limitado a las verdades de fe y moral, y a las que están íntimamente vinculadas con ellas.

2. Según los textos conciliares, el magisterio infalible se ejerce en la doctrina de fe y costumbres. Se trata del campo de las verdades revelada se explícita o implícitamente, que exigen una adhesión de fe y cuyo depósito, confiado a la Iglesia por Cristo y transmitido por los Apóstoles, ella custodia. Y no lo custodiaría de forma adecuada, si no protegiese su pureza e integridad. Se trata de verdades que atañen a Dios en sí mismo y en su obra creadora y redentora; al hombre y al mundo, en su condición de criaturas y en su destino según el designio de la Providencia; y a la vida eterna y a la misma vida terrena en sus exigencias fundamentales con vistas a la verdad y al bien.

Se trata, pues, también de verdades para la vida y de su aplicación al comportamiento humano. El Maestro divino, en su mandato de evangelización, ordenó a los Apóstoles: "id, pues, y haced discípulos a todas las gentes...enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19)20). En el rea de las verdades que el magisterio puede proponer de modo definitivo entran aquellos principios de razón que, aunque no estén contenidos en las verdades de fe, se hallan íntimamente vinculados con ellas. En la realidad efectiva, de ayer y de hoy, el magisterio de la Iglesia y, de manera especial, el del Romano Pontífice es el que salva estos principios y los rescata continuamente de las deformaciones y tergiversaciones que sufren bajo la presión de intereses y vicios consolidados en modelos y corrientes culturales.
En este sentido, el concilio Vaticano I decía que es objeto del magisterio infalible (da doctrina sobre la fe y costumbres que debe ser sostenida por la Iglesia universal" (DS 3074). Y en la nueva fórmula de la profesión de fe, aprobada recientemente (Cfr. AAS 81, 1989, pp. 105; 1169), se hace la distinción entre las verdades reveladas por Dios, a las que es necesario prestar una adhesión de fe, y las verdades propuestas de modo definitivo, pero no como reveladas por Dios. Estas últimas, por ello, exigen un asenso definitivo, pero no es un asenso de fe.

3. En los textos conciliares se hallan especificadas también las condiciones del ejercicio del magisterio infalible por parte del Romano Pontífice. Se pueden sintetizar así: el Papa debe actuar como pastor y maestro de todos los cristianos, pronunciándose sobre verdades de fe y costumbres, con términos que manifiesten claramente su intención de definir una determinada verdad y exigir la adhesión definitiva a la misma por parte de todos los cristianos. Es lo que acaeció, por ejemplo, en la definición de la Inmaculada Concepción de Maria, acerca de la cual Pío IX afirmó: "Es una doctrina revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles" (DS 2803); o también en la definición de la Asunción de María santísima cuando Pío XII dijo: "Por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado..." (DS 3903).

Con esas condiciones se puede hablar de magisterio papal extraordinario, cuyas definiciones son irreformables "por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia" (ex sese, non autem ex consensu Ecclesiae). Eso significa que esas definiciones, para ser válidas, no tienen necesidad del consentimiento de los obispos: ni de un consentimiento precedente, ni de un consentimiento consecuente, "por haber sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo, prometida a él (al Romano Pontífice) en la persona de san Pedro, y no necesitar de ninguna aprobación de otros ni admitir tampoco apelación a otro tribunal" (Lumen Gentium, 25).

4. Los Sumos Pontífices pueden ejercer esta forma de magisterio. Y de hecho así ha sucedido. Pero muchos Papas no la han ejercido. Ahora bien, es preciso observar que en los textos conciliares que estamos explicando se distingue entre el magisterio ordinario y el extraordinario, subrayando la importancia del primero, que es de carácter permanente y continuado, mientras que el que se expresa en las definiciones se puede llamar excepcional.
 Junto a esta infalibilidad de las definiciones ex cathedra, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo, concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y moral, y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano. Este carisma no se limita a los casos excepcionales, sino que abarca en medida diferente todo el ejercicio del magisterio.

5. Esos mismos textos conciliares nos muestran también cuán grave es la responsabilidad del Romano Pontífice en el ejercicio de su magisterio, tanto extraordinario como ordinario. Por eso, siente la necesidad, más aún, podríamos decir el deber, de investigar el sensus Ecclesiae antes de definir una verdad de fe, plenamente consciente de que su definición "expone o defiende la doctrina de la fe católica" (Lumen Gentium, 25).

Eso sucedió antes de las definiciones de la Inmaculada Concepción y de la Asunción de María, con una amplia y precisa consulta a toda la Iglesia. En la bula Munificentissimus, sobre la Asunción (1950), Pío XII, entre los argumentos a favor de la definición, aduce el de la fe de la comunidad cristiana: "El consentimiento universal del magisterio ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo... es una verdad revelada por Dios" (AAS 42,1950, p. 757).

 Por lo demás, el concilio Vaticano II hablando de la verdad que es preciso enseñar, recuerda: "El Romano Pontífice y los obispos, por razón de su oficio y la importancia del asunto, trabajan celosamente con los medios oportunos para investigar adecuadamente y para proponer de una manera apta esta Revelación" (Lumen Gentium, 25). Es una indicación de sabiduría, que se refleja en la experiencia de los procedimientos seguidos por los Papas y los dicasterios de la Santa Sede a su servicio, al cumplir las tareas de magisterio y de gobierno de los sucesores de Pedro.

6. Podemos concluir observando que el ejercicio del magisterio concreta y manifiesta la contribución del Romano Pontífice al desarrollo de la doctrina de la Iglesia. El Papa .que no sólo desempeña un papel como cabeza del colegio de los obispos en las definiciones de fe y moral pronunciadas por ellos, o como notario de su pensamiento, sino también un papel más personal tanto en el magisterio ordinario como en las definiciones, cumple su misión aplicándose personalmente y estimulando el estudio de pastores, teólogos, peritos en la doctrina en los diversos campos, y expertos en el trabajo pastoral, en espiritualidad, vida social, etc.

De este modo impulsa un enriquecimiento cultural y moral en todos los niveles de la Iglesia. También en esta organización del trabajo de consulta y de estudio, aparece como el sucesor de la Piedra sobre la que Cristo construyó su Iglesia.

LA REVELACIÓN Y EL MAGISTERIO
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. Lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.” (Mt 16,18)

EN BUSCA DE LA VERDAD
John Douglas, antropólogo, es director de la Unidad de Ciencias de la Arqueología, Antropología y Paleontología que él mismo fundó, revolucionando estas ramas de la ciencia. Su trabajo consiste nada menos que en leer el pensamiento de nuestros antepasados muertos hace miles de años, para lograr un mayor conocimiento de su cultura y costumbres.

Pero Douglas no puede inventar que existió una civilización, si no tiene al menos una prueba de ello. Cuando los arqueólogos encuentran una prueba y se la entregan, Douglas la ve con detenimiento, la cuida para que nadie la toque o la destruya, la analiza detalladamente y de ella saca las conclusiones que luego da a conocer al mundo entero.

Douglas es el encargado oficial de descubrir la verdad en los casos de hallazgos arqueológicos, en cualquier parte del mundo. Su labor ha ayudado a descubrir las verdaderas razones del actuar del hombre moderno, partiendo de la forma como actuaban y pensaban sus antepasados.

PEDRO, CUSTODIO DE LA VERDAD
Del mismo modo que los arqueólogos llaman a Douglas para que les ayude a descubrir la verdad acerca de los hallazgos que encuentran en sus excavaciones, Dios también quiso nombrar un experto para la custodia de la Verdad. Este experto debía ser capaz de recibir la Verdad, conservarla, descubrirla en la Revelación y transmitirla a todos los hombres.

Fue entonces cuando Dios fundó la Iglesia sobre un hombre llamado Pedro y sobre los Apóstoles, y les dio al Espíritu Santo, experto en la Verdad, para que les ayudara a descubrirla, interpretarla, transmitirla y mantenerla intacta, sin invenciones o suposiciones erróneas.

Pedro y los Apóstoles recibieron de Cristo esta tarea y la extendieron a sus sucesores, el Papa y los obispos en comunión con él, quienes también tienen el auxilio del Espíritu Santo para garantizar que no se van a equivocar en sus interpretaciones.

El Papa y los obispos tienen la autoridad y la gracia para conservar, predicar e interpretar la Palabra de Dios. A esta tarea, exclusiva del Papa y los obispos, se le llama Magisterio de la Iglesia.

La palabra Magisterio se deriva de la misión que tiene la Iglesia de ser Maestra de los hombres. La Iglesia es la encargada de proteger a todo el Pueblo de Dios de las desviaciones y de los fallos, y de garantizarle una profesión sin error de la fe auténtica. El oficio del Magisterio está encaminado a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la Verdad.

Para cumplir este servicio, Cristo les ha dado a los pastores el carisma de infalibilidad en cuestiones de fe y de costumbres. Esto significa que, por la ayuda especial que tienen del Espíritu Santo, el Papa y los obispos en comunión con él, no pueden equivocarse cuando dicen algo en materia de fe o de moral. Más adelante explicaremos las diversas modalidades como se ejerce esta infalibilidad.

LAS EVIDENCIAS PARA CONOCER LA VERDAD
De la misma manera que Douglas no puede inventar que existió una civilización sin tener pruebas, la Iglesia no puede inventar verdades que no hayan sido reveladas por Dios, pues el Magisterio de la Iglesia está al servicio de la Palabra de Dios y de ella saca todas sus enseñanzas.

Las pruebas de la Verdad que transmite la Iglesia están en la Revelación, conformada por las Sagradas Escrituras y la Tradición.

Al igual que Douglas con sus evidencias, la Iglesia escucha la Palabra devotamente, la custodia de manera celosa, la explica fielmente y de esta única fuente saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído.

Los cristianos, sabiendo que Cristo dejó la Verdad en manos de la Iglesia, recibimos con docilidad las indicaciones que nos dan nuestros pastores en nombre del mismo Cristo. “El que os escucha a vosotros, a Mí mismo me escucha.” (Lc 10,16)

LA IGLESIA FORMADA POR TODOS LOS BAUTIZADOS
El trabajo de Douglas se facilita cuando los arqueólogos que encuentran los restos son expertos también, ya que ellos adelantan las conclusiones. En la Iglesia, a veces sucede lo mismo. La Iglesia no es sólo la jerarquía: el Papa, los obispos y los sacerdotes, sino que está integrada por todos los bautizados que formamos una comunidad universal de salvación unida por el mismo Jesús.


Los bautizados que conformamos la Iglesia también contamos con el Espíritu Santo como guía por lo que hay verdades que nosotros mismos descubrimos con certeza.

Cuando desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos afirman estar completamente de acuerdo en cuestiones de fe y moral por el sentido sobrenatural de la fe que les da el Espíritu Santo, entonces podemos estar seguros que esa verdad es parte de la Verdad revelada por Dios.

DOGMA
Es una verdad contundente, coherente y vinculada con las otras verdades de la revelación, confirmada por el Magisterio de la Iglesia, que obliga a ser creída y aceptada por todos los cristianos.

Se define un dogma, cuando la totalidad del Pueblo de Dios (fieles, sacerdotes y obispos) cree con firmeza en una verdad esencial de nuestra fe, siempre y cuando el Magisterio de la Iglesia la confirme, iluminado por el Espíritu Santo, como una verdad contundente, coherente y vinculada con las otras verdades de la Revelación.

Algunos dogmas en los que creemos como verdad revelada por Dios son la Inmaculada Concepción de María y la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.

Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. Si tenemos una vida recta, cercana a Dios, nuestro corazón y nuestra inteligencia estarán abiertos a aceptar estos dogmas de fe y nos adheriremos a ellos con gusto.

Se pueden presentar problemas nuevos y situaciones difíciles, pero la Iglesia siempre encontrará una respuesta en su tesoro de sabiduría divina.

¿PUEDE EQUIVOCARSE EL MAGISTERIO?
Como ya dijimos, la Iglesia, por especial asistencia de Dios, es infalible, sin posibilidad de error en su enseñanza cuando proclama solemne y universalmente la verdad en materia de fe y moral, ya que tiene asegurada la presencia y asistencia del Espíritu Santo.

Esta infalibilidad se ejerce de varias maneras:
  • El Papa goza de esta infalibilidad cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles, proclama en forma solemne y definitiva una verdad de fe o de moral. Entonces decimos que el Papa habla ex-cáthedra.
  • El Colegio episcopal, integrado por los obispos, también goza del carisma de infalibilidad cuando ejerce su magisterio en unión con el Papa, sobre todo cuando participa en un concilio ecuménico.
  • El carisma de infalibilidad también se ejerce cuando la Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo un dogma, algo que se debe aceptar como revelado por Dios para ser creído. Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación.
  • Cuando los obispos enseñan en comunión con el Papa, proponiendo enseñanzas que conducen a un mejor entendimiento de la Revelación dentro del magisterio ordinario, no son infalibles pero los fieles debemos adherirnos a sus enseñanzas con obediencia y docilidad.

EL ESPÍRITU SANTO AYUDA A ENCONTRAR LA VERDAD
En la vida de la Iglesia, gracias a la ayuda del Espíritu Santo, también se ha ido comprendiendo cada vez mejor la verdad revelada por Dios.
Sin embargo, esta mayor comprensión sirve de muy poco en la vida de la Iglesia, si los únicos que la ven con claridad son el Papa y los obispos.
Todos los fieles cristianos debemos trabajar para comprender la Verdad y aplicarla en nuestras vidas. ¿Cómo?
  • Recopilando las pruebas que esconden la Verdad.
  • Leyendo y estudiando la Sagrada Escritura y la Tradición.
  • Tratando de descubrir lo que Dios te dice en ellas.
  • Analizando con detenimiento estas pruebas, pensando cuál puede ser su significado. Esto lo lograrás repasando en tu corazón las verdades que conoces desde siempre y que, tal vez, no has asimilado en toda su extensión. Por ejemplo, sabes desde niño que Dios es tu Padre, pero tal vez no has pensado en lo que significa en tu vida tener un Padre Omnipresente, Omnipotente… El día que esta verdad se meta en tu corazón, entonces toda tu vida cambiará.
  • Escuchando y obedeciendo los consejos de los expertos. Es decir, escuchando la palabra del Papa y los obispos que son los expertos autorizados por Dios para interpretar la verdad contenida en la Revelación. La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia están unidos y ligados, de tal modo que ninguno puede subsistir sin los otros.

“Si os mantenéis fieles a mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; así conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8,31-32)

Magisterio Paralelo Y Contra - Magisterio ¿Qué es una actitud disidente? ¿Qué podemos hacer los fieles católicos?  

MAGISTERIO PARALELO Y CONTRA-MAGISTERIO

"La actitud pública de oposición al Magisterio de la Iglesia se llama disenso; tiende a constituir una especie de contra-magisterio ofreciendo a los creyentes posiciones y modalidades de comportamiento alternativos..., la autoridad del Magisterio de la Iglesia en la determinación de los contenidos que se deben creer y profesar es algo a lo que no se puede renunciar".

Juan Pablo II, 24-XI-95

"Allí donde la teología se organiza según el principio de la mayoría y da origen a un magisterio que ofrece a los fieles una forma de actuar alternativa, ella pierde su naturaleza, se convierte en un factor político, se organiza en estructuras de poder y sigue el modelo político de la mayoría. Con su alejamiento del Magisterio ve desaparecer el suelo bajo sus pies, precisamente aquél que la sostiene y pasando del ámbito del pensamiento al del juego de poder, falsea también su naturaleza científica y le vienen a faltar ambos fundamentos de su existencia"

Un contra-magisterio, una oposición organizada y compuesta por sacerdotes, religiosos y laicos que se dicen católicos sólo puede llamarse una quinta columna en el seno de la Iglesia. Sus miembros buscan los puestos oficiales en las organizaciones de la Iglesia para poder actuar contra ella. Desde dentro de la Iglesia se dedica a espiar, boicotear, sabotear, desinformar, calumniar, dividir... al servicio del enemigo.

¿QUÉ PODEMOS HACER LOS FIELES CATÓLICOS?
• Descubrir a aquellas personas que se dicen católicas pero que enseñan y publican contra el magisterio de la Iglesia o contra los pastores.

• Informar a los pastores de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él, de aquellas acciones o escritos con los que "católicos" atacan la doctrina o a las personas de la Iglesia. Informar también a los buenos católicos para que estén prevenidos.

• No ayudar con firmas, votos o dinero a las personas, instituciones o partidos que critican o atacan a la Iglesia Católica, a sus pastores o a sus enseñanzas. No dar dinero a las personas o instituciones de la quinta columna, para no ser responsable de sus ataques a la Iglesia.

• Orar y sacrificarse mucho. Pedir a Dios, con la intercesión de la Beata Virgen María, pastores fuertes que no se plieguen ante los golpes de la "quinta pluma"..

• No desesperar y pedir por la conversión de los "católicos de la quinta pluma". Los milagros se pueden dar; dicen que Juan Pablo II hace muchos. Uno de los más grandes pensadores de nuestro país así lo espera:

"Uno de los mayores milagros sería la conversión. Cuando voy por ahí les doy a mis amigos buenas noticias: ´en este país (Estados Unidos), algunos son todavía verdaderamente católicos´. Ellos no siempre me creen, pero se animan. Podría darse el milagro; anota mis palabras. Nunca apuestes contra Juan Pablo".

BEACON NOTES permite la reproducción parcial o total de este escrito. Distribuye copias de este folleto a otros católicos

BEACON NOTES es presentado por un grupo de católicos americanos cuya única finalidad es colaborar en la predicación de la verdad de Cristo Salvador enseñada por el Santo Padre y los obispos de la Santa Iglesia.

Nos oponemos a que individuos o grupos de individuos tengan permitido el acceso a las Escuelas Católicas, a las iglesias y a las propiedades de la Iglesia para promover todo tipo de creencia, enseñanza o idea contraria a lo enseñado por el Santo Padre y el Magisterio de la Santa Iglesia Católica.

Esperamos de todo Sacerdote Católico que siga la disciplina de la Iglesia Católica como prometió hacer.

Esperamos de todo obispo que haga todo lo que pueda para salvaguardar las almas de nuestros niños haciendo uso de su autoridad y asegurando la correcta enseñanza dentro de las Escuelas Católicas y de los Programas Parroquiales de Religión.
Nos oponemos a que los sacerdotes traten el Santo Sacrificio de la Misa como su personal posesión añadiendo, cambiando o quitando cualquier parte de la misa por decisión propia.
Cuando entramos en una Escuela o Iglesia Católica ¡esperamos verdadero Catolicismo! ¿Es esto esperar demasiado?

EL MAGISTERIO ORAL DE LA IGLESIA
San Pablo establece principios doctrinales  

EL MAGISTERIO ORAL DE LA IGLESIA: EN LA CARTA A LOS GÁLATAS
El magisterio oral de la Iglesia
El magisterio oral de la Iglesia

Pablo y la tradición oral.
San Pablo es el Apóstol de la libertad cristiana. Mas para San Pablo, la libertad no es el libertinaje ni la anarquía. A la libertad de la carne opone el Apóstol la ley del Espíritu y del amor; y la libertad social o de acción la refrena o modera con el principio de autoridad eclesiástica, principalmente con el primado de San Pedro. Otra libertad reclaman para sí los protestantes, con mayor obstinación que ninguna otra: la del libre examen, que por natural evolución ha degenerado en la moderna libertad de pensamiento. Sin duda que los protestantes, los conservadores por lo menos, limitan o moderan esta libertad de pensar acatando el magisterio escrito de la Biblia. Pero semejante magisterio escrito, al ser sometido al libre examen, resulta ineficaz e irrisorio. Al interpretar la Biblia según su criterio personal, hacen decir a la Biblia lo que ellos quieren, y, en definitiva, piensan como se les antoja. El verdadero freno moderador de la libertad de pensar en materias religiosas no es ni puede ser otro que la autoridad doctrinal, el magisterio viviente instituido por el mismo Jesucristo. Este magisterio oral y externo se hizo para los protestantes un yugo insoportable, como contrario a la libertad cristiana de pensar.

Y, sin embargo, este yugo lo impuso Jesucristo sobre las cervices de cuantos generosamente se resolviesen a dar fe a su palabra y aceptar su autoridad y su doctrina. Y este yugo lo proclama también y lo impone el Apóstol de la libertad en la misma Carta magna de la libertad cristiana, la Epístola a los Gálatas. Vamos a demostrarlo.

Comencemos por una razón que podemos llamar de experiencia.
San Pablo proclama enérgicamente la unidad o unicidad del Evangelio.. Me maravillo ?dice? de que tan de repente os paséis... a un Evangelio diferente, que... no es otro [Evangelio], sino que hay algunos que os revuelven y pretenden trastornar el Evangelio de Cristo (Gál. 1,6?7). Y este Evangelio único de Jesucristo es inmutable e intangible; intentar tocarlo o modificarlo es profanarlo y destruirlo sacrílegamente. Por eso prosigue el Apóstol: Aun cuando nosotros o un ángel [bajado] del cielo os anuncie un Evangelio fuera del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes lo tenemos dicho, ahora también lo digo de nuevo: Si alguno os anuncia un Evangelio diferente del que recibisteis, sea anatema (Gál. 1,8?9). Es que el Evangelio no es un mensaje amorfo, que reciba su determinación o significación concreta de la interpretación subjetiva que se le quiera dar, sino que tiene su verdad objetiva y determinada, a la cual hay que someter la inteligencia. Por esto dos veces habla San Pablo de la verdad del Evangelio (Gál. 2,5; 2,14). Por esto también deben los fieles estar o ponerse de acuerdo sobre la inteligencia del Evangelio, como lo significa el mismo Apóstol, cuando escribe: Confío de vosotros en el Señor que no pensaréis de otra manera de como os tengo dicho (Gál. 5,10; cf. 6,16). Esta unidad y verdad intangible, con la consiguiente conformidad en el pensar, la posee el Evangelio por razón de su origen divino. Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es conforme al gusto de los hombres; pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (Gál. 1,11?12; cf. 1,16). Los hombres no tienen derecho a desfigurar el Evangelio de Dios.

Tales son los principios doctrinales establecidos por San Pablo. Ahora con estos principios comparemos los hechos.

Por ahora podemos conceder o permitir a los protestantes que el Evangelio de que habla San Pablo se contiene íntegramente en las Escrituras del Nuevo Testamento. Podríamos también conceder, sin dificultad, que en el terreno abstracto de las ideas este Evangelio escrito, uniformemente interpretado, pudiera consiguientemente ser para los fieles principio de uniformidad en el pensar y sentir. Pero, decimos, de hecho ni lo ha sido ni lo es. Es, por tanto, el Evangelio escrito insuficiente para crear o mantener la unidad doctrinal que preconiza el Apóstol. Si Dios, pues, quiso, como evidentemente lo quiso, asegurar la verdad del Evangelio, debió instituir en la Iglesia un magisterio no escrito, esto es, un magisterio viviente y oral. Examinemos a fondo esta razón.

Nos concederán los protestantes que el Evangelio escrito no lo destinó Dios para que fuese entretenimiento de ociosos, ni menos campo de batalla donde se librasen sangrientos combates teológicos que desgarrasen la unidad de la fe, sino para que fuese criterio de verdad y norma de vida eterna para todos los hombres de buena voluntad. Ahora bien: estos designios de Dios jamás se han realizado, siempre se han frustrado; cuando el Evangelio escrito ha sido sometido al libre examen, ha sido aislado del magisterio oral y viviente de la Iglesia. Ahí está para comprobar este hecho el testimonio de la Historia. Ya los Padres de los primeros siglos notaron que todos los herejes pretendían fundar en la Escritura los más disparatados errores, contrarios unos de otros. Y, sin ir tan lejos, ahí esta la historia del protestantismo, antiguo y moderno, que, buscando en solo el Evangelio escrito la doctrina revelada, ha venido a parar en muchos puntos capitales a soluciones contradictorias. Es clásico el ejemplo de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Apelando igualmente al testimonio de la Biblia, Lutero la admitía, Calvino y Zwinglio la negaban. Este fenómeno, constantemente repetido en la Historia, demuestra a todas luces que el Evangelio escrito no podía ser en los planes de Dios el único magisterio que El dejaba a los hombres para conocer la verdad de su divina revelación. A no ser que digamos que Dios ignoraba el resultado de su obra o se complacía en dejar a la pobre humanidad un magisterio ambiguo y enigmático.

En conclusión: el Evangelio escrito, aislado del magisterio viviente, es enigmático y lleva fatalmente a la contradicción y a la discordia; completado por el magisterio oral, es luminoso y lleva suavemente a la concordia y a la unidad. ¿Cuál de estas dos hipótesis es más digna de Dios? ¿Cuál salva mejor el honor de la divina Escritura? San Pablo, a lo menos, que tan ardientemente deseaba y recomendaba la unidad de la fe, no podía imaginar un Evangelio que llevase necesariamente a la contradicción y a la discordia.

Más no tenemos necesidad de apelar a la lógica para deducir de los principios establecidos por San Pablo la necesidad del magisterio oral, cuando él mismo lo acredita e inculca. Por de pronto, el Evangelio de Cristo, cuya verdad quiere sostener a todo trance, es el Evangelio anunciado a los Gálatas por la predicación oral. Seis veces en la Epístola emplea el Apóstol el verbo evangelizar y siete veces el sustantivo Evangelio. Ahora bien: tanto el sustantivo como el verbo no se refieren, ni una sola vez, exclusiva o preferentemente, al Evangelio escrito, y muchas veces, por no decir siempre, se refieren clara y exclusivamente a la predicación oral; como cuando dice: El Evangelio predicado por mí no es conforme al gusto de los hombres (Gál. 1,11). El Evangelio anunciado por el Apóstol a los Gálatas anteriormente a la Epístola, la primera y la única que les escribió, no puede ser sino el Evangelio oral. Oral era también el Evangelio que poco después menciona: Les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles (Gál. 2,2). Cuando San Pablo, hacia el ano 50, exponía a los apóstoles de Jerusalén su Evangelio, no había escrito ninguna de sus cartas (cf. Gál. 1,6; 1,7, 2,5; 2,7; 2,14; 1,8?9; 1,16; 1,23). Más explícitamente aún alude al Evangelio oral cuando escribe: Sabéis que a causa de una enfermedad de la carne os anuncié la primera vez el Evangelio (Gál. 4,13). Esta importancia y relieve que da San Pablo al Evangelio oral prueba evidentemente no sólo la existencia del magisterio viviente, sino también que el magisterio oral era para el Apóstol el medio normal y ordinario de anunciar el Evangelio. ¿Y dónde después ha dicho San Pablo, ni otro alguno de los escritores inspirados, que, una vez escritos los libros del Nuevo Testamento, éstos suplantaban y abrogaban el magisterio vivo, empleado hasta entonces ordinariamente?

De los textos en que San Pablo, sin emplear la palabra Evangelio, enaltece la predicación oral, sólo citaremos algunos que tienen especial significación.
Después de reproducir, resumido, el discurso de Antioquía, apostrofa así el Apóstol a los Gálatas: ¡Oh insensatos Gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue exhibida la figura de Jesucristo clavado en cruz? (Gál. 3,1). Estas palabras tan expresivas muestran que en la predicación oral declaraba el Apóstol con tal viveza y plenitud la palabra de la cruz (1 Cor. 1,18), el misterio de la redención, que parecía trasladar a los oyentes al Calvario para hacerles presenciar la crucifixión y muerte de Jesucristo por los pecados de los hombres. Semejantes visiones de los misterios divinos, ¿perdían su valor y debían olvidarse una vez se escribieran los libros del Nuevo Testamento? Al refrescar su recuerdo, ¿no propone más bien el Apóstol que se conserven y se transmitan a las generaciones sucesivas? ¿Y qué otra cosa es la tradición oral, que los protestantes condenan y los católicos veneran?

Habiendo enumerado las obras de la carne, concluye San Pablo: Os prevengo, como ya os previne, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gál. 5,21). Aquí el magisterio escrito reproduce y confirma el magisterio oral, el cual, según esta declaración del Apóstol, tiene su valor propio, y lo tendría aun cuando no hubiera sido confirmado Por el magisterio escrito.

Al magisterio oral y oído atribuye exclusivamente San Pablo las efusiones del Espíritu Santo sobre los fieles de Galacia. Dos veces les pregunta: Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu en virtud de las obras de la ley o bien por la fe que habéis oído?... El que os suministra, pues, el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, [hace eso] en virtud de las prácticas de la ley o bien por la fe que habéis oído? (Gál. 3,2?5). La fe oída no debía ser anulada por la palabra de Dios escrita; debía subsistir al lado de ésta y podía ser transmitida a otros. De nuevo la tradición oral.


Pretenden los protestantes que el único magisterio auténtico de Dios es el escrito; los textos aducidos hasta aquí demuestran, por el contrario, que también el magisterio oral es en la Iglesia (con las debidas condiciones, claro está) magisterio auténtico de Dios. Más no se contenta San Pablo con atestiguar y acreditar la legitimidad de entrambos magisterios; declara, además, que el magisterio escrito es secundario respecto del oral, que es el principal. Después de agotar todos los recursos de su persuasiva elocuencia, ya terriblemente acerba y sacudida, ya inefablemente blanda y halagadora, no satisfecho de haber expresado fielmente su pensamiento o temeroso de no ser comprendido por los Gálatas, les dice por fin: Quisiera ahora hallarme presente entre vosotros y variar [los tonos de] mi voz, pues no sé qué hacerme con vosotros (Gál. 4,20). Como quien dice: la palabra escrita es incapaz de reproducir fielmente el pensamiento; y, aun cuando lo fuese, yo no sé la impresión que os va causando cada una de las cosas que os voy escribiendo; si os hablase cara a cara, daría yo a mi voz tonos y vibraciones que os revelarían los sentimientos íntimos de mi corazón, y a medida que viese la impresión que os hacían mis palabras, os diría esto o aquello, y os lo diría de este modo o del otro, con tono imperativo o con voz insinuante y amorosa.

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